“Curar algunas veces, aliviar frecuentemente y consolar siempre y aquí entre nosotros”- Frase medieval.

Esta es una reseña que no será hecha en mis palabras, porque la belleza de las palabras de la escritora del libro que hoy comparto merece permanecer intacta. 

La autora, Adriana Serna Lozano (Bogotá, 1977), es una médica cirujana, la cuarta mujer en el país en obtener el título de cirujana torácica en Colombia, líder del programa de detección de cáncer de pulmón en Colombia, docente de varias universidades y clínicas, en suma, una de las profesionales de la salud más destacadas del país. Les recomiendo ver el lanzamiento de su libro el pasado mes de junio.

Hace unos días llegó a mis manos, amorosamente, a través de una amiga con la que luchamos juntas por un mejor sistema de salud centrado en las personas, un precioso ejemplar editado por Taller de Edición Rocca. Una edición ilustrada a cargo de Liza Ariza, con ilustraciones de Ana Paloma del Valle. Su nombre: “Sin miedo a la sangre” (Colección Ex. Libris 2021), con una carátula del mismo color de ese líquido al que hay que honrar, cuidar “y no permitir que se derrame impunemente, porque ese líquido del color del rubí olor de cobre, lleva la carga genética de un pueblo, la memoria …, el oxígeno, las cargas positivas y negativas de nuestra entropía, la melancolía, las hormonas de la felicidad y de la supervivencia, las sustancias del amor, del placer, de la maternidad y también la del miedo.“´ 

Confieso que, desde que la empecé, es decir, desde los epílogos, no quería terminar de leer la novela… y encontré la frase perfecta para eso en la mitad del libro: “Demorar placeres puede ser en sí mismo un gran placer” … pero todo tiene un fin, hasta los más deliciosos y extensos placeres.

Se trata de un libro epistolar, a ratos autobiográfico, una “comunión entre cartas y canciones”, de un personaje ficcional, la médica cirujana Clara Inés Sierra Esquivel, quien en junio de 2018 comienza a escribirle cartas al Dr. Ricardo Ferreira, una eminencia médica paulista a quien conoció en Brasil en una práctica en un hospital, en donde pudo ser testigo de la magia de compartir una vocación que, como la médica, está en el arte de sanar con las manos: “Conocí por fin alguien que, como yo, encuentra inmenso gozo en el acto de arreglar con las manos, paso a paso (…)” “(…) la cirugía pareció tan sencilla, bien podría haberse compuesto una melodía con la suavidad de cada uno de sus movimientos ejecutados sin torpezas, con pausas rítmicas, sin dudas, con la certidumbre mística del verdadero curandero.” 

A partir de 11 cartas – capítulos del libro – asistimos a la historia de los momentos más importantes en la vida de Clara pero, sobre todo, a sus profundas reflexiones sobre la sangre, sobre las renuncias que supone el ejercicio de la práctica médica por parte de una mujer que decide apartarse de su misión matriarcal (“A esto se le entrega entera la vida se le vende el alma”), sobre el matrimonio y la soledad – inevitable reflexionarlos juntos-, sobre el feminismo y las luchas sociales, sobre la pandemia, sobre la muerte misma, sobre el miedo, sobre el amor. 

La música que nos describe, y que aconsejo sea escuchada a lo largo de la novela, desde Césaria Évora, pasando por la música cubana, por Luis Fernando Aute y Fito Páez, por Michael Neyman, por Sting, entre otros, es maravillosa… La buena noticia es que la música esta en el listado de Spotify llamado “Ricardo&Clara” y se accede a él a través del código QR que viene en el libro…

Las cartas no son una mera excusa para la construcción de una relación con el Dr. Freire: son verdaderas protagonistas de la novela. Cartas que empiezan de “usted” y van migrando a un “tu” y a una intimidad que solo se logra con la cadencia de la “epistolaridad” (creo que me acabo de inventar esta palabra). Son cartas fluidas en las que intuyo la consciencia de la ausencia de varios puntos seguidos y puntos y comas, para bien del bombeo de la sangre del relato. Porque eso es leer a Adriana: sumergirse en los fluidos de la vida, entendiendo que “no se necesitaba nada, ni duendes, para encontrar la magia del teatro quirúrgico (…) que es más bien una obra de arte viva, cambiante, mía, pero que no depende solo de mí (…)”

Cuando se ha trabajado toda una vida en el sector salud se aprende a admirar a los/las médicos/as in crescendo. Y cuando una de ellas osa bajar su mirada al plano terrenal para contarnos a través de letras que entrelazan sus miedos, sus emociones, sus pensamientos, y la adivinamos humana y mortal, lejos de la infalibilidad, pero con una humanidad infinita, es cuando admiramos el milagro, el nacimiento de una rara avis de la escritura.

