Y entiendo también por qué en su honor se nombró al Concurso Literario de Narraciones Cortas Luis Landero, que convoca a alumnos matriculados en centros de secundaria de España y de países hispanoamericanos, que no superen los 21 años. Y su autor merece no menos que una corona de laureles.

Se trata de ‘Lluvia Fina’ (Tusquets, 2019) de Luis Landero (Albuquerque, Badajoz, 1948), descendiente de una familia de judíos hojalateros ambulantes que se establecieron en el siglo XV en España.

Landero, procedente de una familia campesina, pasó los primeros años de su vida en fincas de su padre en Albuquerque y Valdeborrachos. De aquella época recuerda a su abuela Francisca, sentada con él en sillas de palma en el jardín de la casa, contándole relatos que empezaban con “hace mucho tiempo en un lugar lejano…” que él podía quedarse oyendo horas enteras. Así empezó su amor por las historias. De su vida en aquella idílica edad da cuenta un bellísimo programa de RTVEA los 12 años, la familia se trasladó a Madrid.

A la muerte de su padre (1964), Luis decide dedicarse de lleno, y de forma profesional, a la guitarra flamenca, a la que dedicó medio cuerpo y media alma por muchos años, y que inspiraría años después su novela ‘El Guitarrista’ (2002), porque las otras mitades, las dedicó a una naciente afición: los libros y la literatura. Y ha sido ganador de múltiples premios, no de esos puramente comerciales, sino de los que valen la pena…incluido el Premio Nacional de Literatura de España (1990) y el Premio de los Libreros de Madrid (2015)

Landero estudió Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid, en donde también fue profesor ayudante de Filología Francesa, para después continuar ejerciendo la docencia en Lengua y Literatura españolas en el Instituto Calderón de la Barca de Madrid, en la Escuela de Arte Dramático de Madrid y hasta en la Universidad de Yale.

‘Lluvia Fina’ nació de una noticia real; para conocerla habremos de esperar al final del libro. Gabriel ha decidido celebrar el cumpleaños número 80 de su madre, para lo cual llama a sus hermanas y a una antigua pareja de una de ellas; los invita a reunirse “en familia” y “hacer feliz” a su madre. Su esposa Aurora, le advierte, poseedora ella de todas las versiones de las historias familiares de la madre, hermanas, parejas y exparejas de las hermanas de Gabriel, de la tragedia que podría estar a punto de desencadenar.

La novela es un fiel y estudiado retrato de cómo las versiones y secretos familiares pueden devenir en descontrol. Ha sido clasificada como una novela psicológica, pero yo la clasificaría de suspenso psicológico.

Desde el inicio de la novela, intuimos que algo – una fatalidad – va a suceder, algo, pero no sabemos exactamente qué, cómo ni cuándo, ni a quién:

“Ahora ya sabe con certeza que los relatos no son inocentes, no del todo inocentes. Quizá tampoco lo sean las conversaciones de diario, los descuidos y equívocos verbales o el hablar por hablar. Quizá ni siquiera lo que se habla en sueños sea del todo inocente. Hay algo en las palabras que, ya de por sí, entraña un riesgo, una amenaza, y no es verdad que el viento se las lleve tan fácilmente como dicen. No es verdad.”

Y anticipa el final: “…los pequeños y viejos rencores, por viejos y pequeños que fuesen, estaban latentes en la memoria, al acecho, esperando la ocasión de volver al presente, renovados y recrecidos, rescoldos aún tibios que el menor viento podía avivar en llama, o como esas historias en cuyo planteamiento, inocente o cómico en apariencia, está ya la semilla de un final desdichado.”

Las voces entrecruzadas de la novela se corresponden fielmente con las historias entrecruzadas que relata, y que se contradicen entre sí. No hay verdades, solo versiones, más aún en los recuerdos familiares. Esto me hace recordar a mi madre cuando habla con su hermana – mi tía – y cuentan experiencias tan disimiles que la una le dice a la otra que definitivamente debieron pertenecer a familias diferentes, pues el recuerdo de la una es completamente distinto del de la otra. Y en nuestra novela, el narrador se atreve a anticipar el final: “Puede ocurrir que ciertos ecos de los dichos, y hasta de los dichos más triviales, sigan como en letargo durante muchos años, latiendo débilmente en un rincón de la memoria, (…) Y siempre, siempre, los relatos o las palabras que vuelven de los oscuros ámbitos de la memoria llegan en son de guerra, cargados de agravios, y ansiosos de reivindicación y de discordia.”

Las figuras profesorales de Gabriel y Aurora, los protagonistas, sin duda tienen sus orígenes y reflexiones en el ejercicio de la docencia de Landero: contraposición lector-escritor-profesor. Gabriel, “…el único niño del mundo que nació riendo y con un único objetivo en la vida, ser feliz”, se convertirá en un filósofo que se cree poseedor del concepto de felicidad.

