Diario Criterio habló con él a propósito de su nuevo libro, que estuvo presentando en el Hay Festival.

Carlos López Otín no olvida a Adán, un adolescente al que nunca conoció, pero que le cambió la vida. La historia se remonta a 1998, cuando la madre de este joven español acudió a él buscando ayuda: a su hijo lo habían diagnosticado con un cáncer hepático muy avanzado, incurable, y ella había oído cómo en el laboratorio de la Universidad de Oviedo, dirigido por López Otín, investigaban el cáncer y buscaban sus causas, usando los estudios genéticos y la biología molecular.

Él, sin embargo, no pudo hacer mucho. Intentó hablar con amigos, preguntar con doctores expertos en ese tipo de cáncer, pero ya era muy tarde. Adán murió en diciembre de ese año y en ese momento, Carlos entendió, como nunca antes, la urgencia de investigar y conocer al cáncer desde adentro, de seguir avanzando en el conocimiento sobre esa enfermedad, que tanto aterra a los seres humanos y que mata a unas 8 millones de personas cada año. 

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Desde entonces, suele pensar en Adán cada vez que se refiere al cáncer o encuentra, en los secretos de un código genético, las respuestas sobre qué genes o qué procesos en el micromundo molecular de los seres humanos causan determinados tipos de cáncer. Esa es parte de su trabajo.

En su laboratorio, de hecho, han descubierto más de 60 nuevos genes humanos que normalmente se alteran en el cáncer y que podrían estar implicados en su progresión. Con su equipo participó, además, en el Consorcio Internacional de los Genomas del Cáncer (ICGC), un proyecto en el que varios laboratorios alrededor del mundo descifraron el genoma de unos 500 pacientes afectados por los cánceres más frecuentes (a él le tocó el de leucemia linfática crónica). Toda esa información recogida, nutre las investigaciones y los estudios médicos que buscan nuevos tratamientos para tratar cada tipo de cáncer.

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Egoístas, inmortales y viajeras

“Conocer para curar, pero también para no crear expectativas falsas e interesadas, tan frecuentes en la historia del cáncer y que tanto daño colateral han traído consigo”, escribe en su más reciente libro, Egoístas, inmortales y viajeras (2021, Paidós), en el que aborda esta enfermedad. Se trata del tercer tomo de una trilogía sobre las vulnerabilidades de la vida, en la que intenta explicar, desde su mirada biológica y molecular, pero también desde perspectivas filosóficas y artísticas, temas como la tristeza, el envejecimiento, la búsqueda de la inmortalidad, la enfermedad y, claro, el cáncer.

Dialogamos sobre este último tema en medio del Hay Festival de Cartagena, en donde estuvo hablando de sus libros y de su mirada tan particular sobre la vida.

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Puede, si lo prefiere, escuchar la conversación completa acá:

El cáncer: una enfermedad de los genes, pero no siempre hereditaria

“El cáncer es una enfermedad genética porque casi todos los tumores surgen por acumulación de daños en los genes”, explica López Otín. Esos daños generan que algunas células (que cuando llegan a cierto momento de su vida deberían morir para no causar daños en el organismo), se conviertan en egoístas, inmortales y viajeras: células que quieren vivir para siempre, así eso implique que sus defectos terminarán dañando al organismo que las contiene, y que incluso viajan por el cuerpo para convencer a otras de lo mismo.

Pero al decir que el cáncer es una enfermedad genética surge una confusión. La palabra gen nos lleva inmediatamente a creer que es una herencia de nuestros antepasados. Y no es así: menos del 10 por ciento de los cánceres humanos son hereditarios”, dice.

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La mayoría de defectos en los genes, de hecho, aparecen en algunos casos del azar, de errores que suceden cuando las células se replican, copiando millones de veces el código genético. En otros, de nuestra forma de vivir y de interactuar con el ambiente y con todo lo que nos rodea. 

Lo bueno es que al ser una enfermedad de los genes, si se logra identificar cuál gen es el afectado, o cuál proceso molecular causó el cáncer, se podría buscar un tratamiento. En el caso de los cánceres hereditarios, de hecho, hay algunas posibilidades de tratarlos. Por eso, dice, cualquier familia que entienda que en su entorno hay más cáncer de lo normal, puede pedir una cita médica de cáncer familiar.

Los nuevos tratamientos personalizados contra el cáncer

“La cirugía, la radioterapia y la quimioterapia han sido los tres pilares que la ciencia y la medicina ofrecen a la especie humana para enfrentarse al gran mal“. También dice que han ayudado, pero no es suficiente, porque aunque hay tumores que se curan así, otros no. Muchas veces, además, depende del momento en el que los descubran. Sin contar con los efectos secundarios de estos tratamientos.

Pero entender que el cáncer es una enfermedad de los genes ha abierto nuevas puertas. Por eso, López Otín escribe en su libro que, en este momento, la vida le está ganando al cáncer gracias a nuevos tratamientos que han alargado la vida y, en algunos casos, incluso han curado algunos tipos de tumores. A estos nuevos tratamientos les dedica buena parte de su libro.

