“(…) experimentaba cada tanto uno de esos éxtasis repentinos, sutiles y tal vez microquímicos –pequeñas luces centelleando en lo más hondo del tejido cerebral– que ocurren cuando encontramos finalmente las palabras para expresar un senti-miento muy simple que, sin embargo, había permanecido innombrable hasta ese momento. Cuando las palabras de alguien más entran en la conciencia de ese modo, se convierten en pequeñas marcas de luz conceptuales. (…). Pero a veces una luz, por chica y tenue que sea, puede evidenciar la oscuridad, ese espacio desconocido que rodea, y la ignorancia sin bordes que envuelve todo aquello que creemos saber. Y esa admisión y aceptación de la oscuridad es más valiosa que todo el conocimiento factual que podamos llegar a acumular.”

Disculpe el lector la extensión de la cita pero es la misma Luiselli la que, no pudiéndolo decir mejor, describe lo que sentí cuando la leí por primera vez. Y sí, fue con este libro. Me encantan las primeras veces porque son aquellas que me hacen descubrir y sumergirme en un mundo de escritores/as y obras que estaban fuera de la mira periscópica y que de pronto, se convierten en más que aliados.

Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983) es, hoy por hoy, una de las principales figuras de la literatura mexicana; es novelista, ensayista, autora de los libros Papeles Falsos (Sexto Piso, 2010) y Los niños perdidos. Un ensayo en cuarenta preguntas (Sexto Piso, 2016), ganador del premio American Book Award 2018, y de las novelas Los ingrávidos (Sexto Piso, 2011)​ La historia de mis dientes (Sexto Piso, 2013), ganadora del premio Metropolis Azul, y Desierto sonoro (Sexto Piso, 2019), todas relacionadas con el fenómeno – no deberíamos llamarlo así dado que ya no es nada extraño, es lo normal en el mundo, de la migración. También ha escrito para Letras Libres, The New York Times y El País de España.

La novela que hoy reseño fue originalmente escrita en inglés, Lost Children Archive, en castellano Desierto sonoro, que en este 2020 ganó el Premio Rathbones, otorgado por primera vez a una mujer, es una narración en cuatro partes, trece capítulos, y 2 voces principales -no únicas, la voz adulta, la de la protagonista latinoamericana (con grandes rasgos autobiográficos de Luiselli, tales como su residencia en NYC, su hija, la figura de su madre que la ha abandonado desde pequeña, entre otras), y la voz infantil, la del hijo de su pareja -que no es hijo de ella, voces que, complementándose entre sí, nos dan la mirada completa del universo del relato.

La obra es una mezcla de novela de éxodo y de carretera, y su intertextualidad hace que se pueda disfrutar al máximo tanto en físico – leyéndola- como en audiolibro, en el proyecto de Ed. Sexto Piso con Storytel, narrada por Marina de Rovira, y con auténticos sonidos que hacen que el/la lector/a se transporte a esas realidades narradas; porque de ninguna manera podríamos llamarla ficciones.

Nos encontramos con una pareja, cuya relación no está pasando por su mejor momento, que viaja en carro con el hijo de él y la hija de ella desde Nueva York hasta Arizona. Ambos son documentalistas – perdón, sólo ella lo es porque él se autodenomina “documentólogo”, un oficio de mayor rango. Vienen de trabajar en un proyecto juntos, “Paisaje sonoro”, para el Centro de Ciencia Urbana y Progreso de la Universidad de Nueva York, “cuyo objetivo era registrar y catalogar los sonidos emblemáticos o distintivos de la ciudad, …realizar un muestreo de la metrópolis con la mayor diversidad lingüística del mundo, y mapear la totalidad de los idiomas hablados por sus adultos e infantes”, proyecto gracias al cual se conocieron y que aún no han terminado cuando inicia el periplo. Durante el viaje, cada uno se concentra en un proyecto propio: él está tras las huellas de los últimos apaches y ella busca documentar, para el Centro de Historia Oral de la Universidad de Columbia, la diáspora de niños indocumentados que vienen de Centroamérica en busca del sueño americano.

Somos testigos del extenso viaje por carretera de estos 4 personajes. En la parte delantera del carro, los adultos, cada uno en su mundo y separándose intelectual y emocionalmente de forma creciente a medida que avanza el viaje. En la parte trasera, los niños, escuchando las historias de los apaches, las conversaciones e historias de sus padres, en especial un audiolibro que atraviesa transversalmente el relato – El señor de las moscas (1954), de William Golding, así como las noticias radiales de todos los niños migrantes, los albergues, su deportación, en fin…las historias de los niños perdidos.

