En una columna para The New York Times, Stoya dice que a pesar de que nunca quiso ser educadora de jóvenes, cuando eligió su carrera dentro del porno entendió que en ella le tocaría serlo de todos modos debido a la falta de educación sexual y al fácil acceso que tienen los jóvenes a este tipo de material.

Aunque asegura que no tiene derecho a dictar la manera en que las personas adultas vive su sexualidad, ella trata, palabras más palabras menos, de que la gente que consume porno lo haga de manera responsable, es decir, que sepan la realidad detrás de lo explícito que se ve en las cámaras.

Para lograrlo, dentro de la industria hay varias iniciativas que buscan dejar en claro que el porno es, como la lucha libre o el ballet, un espectáculo. Hay productoras que permiten ver el detrás de cámaras de las películas XXX, y la propia Stoya da luces sobre su trabajo en un blog.

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Sin embargo, dice, cuando el contexto en el que se hace el porno se pierde y los productos se publican en páginas gratuitas, el consumo irresponsable (o sea, sin el mencionado contexto) está a entera disposición de jóvenes que no tienen nada de educación sexual y que menos han tenido sexo en sus vidas.

El porno (mucho menos sin el contexto en el que insiste Stoya) no es una fuente confiable para enseñar empatía entre las personas, para aprender sobre el lenguaje corporal a nivel de pareja ni para discutir los límites que se deben tener en el sexo. Por eso dice que “el porno nunca será el reemplazo de la educación sexual”.

Finalmente, dice que escoge enfrentar un trabajo para comprender el alcance real del porno, ver qué cosas están funcionando y son buenas “en términos de calidad”, para que la industria del cine para adultos sea cada vez mejor y, sobre todo, haya un entendimiento cultural más acertado del sexo.