#NiUnaMenos es el famoso hashtag con el que se identifica el movimiento social del mismo nombre, y por ello el autor nos indica que el título (Otra menos) es un homenaje al colectivo de protesta que se opone a la violencia contra la mujer y el feminicidio, surgido en Argentina en 2015, pero que se expandió a todo el mundo occidental, incluida Colombia. La violencia contra niñas menores de edad, en especial, es un tema de nunca acabar, pero justamente por ello es que no debemos olvidar el pasado, con sus diferentes voces, porque parece que como sociedad no solo no cambiamos, sino que las cosas empeoran.

Y de ello da fe el último caso mediático: en 2020, fue el de la niña emberá chamí de 13 años, secuestrada y abusada sexualmente por 7 soldados del Batallón San Mateo en Risaralda (departamento de Caldas), en el que se repiten los patrones que alguna vez vimos en el sonado caso de Yuliana Samboní, niña indígena también, torturada, violada y asesinada por Rafael Uribe Noguera en diciembre, hace 3 años en un edificio en Chapinero en Bogotá, después de haberla secuestrado en un humilde barrio aledaño, del sector del Bosque Calderón.

Muchos de nosotros/as – y me incluyo – hemos huido de columnas de opinión cuando se nos tratan estos temas, bajo la excusa de que la realidad ya es suficientemente agobiante como para, además, utilizar nuestro escaso tiempo libre leyendo columnas literarias o de análisis con estos temas. Y me arrepiento porque estos temas deben estar en la agenda diaria, en la mente, en el alma y corazón de cada uno/a de nosotros/as porque es nuestro deber trabajar para que esto no siga pasando.

Algunas cifras. La representante Adriana Matíz, presidenta de la Comisión para la Equidad de la Mujer del Congreso de la República, nos indica que: “En 2019, 98.000 mujeres reportaron denuncias sobre violencia de género, de las cuales 22.150 eran por el delito de violencia sexual; 10.450 de ellas, menores de 10 a 14 años. En nuestro país cada 30 minutos una mujer es víctima de violencia sexual; es decir, cada hora 2 mujeres son violentadas y al día 48 mujeres son víctimas de este flagelo”. Así mismo “se presentaron 571 feminicidios, indicando el mes de mayo como el más violento, con 70 casos. No podemos olvidar que el 92.9% de la violencia sexual se ha dado en el marco del conflicto armado. Un 86.6% eran menores, siendo las niñas entre 10 y 14 años, las más afectadas”

Según el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses, “entre enero y mayo de 2020 se han practicado 7.544 exámenes médicos legales por presunto delito sexual que representan el 43,49 por ciento de las lesiones no fatales en el país. De estos, 6.479 fueron realizados a menores de edad que se desagregan de la siguiente forma: Edad: 0-4 años: 744 exámenes, 5-9 años: 1.749 exámenes 10-14 años: 3.001 exámenes, 15- 17 años: 985 exámenes. Las mujeres siguen siendo las víctimas más recurrentes del abuso sexual sin distinguir edad. Y al revisar más a fondo, la población indígena y negra de la nación suma un porcentaje importante en los registros, luego de los casos denunciados donde no hay distinción étnica: 151 indígenas (136 mujeres y 15 hombres), así como 183 negros (166 mujeres y 17 hombres).”

El observatorio nos trae datos mes a mes, no dejen de echarle un vistazo.

En este libro que hoy reseño, ‘Otra Menos’, de Santiago Jimenez Quijano (Bogotá, 1976), premiado con el primer lugar del Concurso Nacional de Novela Breve 2018, de Cuadernos Negros Editorial en alianza con El Magazín de El Espectador, nos encontramos con la conmovedora visión de un padre a quien le han torturado, violado y asesinado a su pequeña hija, Anyi Marcela Simbacué, en unos oscuros episodios que comienzan con su secuestro a manos de un aristocrático arquitecto de la capital bogotana. Una reconstrucción. “Lo que puede reconstruir es porque le ha hecho doler. Solo tiene recuerdos dolorosos (…) porque ya no recuerda si alguna vez fue feliz. Pero está seguro de que ya nunca lo será.”