En el carro hay 7 cajas, 1 de la mamá, las 2 de los niños vacías, y 3 del papá. En ellas hay libros, cintas de música, cuentos grabados y un enorme mapa del territorio que están cruzando, 2 proyectos de vida y 4 miedos. El niño, en su particular interpretación de lo leído, oído y vivido en el viaje, enreda en su mente las noticias de la crisis migratoria con el genocidio de los pueblos originarios de Norteamérica, con la angustia de su madre por la desaparición de las 2 hijas de Manuela (una latina amiga de la madre) y con un sentimiento de deber que se va creando en su interior, de encontrar a esas niñas perdidas. Al mezclar estas historias, sucede lo inesperado y la trama del libro vira hacia una aventura “que es la historia de una familia, un país y un continente”.

Una aventura en la que se superpone, en forma de elegías, la historia de 7 niños que viajan en “La Bestia” bajo la “responsabilidad” de un “hombre a cargo” (coyote), de su travesía a pie por el desierto, que en últimas nos recuerda que el sonido de todos los muertos del desierto es el verdadero sonido de ese desierto de Sonora. De ahí el título de la obra.

En la novela se entretejen otras historias, unas tras de otras, otras subyacentes. La historia de las hormigas hopi, consideradas sagradas: Los hombres-hormiga eran dioses que salvaban a los habitantes del supramundo de las catástrofes. Las leyendas e historias de las últimas bandas apaches, en especial la de los guerreros águila (una banda de niños apaches, temibles, que, se comían a los pájaros recién caídos del cielo, todavía tibios, que tenían el poder de controlar el clima, atraer la lluvia o retrasar una tormenta si querían, niños que vivían en las montañas de Echo Canyon, “un lugar donde los ecos son tan fuertes que, “incluso cuando murmuras, tu voz vuelve a ti nítidamente”), de Gerónimo (el último hombre de toda América en rendirse a los ojosblancos)., del jefe Cochise, y de la sanadora Saliva, de la Jefe Nana, del Jefe Loco, de Chihuahua.

Y la extraordinaria historia de Lozen, cuyo nombre significa «diestra ladrona de caballos»”, la mejor niña apache, vidente y curandera, en las guerras de los chiricahuas contra el gobierno gringo, la más valiente en una época en que el gobierno mexicano ofrecía recompensas por sus cueros cabelludos, y ella lo llevaba en 2 trenzas largas. Aquella que presentía cuando algo amenazaba a los suyos y sabía alejarlos del peligro.

Es bien interesante el hecho de que no conoceremos jamás los nombres de los personajes, solo sus nombres “apachizados”, los apodos significativos que construyeron a lo largo del viaje: Pluma Ligera, Memphis, Flecha Suertuda, Papá Cochise

En “Desierto sonoro” no hay forma de ser un/a lector/a pasivo/a, no se puede ser indiferente a todas las referencias literarias que nos proponen los personajes -desde los Diarios de Susan Sontag, pasando por Kerouac, Walt Whitman y sus Hojas de Hierba, Immediate Family, de Sally Mann, Hermanas de Lynne Cheney, a la verificación de cada pueblo mencionado (Shakesperare, Truth and Consequences, y unos nombres de pueblos mágicos, a cada canción – inevitable oírlas mientras se lee el libro, por ejemplo Appalachian Spring, de Aaron Copland, a cada palabra inexplorada. El libro trae un vocabulario, en suma, no se puede ser impasible ante las reflexiones de cómo hacer compatibles los proyectos propios con una relación de pareja, sobre la estabilidad y profundidad de los lazos familiares, sobre el exterminio de los pueblos originarios y la destrucción de sus saberes y tradiciones, sobre la compasión y la capacidad de conmovernos, sobre nuestra humanidad frente a hechos que nos tocan el alma como la migración forzada, más aún, de niños.

“Pienso en todos esos niños, indocumentados, que atraviesan México en manos de un coyote, montados en el techo de un vagón de tren, intentando no caerse, no caer en manos de las autoridades migratorias, ni en manos de narcotraficantes que los esclavizarían para trabajar en los campos de amapola, si es que no los matan. Si logran llegar hasta la frontera de Estados Unidos, los niños intentan entregarse a las autoridades, pero si no encuentran una patrulla fronteriza caminan por el desierto. Si encuentran a un oficial o un oficial los encuentra, los llevan a un centro de detención, donde los interrogan, donde les preguntan: ¿Por qué viniste a los Estados Unidos?”, nos dice Luiselli, anticipándonos un triste destino de deportación o desaparición.

“La pregunta es: en el futuro, cuando rebusquemos en nuestro archivo íntimo y escuchemos de nuevo la cinta de las conversaciones familiares, ¿alcanzarán a componer una historia? ¿Un paisaje sonoro? ¿O encontraremos tan sólo cascajo, ruido, ruinas de lo que fuimos?”. Valeria Luiselli

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