Noureddine, un experto en bienes inmobiliarios y comercio de joyas, fue condenado por blanqueo de capitales provenientes del tráfico de estupefacientes y asociación delictiva.

La otra figura central de este caso conocido en Francia como “Conexión libanesa”, Abbas Nasser, fue condenado a diez años de cárcel en rebeldía. La justicia emitió una orden de arresto en su contra.

Otros 12 implicados de la red, que usaba autos de lujo, relojes de colección o un sistema de letras de pago como el utilizado para blanquear decenas de millones de euros del cartel de Medellín, fueron condenados a penas de entre nueve a dos años de cárcel.

La presidenta de la corte, Isabelle Prévost-Desprez, hizo hincapié en el carácter “estructurado y organizado” de la red, en la que participaban personas “perfectamente conscientes” del origen fraudulento de los fondos que blanqueaban.

Este caso aterrizó en las cortes francesas gracias a la labor de las pesquisas de la agencia antinarcóticos estadounidense, la DEA, que siguió desde 2012, a sol y a sombra, a esta red extendida por América Latina, Oriente Medio y Europa.

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La DEA pudo identificar que el epicentro de la operación en Europa estaba en Francia, donde tienen residencia varios de los acusados.

De acuerdo con la investigación, para blanquear las fortunas amasadas con la venta de cocaína en Europa, se recurría, entre otras herramientas, al antiquísimo sistema del “halawa” (mandato en árabe).

Este es el método que se utilizaba en la Edad Media, antes de que los venecianos comenzaran a desarrollar los sistemas bancarios, y que permitía el comercio por las rutas de la seda y de las especias entre Europa y Extremo Oriente.

La circulación de fondos requería de seguridad, garantías y confianza. Era allí cuando entraban a jugar los “sarafs”, que intercambiaban los documentos de pago de sus clientes, algo a medio camino entre un banco y un agente de cambio.

El método, que parecía ser algo del pasado frente al sistema bancario internacional, Internet, computadoras, giros y códigos SWIFT, resucita porque tiene, para los traficantes, una simple y demoledora ventaja: no deja rastros… O casi no los deja.

La red tenía una organización muy completa: recolectores, transportistas, jefes de equipo y los pasos simples, pero efectivos.

En primer lugar el cobro en Europa y concentración de fondos con los “sarafs”, luego compra de joyas, relojes y autos de lujo, a continuación la reventa de esos artículos en Oriente Medio y África y finalmente el envío del dinero blanqueado a los colombianos a través de casas de cambio.