¿Y no se pueden hacer en el 50% que les corresponde? No tiene que ver con amor o fastidio, tiene que ver con simetría, con la justicia divina del espacio de la cama. Los humanos deberíamos seguir las leyes del equilibrio y asumir la parte que nos corresponde de todo, el 50% de un embarazo, el 50% de una relación, el 50% de las peleas y LA MITAD DE LA CAMA.

El sexo tiene que ver con disfrutar, ya lo he dicho mil veces y no como muestras de amor o como moneda de transacción (a menos de que sea consensuado). La parte que me corresponde es tener ganas o no y, aunque a veces es difícil, ser honesto, no por querer engañar necesariamente, sino porque las emociones se mandan solas y los sentimientos, igual que las calenturas, también.

La falta de comunicación y los supuestos de la sociedad nos han hecho pensar que si el otro no quiere hacer cucharita después del sexo es falta de interés, falta de amor, incluso ganas de quererse ir de inmediato. No puedo afirmar que sea una mentira en todos los casos, pero sí puedo confirmar que cuando tengo calor lo último que quiero es un abrazo, que después de estar cabalgando encima de un sujeto y nos venimos mi máximo nivel de contacto permitido es una mano en el culo. Ese momento no está diseñado para hacer encuestas de desempeño, ni hablar de cosas trascendentales o declaraciones o preguntas de amor.

He sentido amor duradero y fugaz, pero este sentimiento poderoso nada tiene que ver con la forma en la que uno se revuelca con otro, ni los tiempos, ni la fuerza, ni la frecuencia. Y mucho menos tiene que ver con la tolerancia a los pegotes sudorosos y a altas temperaturas e incomodidades físicas con las que nos encontramos a la hora de compartir cama. No me da asco el sudor o las secreciones corporales, pero mi sentido común me dice que no es necesario juntar sudores para manifestar amor, la cucharita después del sexo se vuelve, en mi caso, más una tortura mutua que un acto de “Felices por siempre”.

Disney, Grecia y las chick flicks se han encargado de arruinar la sana convivencia y el equilibrio universal. Y es que creer que el amor solo es que el otro haga todo lo que uno quiere no solo es egoísta, también es desgastante, porque vivimos de decepción en decepción sin que nos lean los pensamientos y con ojos de Giordano porque yo dije que no me pasaba nada y el otro me creyó.

Está esa fórmula sencilla, pero no fácil de usar, que solo funciona si está en un nivel evolucionado de su existencia: Preguntar, si y solo si está dispuesto a creer. Claro, al principio es una bomba de tiempo, pero creo que al ver que el otro me cree tendré que inventarme otra respuesta que sí me dé las respuestas que quiero. Puede que el interrogado no diga la verdad, pero como yo puedo crear mi propio universo, puedo decidir que es verdad y actuar en consecuencia. Puede ser el principio de una nueva vida feliz o el final de la tranquilidad tal y como la conocemos. Me han pasado las dos y sigo con mi firme creencia de creer cuando pregunto, cuando advierto que no es falta de amor, es calor y que la cama es grande para que quepamos los dos y no nos toquemos tanto cuando hace calor.

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