Carlos López Otín. Foto: Hay Festival

Estos tratamientos están divididos en dos tipos. El primero es el desciframiento de genomas, a través de un análisis del ADN de los tumores, que lleva a entender a fondo cuál es el proceso genético que produce el cáncer, y que busca una medicina muy personalizada: “al ver cuáles son los defectos (en los genes) que tiene cada tumor de cada paciente, se pueden utilizar terapias o tratamientos específicos para esos daños, y no mandar el mismo tratamiento para todo el mundo”, explica.

Es, lo explica en su libro, un camino complejo y costoso. Pero como hay defectos y genes involucrados que se repiten en algunos tipos de cáncer y que aparecen en varios casos, identificar los más comunes y encontrar un posible tratamiento, podría ayudar a millones.

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El segundo tipo es la llamada inmunoterapia, que busca reforzar nuestro sistema inmune, para que actúe ante las células malignas y los tumores.

La esperanza de la inmunoterapia

“Nuestro sistema inmune no solo nos defiende del covid, de bacterias y de otros microorganismos. También de nuestras propias células modificadas. Es algo continuo: hay miles y miles de células dañadas que sucumben a nuestro propio sistema inmune en la sangre”, explica López Otín.

La inmunoterapia busca aprovechar esta característica y reforzar la inmunidad de los seres humanos. “Hoy, después de muchos intentos y de muchos años, hay algunas terapias que refuerzan ese sistema y logran de manera reproducible y generalizable curar algunos tumores malignos que no se curaban (con los tratamientos tradicionales)”.

Estos tratamientos están divididos en dos tipos. El primero es el desciframiento de genomas, a través de un análisis del ADN de los tumores, que lleva a entender a fondo cuál es el proceso genético que produce el cáncer, y que busca una medicina muy personalizada.

Un ejemplo es el melanoma metastásico, un cáncer que hasta hace pocos años se consideraba una sentencia de muerte. Hoy, con un tratamiento creado por Jim Allison y Tasuku Honjo (ganadores del Premio Nobel de medicina por este motivo), se puede curar completamente o, en otros casos, controlar. Lo mismo sucede con otros tipos de cánceres, aunque aún no de forma tan clara, como el cáncer de próstata y algunos subtipos del cáncer de pulmón o de colon.

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Ese tipo de casos, sin embargo, crean un problema: “al haber trascendido que la inmunoterapia es una gran esperanza tenemos la tendencia a pensar que ya está todo resuelto y no. Hay otros tipos de cáncer en los que estas terapias no funcionan”.

El futuro del cáncer y la imperfección humana

En su libro López Otín explica que a pesar de estos nuevos tratamientos y de las nuevas aproximaciones para curar el cáncer, es poco realista pensar en que esta enfermedad será erradicada completamente. Es más, dice, el cáncer ha estado en el mundo mucho antes de los seres humanos, pues hay evidencia de que los dinosaurios sufrían de tumores óseos.

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Él explica, de hecho, que el cáncer es un mal inevitable al que accedimos los seres humanos cuando -hace millones de años- las bacterias unicelulares (cuyo único objetivo era dividirse) decidieron unirse y convertirse en organismos pluricelulares, en los que las células dejaron de pensar por sí mismas y comenzaron a actuar pensando en el bien común. Al crear un organismo mucho más complejo y con diversos procesos biológicos, explica, se abrió paso la imperfección.

Es una paradoja, claro: los seres humanos funcionamos casi como una máquina con millones de células (de 200 tipos distintos) que se replican, y replican el código genético, todo el tiempo, y que incluso tiene sus propios sistemas para regular a cada célula, activarla, desactivarla y hasta matarla, cuando es necesario. “Lo raro no es que hayan enfermedades o imperfecciones en ese proceso, sino que las personas vivamos saludables hasta los 80 años”, explica.

“Nuestro sistema inmune no solo nos defiende del covid, de bacterias y de otros microorganismos. También de nuestras propias células modificadas“.

Lograr ese nivel de complejidad tuvo dos precios, dice, “el envejecimiento y el cáncer. Ambos surgen del mismo problema: la acumulación de daños”. Cuenta que los seres humanos acumulamos daños todo el tiempo y los vamos solventando. Tan bien lo hacemos, que la esperanza de vida promedio en algunos países ya va para los 80 años, con ayuda de los avances en la higiene y la salud.

“Pero los defectos se acumulan y dependiendo de en qué células y en qué genes, estos defectos pueden conducir a la senescencia, y con eso envejecemos, o a la transformación, y con eso una célula normal se vuelve egoísta, inmortal y viajera, y genera un tumor”, dice.

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Así que pensar en que el cáncer no exista más es una ilusión vana. Lo que hay que hacer, según él: aprender a convivir con él y buscar la forma de tratarlo, de controlarlo, y de prevenirlo, mejorando los hábitos alimenticios y teniendo una vida sana.