La viróloga Hyeryun Choe, autora principal de la investigación, aseguró que pudieron determinar en los sistemas de cultivo celular que “los virus con esa mutación son mucho más contagiosos que los que no la tienen”.

Lo que hace la variación, nombrada técnicamente como D614G, es incrementar hasta 5 veces el número o la densidad de “espigas” funcionales existentes en la superficie viral, y a la vez hacerlas más flexibles.

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Estas espigas, que le dan al virus su aspecto de corona, son precisamente las que le hacen capaz de infectar las células, apuntando a los receptores celulares ACE2. “Nuestros datos son muy claros, la infección se hace mucho más estable con la mutación”, agregó Choe.

De acuerdo con el centro investigativo estadounidense, la variante del SARS-CoV-2 (nombre científico del COVID-19) que circuló en los primeros brotes no tenía la variación D614G, que es ahora la dominante en gran parte del mundo.

Michael Farzan, coautor del informe y copresidente del Departamento de Inmunología y Microbiología de Scripps, enfatizó que ninguna de las secuencias del coronavirus depositadas en la base de datos GenBank tenía la mutación.

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Farzan, adicionalmente, señaló que en marzo la D614G ya aparecía en una de cada 4 muestras y en mayo en el 70 % de las pruebas.

Ambos científicos, que realizaron su investigación con unos brotes inofensivos diseñados para producir proteínas claves del coronavirus, finalmente advirtieron que se necesitan estudios epidemiológicos adicionales para corroborar su hallazgo en “el mundo real”.