Por: Camila Andrea Díaz Molano
Orgullo, felicidad y satisfacción fueron los sentimientos que llenaron el corazón de Mabel Martínez al saber que llevó a Colombia a lo más alto de un torneo internacional en baloncesto.
Pues, qué te digo, la victoria sabe rico.
A sus 32 años de edad, con 1,78 m de estatura, frondosa melena y sonrisa blanca, Martínez sabe que no fue fácil obtener esa medalla en Barranquilla, pero gracias a la disciplina y a la pasión, ella y su equipo salieron triunfantes.
Ganar fue una experiencia increíble para Mabel y ahora le sobran las ganas para seguir adelante porque, según afirma, el triunfo es cuando se recogen los frutos de todos los sacrificios y a pesar de los buenos y malos momentos, y el hecho de que la victoria es corta, siempre valdrá la pena.
En la Arenosa, los Centroamericanos comenzaron el 19 de julio, pero el básquet en la vida de Mabel nació en Socorro, un municipio pequeño del departamento de Santander, donde con tan solo 11 años comenzó a explorar su talento en el deporte desde su debut en diversos torneos nacionales hasta llegar a ser parte de las grandes ligas en Argentina y en la Selección femenina de baloncesto en Colombia como la número diez.
No son días y tampoco meses. Se necesitan años para ser un amante y profesional del deporte porque, para Mabel, es la disciplina la que día a día le permite alcanzar sus objetivos, pues eso fue lo que vieron los argentinos en ella cuando la contrataron para ser una ficha del Club Ameghino.
Cuando llegó a Argentina, lo primero que le nombraron fue a Pablo Escobar y, en realidad, no le molestó tanto porque esa es la imagen que, en muchas ocasiones, se vende de Colombia a través de las series y las novelas, por ello, ella cree que los extranjeros no tienen la culpa.
La música y la comida son distintas allá, sin embargo, Mabel siempre se sintió en familia porque la gente en Villa María, una ciudad de Argentina, dice ella, es muy amable y a pesar del frío que hace, sus compañeras y cuerpo técnico siempre la hicieron sentir como en casa, con calor de hogar.
El 3 siempre ha sido su número favorito, sin embargo, antes en la FIBA (Federación Internacional de Baloncesto) solo se podía jugar con los números del 4 al 15, por tanto, a la jugadora santandereana siempre le tocaba escoger otro dígito, para su uniforme de esqueleto holgado y pantaloneta larga, que la identificará junto con el nombre de su equipo.
Así como en el fútbol, el diez, es el número que llevan los grandes jugadores en su espalda o los líderes de cada equipo. Siempre le llamó la atención, pues desde pequeña Mabel soñaba con portar ese reconocido dígito que en muchas ocasiones en el juego y en la práctica negaron concederle, ya que otro jugador lo tenía o, simplemente, porque ella aún no era parte de las mayores: gente con más experiencia que podía escoger el de su preferencia sin tener que pedir permiso alguno.
Hoy día en la cancha y en el corazón de los fanáticos del básquet, ella es la diez, pues ya pertenece a un seleccionado en el que nadie le pregunta por el número de su uniforme, es el diez y punto.
Para conquistar el podio en los Centroamericanos, previo al debut, en Medellín, Martínez y su equipo tuvieron que conectar el cuerpo y la mente con el juego, una concentración en la que la que el técnico planificó cada movimiento antes de pisar la cancha.
Con 5 puntos, 3 partidos disputados y 2 ganados, el Seleccionado femenino colombiano y el de Cuba, ambos del grupo A, pasaron juntos a la segunda fase de los Juegos en la Arenosa, sin saber que más tarde los dos equipos se volverían a enfrentar.
Durante esos días Mabel contrajo una viral que afortunadamente no la detuvo, pues ella aseguraba que el solo hecho de agarrar el balón, entrar al coliseo y escuchar las voces del público en las graderías la llenaba de fuerza para olvidar el malestar que la incomodaba.
En las semifinales contra Puerto Rico, la deportista santandereana fue una pieza clave para vencer a este equipo, porque, detrás del arco ella logró anotar la primera de 21 canastas, la cuales la convirtieron en el LeBron James del partido y así logró clasificar a la final de los juegos, con el once veces campeón a nivel centroamericano, Cuba.
Con más de 8.000 espectadores en la tribuna, ese día, se escuchaban alrededor del coliseo pitos, tambores y cantos que animaban al equipo local. Caía la tarde y los reflectores iluminaban perfectamente el lugar, al interior de la cancha el ambiente estaba lleno de tensión porque cada momento era decisivo y cualquier error podía cobrarles una mala jugada.
Era el último partido de los Centroamericanos, el que marcaría la historia del baloncesto femenino. El árbitro pitó y los ánimos se fueron perdiendo cuando el juego comenzó a favor de las cubanas.
Un respiro en el intermedio fue lo que le permitió al equipo colombiano salir con una nueva actitud, otra cara para enfrentar los minutos más decisivos del partido, pues luego de una charla con el entrenador Luis Cuenca y la alegría de los espectadores, el Seleccionado Colombiano no tenía chance de perder.
El juego estaba muy reñido: tanto cubanas como colombianas sudaban la gota al ver que, en el último cuarto, el marcador indicaba el mismo número de puntos a favor de cada selección, pero, sin lugar a dudas, tiempo extra fue lo que necesitó Colombia para que el resultado fuera histórico, pues Alejandra Caicedo, quien anotó la última canasta, cerró el certamen con un el marcador 67 a 65 puntos, quedando así llantos de alegría y abrazos conmovedores en la cancha y en el corazón de cada deportista.
Más allá de las medallas y el balón, hay una mujer amante de la naturaleza, de hecho, le preocupa bastante el medio ambiente y además, se define como una fanática de los perros. Vive con tres Pit Bull y una Cocker Spaniel, o como ella diría Mati, Ramses, Rita y Kyra, sus cuatro grandes amores.
*Estas notas hacen parte de un acuerdo entre Pulzo y la Universidad de la Sabana para publicar los mejores contenidos de la facultad de Comunicación Social y Periodismo. La responsabilidad de los contenidos aquí publicados es exclusivamente de la Universidad de la Sabana.
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