y reconciliación del colectivo social que está atomizada por la polarización.

Pasar la página del conflicto y avanzar en la construcción de futuro es una tarea pendiente de los colombianos, restablecimiento de una convivencia pacífica solo será posible cuando se supere el desequilibrio que se tiene frente a una realidad parcializada de Colombia. Flaco favor hace al esclarecimiento de lo vivido, en el marco del conflicto, que la JEP y la Comisión de la Verdad sean incapaces de desligarse de los sesgos políticos que los acompañan. Instancias llamadas a ser objetivas para ser ecuánimes, frente a los actores del proceso, están plagadas de agentes que se constituyen en juez y parte en cada una de las diligencias; grotesco fue evidenciar que quienes fungen de interlocutores señalan e indilgan culpas sin reconocer su posición conexa en favor de uno de los implicados.

Actores del conflicto armado colombiano fueron la guerrilla, los paramilitares y el Estado, relato de la conflagración exige escuchar y dar validez, con beneficio de inventario, a la versión que cada uno brinda para completar la narrativa de la historia colombiana. Peligroso factor de verdad es escuchar solamente lo que se alinea con la posición de cuotas burocráticas, reducir el discurso a la incompleta interpretación que busca garantizar la impunidad de un grupo guerrillero, narco-terrorista, y condenar a quienes lo combatieron con contundencia. Esfuerzo por revertir los hechos, borrar atrocidades y convertir en víctimas a los victimarios, lejos de una intención de paz, es la naturalización del propósito de un clan que firmó el acuerdo de La Habana y pretende invisibilizar que está en deuda con el arrepentimiento, la entrega total de las armas, las rutas del narcotráfico, los bienes inmuebles y materiales, el dinero y demás elementos para la reparación de las victimas.

Miles de desaparecidos, de los que se sigue esperando información, y reductos no desmovilizados y reincorporados son el “Inri” que acompaña a una apuesta de paz que es salpicada y pisoteada por unas FARC que siguen delinquiendo, reclutando niños y traficando droga. Disidencias son un fenómeno que vincula a la guerrilla, pero no es ajeno a lo que aconteció en el pasado con grupos paramilitares o carteles de la droga; miopía social nubla e invita a desconocer que unos optaron por el delito, otros pagan o pagaron por sus penas en prisiones nacionales o internacionales y el resto fungen de próceres de la moral y las buenas costumbres sin siquiera responder por sus acciones non-santas del pasado. Delgada línea entre los procesos de negociación, que se acrecentó con el No al plebiscito de octubre de 2016, es el que no permite concebir, al grueso de la población colombiana, que quienes hicieron tanto daño a la sociedad, desde la ilegalidad, ahora gesten la desestabilización desde la legalidad ocupando un escaño en la clase política.

Difícil es para los comunes que los colombianos olviden que ellos mataron a miles de personas a lo largo y ancho del país, secuestraron, torturaron, violaron, destruyeron poblaciones enteras, desplazaron comunidades, traficaron droga y reclutaron niños. Afán y ansias de poder de la izquierda atiza la polarización nacional exaltando personajes con los que difícilmente se puede compartir algún tipo de principio. Intenciones de paz son el foco distractor para legitimar la indelicadeza de actores políticos que quieren reducir 60 años de conflicto al odio recalcitrante sobre una ideología de extrema derecha que por doquier representa a un expresidente. Participación de excombatientes en actos de perdón denota el cinismo de caudillos electoreros que faltan a la verdad de los hechos, y bien alejados están del sometimiento para normalizar todo lo sucedido en la espiral de beligerancia que circundó a Colombia desde la década del 50.

Madurez democrática del país pide llamar las cosas por su nombre, reconocer que Colombia quiso poner fin a un conflicto armado, pero olvidó estructurar un plan de transición o estrategia política y militar que hiciera frente a la desmedida presencia de poderosas bandas criminales que son financiadas con secuestros, extorsiones y narcotráfico. Mamertos que añoran vivir como parásitos desde la financiación estatal son los que están poniendo palos en la rueda a la gente que apuesta por trabajar para el progreso de Colombia, es claro que la falta de valores y principios es la que está llevando desesperadamente a los sensei humanos a perder el norte en su intención de llegar al poder a como de lugar. Desestabilización del país, desde la política de egos, no admite ningún tipo de crítica para su líder salvador, maquiavélico sujeto que sabe hacer uso magistral de narrativas manipuladas, e intereses políticos y electorales, que construyen un relato falaz que afecta a la nación.

 

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Odio, violencia y falta de empatía rayan la ideología de unas instancias con poca voluntad de construir en la diferencia, mentiras que se tejen, con el apoyo de corrientes afines al progresismo y el socialismo del siglo XXI, son las que debilitan la posibilidad de construir memoria histórica y hacer justicia para las víctimas del conflicto en Colombia. Búsqueda de un puerto de llegada debe conducir a recorrer un sendero con transparencia, equilibrio y serenidad; reto para la JEP y la Comisión de la Verdad es ser unos entes equilibrados y no una instancia que busca contar la verdad basada en una sola visión de los hechos. El relato de Colombia no puede estar circunscrito solo desde los victimarios, discurso que se vende como verdad, y efectivamente no cuenta lo que en realidad  pasó, traerá más frustración, más rabia y menos paz de la que nunca ha habido.

Grave problema del imperfecto acuerdo de La Habana fue no incluir a los colombianos en la ratificación de todo lo pactado, validar la participación política de insurgentes que desde el legislativo, sin cumplir con los requisitos de la negociación, allanan el camino para limpiar la reputación de un grupo guerrillero y que sean los colombianos quienes les salgan a deber por su lucha social de tantos años. Problema de la justicia está en el sesgo que dejan ver magistrados y jueces que desde una filiación política jamás interrogan a exguerrilleros con la misma vehemencia e intensidad que lo hacen con quienes pertenecen a la ideología de derecha colombiana. Enemistad de los extremos tiene su símil en los barras bravas del fútbol, bravuconería de micrófono que desconoce que el buen actuar se construye desde una ideología superior del bien; centro político que parece una utopía, pero tiene un verdadero criterio sobre valores, iniciativas, acciones, verdad y sociedad.

 

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.