Poco conocemos de él en Colombia a pesar de su descollante carrera literaria. Ernesto Javier Carrión Castro (@elhieloescrito) ha sido galardonado con el Premio Casa de las Américas 2017 por “Incendiamos las yeguas en la madrugada”; Premio Latinoamericano de Poesía Ciudad de Medellín del Festival Internacional de Poesía 2007 por “Demonia Factory”; Premio Miguel Donoso Pareja (2019) por “El vuelo de la tortuga”; Premio Lipp de Novela (2017) por “El día en que me faltes”; Primer lugar en el Concurso Nacional de Literatura Miguel Río Frío (2016) por “Cursos de francés”; Premio Único Bienal Nacional de Literatura de Poesía Universidad Católica Santiago de Guayaquil (2015) por “Como un caracol nocturno en un rectángulo de hielo”; Premio Pichincha de Poesía (2015) por “Manual de ruido”; y con el Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade (2002, 2008 y 2013).

Carrión es uno de los escritores latinoamericanos más prolíficos y, de acuerdo con varios críticos, su obra es un acontecimiento literario que marca un antes y un después en la poesía ecuatoriana y, hoy en día, un imprescindible de la literatura latinoamericana. Su vida ha estado por entero dedicada a la literatura. Destaca su novela ‘Un hombre futuro’, escrita a partir del asesinato de su padre, Guillermo Carrión González, en Guayaquil en 2014. De 2011 a 2017 dirigió el Festival Internacional Desembarco Poético en Guayaquil. Y desde 2012, el proyecto editorial Fondo de Animal Editores junto a la diseñadora gráfica Isabel Mármol, su actual esposa. Ha impartido talleres literarios en la Universidad de las Artes (UARTES) y mantuvo la columna de crítica “Escritor Lector” en la sección CartónPiedra del diario El Telégrafo.

Hay que dar pues, las gracias inmensas a Seix Barral y su colección Biblioteca Breve por traernos este noviembre de 2020 a este autor y a una novela profundamente psicológica y simbólica, en donde se mezcla lo poético, lo social, lo político, lo histórico, lo humano, “donde todos los tiempos también parecen estar mezclados”. Y donde la culpa es una condición imposible de aliviar. Es una novela que rinde tributo a obras como ‘El túnel’ de Ernesto Sábato, a través de la historia de Martín Gallegos en el anochecer del siglo XX.

En ‘La Carnada’, Martín es un muchacho de 24 años, de la clase alta guayaquileña, exitoso, que vive en Boston, lugar al que sus padres lo han enviado a estudiar porque en Ecuador “no hay buenas universidades”. Es 1999 y le descubren un cáncer terminal que le obliga a regresar a sus raíces en Guayaquil, con el expreso objetivo de recoger sus pasos y morir “en paz”. Y en sus pasos hay episodios oscuros, desencadenados en el pasado, tal como me lo indica su autor, por esa “formación de una masculinidad agresiva/pasiva sin empatía hacia el resto de personas y, en especial, hacia el otro género, por la pornoadicción que llega a su vida con la proliferación de sitios de este contenido libre por internet (más chats sexuales en el futuro) que irán moldeando aquello. Consumir todos esos cuerpos fragmentados, “sin identidad”, debe generar un distanciamiento humano”, pueden convertirlo en un mero “coleccionista de imágenes”, condición que, a la larga, puede desembocar en conductas de abuso sexual, en un ambiente donde por demás, usualmente, hay drogas y alcohol en la clase social que aparece allí retratada, que será la clase alta guayaquileña. Recordé pues, ‘Los Divinos’ de la colombiana Laura Restrepo, en donde cierto tipo de conductas cultivadas en la formación de clase y género, pueden desembocar en este tipo de conductas.

Por último, el autor se plantea la idea de un “gran dilema” que hila toda la trama: “O sea, la culpa, que solamente aparece ante el conocimiento de la inminente muerte, aunque al retornar a su ciudad a buscar ese perdón para morir, Martín descubra que la víctima no sabe que lo es. Y aquello plantea el dilema: ¿decírselo para morir en paz? ¿O no decírselo para que ella pueda vivir sin saber por lo que ha pasado? “

Su sugestivo nombre, ‘La Carnada’, alude, según el escritor, a varias cosas: “A cada uno de los actos despreciables cometidos por Martín, desde fingir la soledad para convencer a sus amigos para viajar toda una semana a la playa de Salinas, hasta el cáncer que, siendo totalmente real, vuelve a convertirse en una carnada para lo que ocurre al final. Incluso la culpa jalando de él es solamente una carnada más.”

A lo largo del libro nos atraviesa la historia de Frau Troffea, sucedida en 1518 en Estrasburgo (Francia), una mujer que empezó a bailar durante 4 a 6 días sin interrupción: no podía parar. A los pocos días ya eran mas de 400 personas que se le habían unido y no podían dejar de bailar. A este baile incontrolado y desaforado se le conoce en la historia como “Baile de San Vito” o “Baile de la peste”. Se trató de curar a las personas de diferentes formas, pero ninguna podía dejar de bailar. Al final de ese verano la “fiesta” se había cobrado la vida de decenas de personas por ataques al corazón, derrames cerebrales y por supuesto, agotamiento.

Nos dice Carrión: “Se me ocurrió que los chicos debían conversar algo en sus reuniones con fogata al pie de la playa. El personaje de Diana, que en el futuro será maestra universitaria y que posee un perfil literario ya en juventud, me brindó esa posibilidad. De este modo, el relato de Frau Troffea y la plaga del baile podría convertirse en un compendio de hipótesis que terminarían enriqueciendo el mismo relato que hasta hoy carece de explicación, aportando también más fuerza al contexto de este libro.” Parece que se trató de un episodio de histeria colectiva, no muy ajeno a la adicción incontrolable al alcohol y drogas, transitorio, que sucedió en el colectivo de amigos aquella semana en Salinas y que constituye el corazón de la novela.

La novela sucede entre Guayaquil y el balneario Salinas, con el trasfondo de un barco hundido, que realmente existió en Salinas a finales del siglo XX y al que el autor recuerda haber visto a los 12 años, un barco varado al pie de un manto de rocas, frente a estos condominios lujosos y que siempre le pareció siniestro. “En la novela, el barco hundido representará la consciencia de Martín, quien lo interpela incluso para el acto de violencia que cometerá con Paula. Y es el único que, por así decirlo, conoce verdaderamente quién es él, y lo que piensa. Por eso la justicia poética del final”, que por supuesto no contaremos porque será el lector el que descifre el final. “Lo único que sí puedo dar por sentado es que al final, por más que lo intenta, ninguna imagen de Paula se queda fija en su cabeza. Y esto, para Martín, que es un coleccionista de imágenes, es peor que la muerte.”

Agradezco inmensamente la generosidad de Ernesto Carrión, en la certeza de que estamos ante un escritor que seguirá dejando una honda huella en este camino que hemos elegido aquellos apasionados de la literatura latinoamericana.

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