Si bien devoré el libro en un viaje de avión de 3 horas entre El Cusco (Perú) y Bogotá (Colombia), mi corazón llegó encogido a Colombia después de semejante historia.

La muerte de la gran escritora Toni Morrison, hace unos pocos días, pasó desapercibida para muchos. Un amigo me escribió por chat: “Escribe sobre ella. Haz que la leamos”.

Y le estoy haciendo caso, aunque no sé con cuanto éxito porque los libros que confrontan, así sean de lectura fácil, no son del agrado común, y ello sin contar con que en Colombia Morrison es prácticamente una desconocida. Toni era una mujer fuera de serie: primera mujer negra ganadora del Premio Nóbel de Literatura en 1993, ganadora en 1977 del Premio de la Crítica (National Book Critics Award) por La canción de Salomón, y del Pulitzer (1988) por Beloved, de la que la crítica indica que, junto con The Blues Eyes, son sus mejores obras.

Su primera novela, escrita cuando bordeaba los 40 años, es Ojos azules, “The Bluest Eyes”, con un título mal traducido en español: en realidad debiera ser Los ojos más azules. Y ello no es menos importante pues Pecola, la protagonista, una niña negra y fea, sólo aspira a tener los ojos mas azules posibles – y que nadie mas los tenga más azules que ella- para parecerse a Shirley Temple…y así cumplir el ideal de belleza blanco.

Toni Morrison, como los personajes de su novela, nació en una familia de clase trabajadora en Lorrain, Ohio, pueblo en donde transcurre la obra. Su alma inquieta fue capaz de transferir a las voces de los personajes reflexiones profundas sobre conceptos impuestos en nuestra “blanqueizada” sociedad: el derecho masculino al abuso de la mujer, el machismo imperante, la normalidad de la pobreza en poblaciones segregadas como la negra, la voz femenina, la niñez desbaratada en traumas, el asco del blanco hacia el negro, la locura como criterio discriminador…conceptos dolorosos que aún persisten – cada vez menos, por fortuna – en algunos sectores de nuestra sociedad, y del mundo. Todo ello ambientado entre 1965-69, una época que, tal como dice Morrison, fue de “serios trastornos sociales en la vida de la comunidad negra (en Estados Unidos)”.

Mi cercanía con la literatura afro – si es que se puede denominar así- comenzó hace unos años a través de la lectura de las obras del colombiano Arnoldo Palacios – del que se ha dicho que, a pesar de su escasa obra, podría ser el García Márquez negro de la literatura colombiana-, lo que me llevó a leer a varios de los autores del movimiento cultural denominado “Négritude”, en Francia y Las Antillas, que influyeron profundamente su obra. Así, Franz Fanon, Aimé Césaire, Leópold Sédar Senghor, entre otros, se convirtieron en mis mejores amigos durante los meses en que investigué y elaboré mi tesis de grado con la que obtuve mi título del Máster de Estudios Avanzados de Literatura Española e Hispanoamericana, tesis que versó sobre un libro magnífico de Palacios, autobiográfico, llmado Buscando a mi madredediós.. Leer ‘Ojos Azules’ me recordó la lectura de la primera novela de Arnoldo, ‘Las Estrellas son Negras’ (1949) ese libro que figura en el canon colombiano de los 100 libros que deben ser leídos antes de morir.

La Pecola de Morrison, nació con esa estrella negra… tal como le sucedió a Irra, el personaje principal de la obra de Palacios. Esa sensación de vulnerabilidad, de inferioridad, de autodesprecio racial que impregna todo el entorno de los personajes, esa estrella, es la verdadera protagonista de ambas novelas. Pecola, la fea, la abusada, la embarazada de su propio padre… La intención de la autora, confesada en el epílogo, era no solo afectar sino conmover al lector, y lo cierto es que el dolor de la estrella negra se siente en todo el cuerpo y el alma mientras se lee el libro porque “este es un relato terrible sobre cosas de las que una preferiría o saber nada”, dice Morrison. Como la narrativa de las torturas en el Holocausto, o los relatos sobre violencia de género y sexual…

Por eso es que no sé si con esta columna voy a hacer que la lean. De hecho, no la lean si no quieren ponerse en la piel del segregado, de ese ser apesadumbrado por la discriminación y la autodiscriminación. No la lean si no quieren sentir el sufrimiento transmitido por las sutiles palabras de una prosa con mirada infantil, la de Claudia, la narradora, una de las primas de Pecola que se duele tardíamente de haberla abandonado a su locura.

Personalmente creo que necesitamos leer no solo para reírnos, distraernos o huir de la realidad. El leer nos puede llevar al sentir y el sentir a comprender. Y eso es lo que hace la novela de Morrison: darnos una perspectiva de la situación de un colectivo que aún hoy es víctima y blanco de la incomprensión humana. Por eso la leo, y la seguiré leyendo: porque me remueve las entrañas y, que eso te lo produzca un libro, es sencillamente extraordinario.

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