Santos Sanz Villanueva describe a Gabriel como la contrafigura del Julien Sorel stendhaliano, como un hipócrita ensimismado en la indolencia; un personaje insondable y cuya oscuridad está cubierta de su propia lluvia fina. Aurora se pasa la vida “preguntándose cómo era en realidad Gabriel, con qué tipo de hombre se había casado, qué había en él de apariencia y qué había de verdad.” Y el ir descubriendo su realidad será determinante para Aurora.

Los personajes están tan bien caracterizados, que resulta ineludible relacionarlos con personajes literarios prototipo: Aurora, la esposa de Gabriel, con ese nombre tan evocador – la aurora de la mañana que está dispuesta siempre a recibir lo que traiga el día, lo que traigan todos, lo que vengan a contarle, es una especie de mujer bíblica:

“¿Qué habrá en Aurora que despierta enseguida la confianza de la gente y las ganas de sincerarse con ella y de contarle fragmentos antológicos de su vida, secretos que acaso el narrador no ha revelado nunca a nadie? Pero a ella sí. A ella todos le cuentan, todos la quieren, todos le agradecen su comprensión, su manera tan dulce, tan consoladora de escuchar.”

El nombre del libro deviene de los relatos que empapan a Aurora con la lluvia fina, cada versión cubierta de la lluvia del propio recuerdo que cada uno le cuenta… Y ese peso de que “…todas las versiones de todas las historias terminan confluyendo en Aurora. Ella es en realidad la única dueña absoluta del relato, la que lo sabe todo, la trama y el revés de la trama”, marcará el destino de esta mujer, que ahora resulta que, por primera vez en su vida, también ella tiene una historia que contar, y con gusto se la contaría a alguien, pero no tiene a quién…”

La madre de Gabriel, actualización del arquetipo de la intransigencia, la frugalidad y la fatalidad, una Bernarda Alba de la baja clase media urbana, una mujer apocalíptica, que inculca a sus hijos desde pequeños que “la alegría trae mala suerte porque detrás de la alegría acecha siempre la desgracia. “Los llantos los oye Dios y la risa el diablo”, y su fuerza oscura es tan grande, que sus hijas acaban sintiendo un miedo percudido y perenne “a que los dioses oigan nuestras risas y nos castiguen con alguna desgracia”.

Las hijas, Sonia y Andrea, hermanas de Gabriel carcomidas por el resentimiento y el odio hacia la madre, cada una por razones diferentes que tienen que ver con haberles robado los sueños y la vida, ambas evocación del mito de Caín; el ex esposo de Sonia, Horacio, freudiano, una especie de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, un gentleman aviejado con una mente sexualmente trastornada y la alegoría del mal en sus entrañas. Finalmente está la figura del padre de Gabriel, Sonia y Andrea, simbolizado en la pintura del “Gran Pentapolín”, un fantasma nostálgico: “Sonia y Andrea recuerdan la época del padre como el paraíso del juego y de las risas, y del vivir confiado y feliz. Las dos piensan también que, de no haber muerto, las cosas hubieran sido muy distintas, y que es posible, casi seguro, que todos hubieran podido realizar sus proyectos, cumplir sus sueños. Y hubieran sido incluso una familia armónica y feliz.”

Se trata de una novela con un uso impecable del lenguaje, con citas memorables, de esas que uno quiere conservar subrayadas para toda la vida: “¡qué tendrá la narración que nos consuela tanto de las culpas y errores y de las muchas penas que los años van dejando a su paso!-… es verdad que contra las pesadumbres ya irreparables del pasado no hay mejor elixir que exponerlas sin prisas ante un auditorio indulgente e incluso solidario.

Cuando todos se sienten fracasados por no cumplir sus sueños es porque antes no tomaron la precaución elemental de no dejarse embaucar por los sueños;(…) con el ruido me concentro mejor, porque me defiende de los sonidos imprevistos, que son los que distraen de verdad; (…) Dos peligros acechaban al hombre: uno y principal, la lucha por la supervivencia, y una vez superado este, la lucha contra el tedio de existir; (…) El verdadero amor nunca acaba bien, porque su realidad no es de este mundo; (…) El amor es como vivir en el Paraíso Terrenal, donde no existen la culpa ni el pecado; (..) cuando no se tiene imaginación no se puede amar de verdad, porque el amor es casi todo imaginación.” En fin. Tantas y maravillosas citas que podría llenar un libro completo solo con ellas.

Dos novelas más de Landero, ‘El guitarrista’ (2002) y ‘El balcón en invierno’ (2014), también fueron elegidas en el pasado como los mejores libros de ficción del año por El Cultural de España. Así que podrán imaginarse la calidad de libro y de autor frente al que nos encontramos.

Un gigante de la literatura española que, en Colombia, no ha tenido el eco que se merece. Un cervantino a carta cabal, un maestro. Vale la pena leer ‘Lluvia Fina’. Y lo mejor… el final de la novela: una apoteosis bíblica.

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