Y mas ahora que a Borges lo puso de moda Vargas Llosa con su último libro: ‘Medio siglo con Borges’ (Ed. Alfaguara, 2020)

En mi pasado reciente tuve la fortuna de leer algunos cuentos del genio argentino, en un curso organizado por Macondo Literario y 4L3PH sobre varios temas que han rodeado su literatura: los laberintos, el tiempo, la memoria, los espejos, los dobles, los sueños. Un curso de cuatro semanas realmente estupendo, dictado por Guillermo Zúñiga, y en el cual fui la única mujer entre ocho hombres apasionados por lo fantástico.

Hace cuatro años había leído ‘El Inmortal’, y volví a releerlo este año, cuento que, en mi concepto, es uno de esos cuentos que reúne todo lo fantástico borgiano. Todos los humanos debiéramos darnos el lujo de leer a Borges y hacer inmersión en todos aquellos elementos de la literatura fantástica, entendiendo lo fantástico como aquello que va más allá de lo racional o, sencillamente no tiene explicación racional y su ambigüedad hace vacilar al lector. Porque solo lo fantástico nos hará valorar nuestra realidad en su justa medida, después de hacernos reflexionar sobre si esta realidad no es más bien el sueño.

Bellemin-Noël habla de la inefabilidad de lo fantástico: en la medida en que lo imposible es indescriptible, “el autor fantástico debe obligarlas [a las palabras]…a producir un “aún no dicho”, a designar un indesignable». Eso es lo que se siente al leer sus cuentos.

Borges habla de la causalidad mágica, para diferenciarla de la científica. Lo fantástico, como dice Lola López Martín, “deriva de una fuerza misteriosa, desconocida, sobrenatural o identificable con una proyección metafísica, que sustituye la causalidad empírica característica de la narración realista”.

Así pues, en “El Inmortal” y en otros cuentos borgianos como “Funes el Memorioso”, “El Aleph”, “El libro de arena”, “La Biblioteca de Babel”, se encuentran elementos tan deliciosamente característicos de este tipo de literatura, que es inevitable, es ineludible, evadirse un ratico del mundo para sumergirse en esos laberintos, en realidades paralelas que hacen viajar el cerebro y el espíritu a otras dimensiones, como si al abrir un libro de Borges no hubiera un destino diferente

Encontramos pues, en su obra, obras de arte dentro de la misma obra, una evidente contaminación de la realidad por el sueño; viajes en el tiempo, dobles… un mundo ficcional tan real y adictivo que no quiere uno parar de leer.

En “El Inmortal”, la narración empieza con un hipotexto de un narrador-investigador que ha encontrado un manuscrito dentro de la Ilíada de Pope que ha sido ofrecido a la princesa de Licinge por Joseph Cartophilus. Así está el relato del manuscrito dentro del relato primigenio. La narración termina con un texto final del mismo narrador, para encapsular un relato dentro del cuento. En el manuscrito, leemos un itinerario dirigido por un objetivo irracional – encontrar el río de la inmortalidad – que parece extraído de un sueño:

“Atravesamos el país de los trogloditas, que devoran serpientes y carecen del comercio de la palabra; el de los garamantes, que tienen mujeres en común y se nutren de leones; el de los augilas, que sólo veneran el Tártaro. Fatigamos otros desiertos, donde es negra la arena (…).”

O es explícitamente extraído de un sueño:

“Insoportablemente soñé con un exiguo y nítido laberinto: en el centro había un cántaro; mis manos casi lo tocaban, mis ojos lo veían, pero tan intrincadas y perplejas eran las curvas que yo sabía que iba a morir antes de alcanzarlo.

“Soñé que un río de Tesalia (a cuyas aguas yo había restituido un pez de oro) venía a rescatarme; sobre la roja arena y la negra piedra yo lo oía acercarse; la frescura del aire y el rumor atareado de la lluvia me despertaron.”

El tratamiento irracional del tiempo es elemento clave en la obra borgiana. Y no estaba muy lejos de las teorías físicas actuales de los espacios paralelos en el tiempo. Este concepto del tiempo está conectado con las creencias de la compensación en el más allá, la cual tradicionalmente depende de la conducta del más acá.

“Por sus pasadas o futuras virtudes, todo hombre es acreedor a toda bondad, pero también a toda traición, por sus infamias del pasado o del porvenir… Pero para los inmortales existe es un perfecto equilibrio porque si se vive para siempre, no hay que hacer el menor esfuerzo por esperar una mejor vida en el más allá… Encarados así, todos nuestros actos son justos, pero también son indiferentes. No hay méritos morales o intelectuales.”

Lo sobrenatural subvierte la realidad y es tan sobrenatural descubrir el rio de la inmortalidad, como el río que la borra:

Existe un río cuyas aguas dan la inmortalidad; en alguna región habrá otro río cuyas aguas la borren. …Nos propusimos descubrir ese río… En las afueras vi un caudal de agua clara; la probé, movido por la costumbre. Al repechar el margen, un árbol espinoso me laceró el dorso de la mano. El inusitado dolor me pareció muy vivo. Incrédulo, silencioso y feliz, contemplé la preciosa formación de una lenta gota de sangre. De nuevo soy mortal…”

Con broche de oro cierra el relato al decir: “No es extraño que el tiempo haya confundido las [palabras] que alguna vez me representaron con las que fueron símbolos de la suerte de quien me acompañó tantos siglos. Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve, seré todos: estaré muerto”.

La perfección de los elementos en la poética narrativa de “El Inmortal”, lo hace ícono de lo literario fantástico: “Fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real”.

Y así, con esta sindemia – que ya no pandemia, pensamos si lo que estamos viviendo no fue extraído de un relato fantástico, extraído de nuestras peores pesadillas. Y más bien lo que soñamos, intuimos, percibimos o imaginamos, no será la realidad.

Borges, el único, mi semidiós literario.

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