Laura Restrepo en ‘Los Divinos’ (Alfaguara, 2018) nos había compartido la visión desde el Hobbit, uno de los miembros de los Tutti Frutti, ese clan de amigos de un colegio de clase alta al que pertenecía “El Muñeco” –el asesino, una hermandad que había jurado protegerse hasta la muerte. De esas que se crean en todos los colegios “bien” del país, y de otras latitudes también. La historia de los 5 amigos (Tarabeo, El Duque, Hobbit, El Píldora y El Muñeco) en donde, como dice la misma autora “a lo largo de sus vidas cotidianas se va prefigurando, inexorable como un sino, el camino que conduce a esta transgresión intolerable”, ha sido todo un éxito de ventas. Y uno entiende que la visión explicativa desde el victimario y su entorno siempre será más “vendedora”, y no la dolorosa voz de las segundas víctimas, cuando además son pobres, indígenas, invisibles. Porque en la concepción capitalista y patriarcal, los pobres y los marginados no reflexionan… solo obedecen…

Sin hacerlo explícito, nos encontramos frente a los crudos hechos que conmovieron los cimientos de la sociedad colombiana en diciembre de 2017, conmoción que, sin embargo, nos dice Santiago Jiménez, fue increíblemente una presión mediática – en que las redes sociales fueron fundamentales – dirigida hacia ese afán por la venganza social, por ese castigo, olvidándose de la voz de las segundas víctimas, del padre, del núcleo familiar, de la comunidad. Y después del castigo, de la epifanía de la justicia, ¿De las víctimas sobrevivientes, qué? ¿Es suficiente para ellas? ¿Es posible sobrevivir a dolores tan grandes aún con una condena de por medio? “Un dolor que no se puede describir de lo grande y lo fuerte. Como si les hubiera descargado encima todo cuanto puede hacer doler al mismo tiempo. Un golpe y una cortada y un quemonazo y la peor tristeza de la vida. Fue todo eso y más. Un dolor que se sintió en todas partes y en ninguna. En el cuerpo y en el alma, aunque ya no sabe si existe el alma”, nos dice Jiménez.

Al preguntarle a Santiago por el nacimiento de su novela, y sin tener él hijos, la pregunta que claramente se hizo fue: ¿Cómo se sentiría uno si le pasara esto? ¿Cómo puede uno seguir viviendo?

La novela parte de un hecho verídico, pero a través de la ficción – su autor jamás habló con el padre ni con su familia, hace un verdadero ejercicio de empatía: el narrador se pone en los zapatos, la mente, el corazón del padre de Anyi Marcela, y narra su punzante vivencia. Sentimos que estamos entrando a su barrio, a su casa, a su cama, inclusive, y de allí a los más recónditos rincones de su alma y el libro tiene esa mágica capacidad de trasladarnos a cada uno de los días, de las horas, de los minutos vividos por ese padre sufriente.

En el libro se intercalan la prosa fluida de frases cortas y en algunos casos sin comas – tal como seguramente hubieran sido las reflexiones del padre que no alcanzará a hilar en medio de tanta conmoción y dolor- con tuits reales, algunos editados, de lo que, en realidad, fue el comportamiento en las redes sociales de aquella época, lo que le da a la novela un ritmo cuya lectura hace que en 2 horas – son 99 páginas – se devore. Así mismo hace uso de informes reales – la necropsia y el Informe de la Policía Judicial y Medicina Legal lo son, así como algunos artículos de una prestigiosa revista del país llamada en la novela Revista S., preocupada mas por la tragedia familiar del victimario que por la de la víctima.

Al final del libro encontramos unos curiosos paréntesis en blanco, que hacen referencia a la evanescencia de Anyi Marcela. Paréntesis que reflejan que ya el país ni se acuerda, ni se acordará de ella. Es por eso que no es posible que olvidemos, así nos duela. No seamos cómodos. Porque como dice el libro, en una reflexión que hace el padre: “Finalmente decidió que todos eran culpables. El asesino y la ciudad y sus habitantes.” Que no se nos olvide que esa Colombia en la que vivimos los privilegiados, no es la Colombia real. Que como dice Juan, el vecino del padre de Anyi Marcela “nosotros nacimos en la peor cárcel del mundo. En la pobreza”

Santiago Jiménez, el autor es químico y magíster en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia; ha sido finalista y ha ganado múltiples premios y estímulos de Escritura de Ficción otorgados por el Fondo de Cine y la Beca para el desarrollo de largometraje infantil. En 2020 se ganó el Premio Nacional de Cuento Corto, que se dio a conocer en el marco de la Feria del Libro de Pereira. Así que nos encontramos frente a una voz que vale la pena escuchar, que no podemos perder. El libro lo pueden conseguir directamente con él, en @santiagojq.

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