Desde el inicio nos cautiva con su relato sobre su año rural en el Amazonas en donde los meses “pasaron dulcemente entre la sensación de vivir sin miedo y la de no tener mayor obligación que la de ejercer la buena medicina procurando honrar a nuestros maestros.” Allí aprendió que “la gente criada en la selva vive una estrecha conexión con lo espiritual, concibe el equilibrio en medio de la pureza del cuerpo y del alma, (…) viven en paz con los cuatro elementos, tierra, agua, aire, y fuego, están conectados con la fuerza interior del hombre “… Y es por ello que “así como los curas usan el viaje y se limpian y se hacen dignos de convertirse en curanderos, también nosotros deberíamos buscar un estado más reflexivo a la hora de meter las manos dentro de otro ser humano que busca alivio”. 

¡Como no querer que el día en que me enferme del cuerpo, pero también del alma, Adriana sea mi médica de cabecera! …Pero también quiero que sea mi palabrera, mi amiga, la autora de las letras que curen mi alma. 

Clara Inés nos habla sobre el terrible aburrimiento que le causan los prejuicios “porque es una ridiculez lidiar con ellos toda la vida siempre que nos percibimos distintos de alguna manera nos sentimos en desventaja y nos esforzamos inútilmente en demostrar verdades absolutas verdad es inexplicablemente contradichas por la sociedad en ese intento de la mayoría de llegar al confort de pertenecer de identificarse.”

Y Clara-Adriana nos escribe sobre el sentido y el valor de enseñar, ella que ha formado a tantos médicos y a quien rogamos no lo deje de hacer nunca…”Enseñar es dejar herencia, cada minuto de medicina bien hecha se queda en la memoria de alguien que esté observando o sintiendo o aliviando (…) no existe nada más duradero que seguir con vida porque después solo sigue la nada, o eso creo, y si el reloj suyo o el mío se detienen y hemos enseñado lo que aprendimos, entonces habrá quedado la huella más profunda de nuestro paso por la tierra.” 

Clara Inés nos enfrenta también a la muerte, ese lugar profundo al que deberían llevar a los estudiantes de medicina, porque, como profesionales de la medicina“…uno va ganando confianza y enfrentándose a todo sintiéndose invencible porque es necesario para dedicarse a esto, es indispensable entrenar el cuerpo y el espíritu, empezar adoctrinado y terminar entrenado. (…) somos capaces de contener lo que el resto del mundo repudia, de familiarizarnos con la sangre y los líquidos corporales con el dolor y el miedo buscamos el equilibrio usando manos de artista y conocimiento profundo. Y lo más importante somos capaces de ver a los ojos a la muerte.” Esa que “siento venir helada, oscura, sonriente, triunfal, como diciéndome que esta noche tiene hambre y que yo no soy nadie para detener el curso de lo que está por suceder.” 

De la religión, nos dice que “es un accidente geográfico en muchos de nosotros, en otros una auténtica búsqueda de verdades que en el fondo coinciden, de manera que la verdad debe ser una sola, que se va adaptando de acuerdo con las circunstancias de tiempo lugar que corresponde a cada hombre o mujer poblador de este planeta.”

No alcanzaría acá a escribirles todos los tesoros que encontré en su novela… porque la he subrayado, rayado, leído y releído; sus frases me ocuparon más de 8 hojas: sus reflexiones sobre la fuerza interior y sobre el paso implacable del tiempo y la finitud de la vida, son extraordinarias.

Solo quiero finalizar diciéndoles que la descripción de las navidades familiares bogotanas me transportaron a un pasado lejano en el tiempo, pero cercano en el corazón. Tengo los mismos recuerdos de la Navidad, con un montón de comida preparada por todas las abuelas y las mamás, y tengo los mismos recuerdos de la pólvora, de los niños y niñas quemando chispitas de bengala y los adultos buscapiés, voladores y volcanes. Todos rezando antes de medianoche la novena de aguinaldos ansiosos por los regalos que nos iba a traer el Niño Dios, y todos reunidos frente al pesebre tocando instrumentos musicales artesanales y cantando villancicos. Tus recuerdos alcanzaron mis recuerdos, Adriana. Gracias por tus letras venideras, gracias también…desde ya. 

Columnas anteriores

La neutralidad de género y la vida en clave masculina

Pablo de Rokha: su vida en ‘Mala lengua’

“La vida en letras”: reseña de ‘En torno al frenesí’, de Fanny Buitrago

El poder de las historias que salvan

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.