Hasta ahora, en la mayoría de países del mundo, por obvias razones sanitarias, las autoridades han determinado que el destino final de las víctimas de la COVID-19 sea su cremación, pero en México, una de las naciones que se han caracterizado por su laxitud para enfrentar la pandemia, esa no es una norma.

En Colombia, por ejemplo, el ministerio de Salud estableció unos lineamientos para el manejo, traslado y disposición final de cadáveres, en los cuales se da prioridad a la cremación y solo en el caso en que no se cuente con instalaciones para ese procedimiento se practicará la inhumación en sepultura o bóveda.

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En concordancia, en Bogotá, por orden de la Alcaldía, los fallecidos por el coronavirus no tienen funeral, no pueden ser acompañados al entierro y todos los casos son trasladados al cementerio Serafín, en inmediaciones del relleno sanitario Doña Juana, bajo la instrucción de pasar directamente del carro funerario al horno.

En México, los muertos por ese mal pueden ser cremados o enterrados, pero en medio de la pandemia se impuso casi de facto la incineración. La mayoría de los cuerpos —dice Eduardo López, responsable de comercialización de la fábrica de ataúdes Platinum Casket Company— eran trasladados desde el hospital al horno, sin necesidad de un cajón, hasta que las autoridades de salud aclararon que la inhumación no estaba prohibida.

Esa precisión de las autoridades mexicanas la vio Platinum Casket Company como una oportunidad para mantenerse con vida, pues lejos de disparar sus ventas, la pandemia golpeó a los fabricantes de ataúdes en México, donde la cremación se impuso a la sepultura.

De color café, herrajes brillantes y formas ovaladas, el Ataúd Cov se ensambla con láminas de acero en una bodega de Los Reyes de La Paz, municipio del estado México (centro del país).

López describe la urna como “una cápsula metálica”, cuyo interior está recubierto con polietileno, espuma y una cinta de neopreno. Se concibió así para que “en caso de que hubiera una fisura no escurriera nada de líquidos”, explica.

De ese modo se busca generar “confianza” entre los compradores, las funerarias, y los deudos.

La empresa fabrica unos 70 féretros diarios, menos de la mitad de los convencionales que producía antes de la crisis sanitaria. En marzo sus ventas habían caído 90%.

“Nos bajó la venta porque nadie utilizaba el ataúd. Prácticamente todos los servicios, así como salían, fueran covid o no covid, [iban] directamente al horno crematorio”, cuenta López.

“Con esto medio se compuso la situación y ya empezamos a recuperarnos un poquito”, dice el comercializador.

Fuentes del sector funerario aseguran que muchos prefieren la cremación por su menor costo, una cuestión que no es menor en medio de la emergencia que deja 8.597 muertos y 78.023 infectados en este país de 120 millones de habitantes.

Con medio siglo en el mercado, la compañía exporta a Puerto Rico, Belice, Guatemala, Honduras y El Salvador.

“En México no hay una autoridad que te diga ‘te lo certifico con esta calidad’, pero el mejor juez es el cliente funerario”, afirma López.