Esther Vivas (Sabadell, 1975) es una periodista, socióloga y escritora catalana especializada en análisis social, maternidades y políticas agroalimentarias. Ha participado en el movimiento antiglobalización y en distintas ediciones del Foro Social mundial, El Foro Social Europeo y el Foro Social catalán. Es integrante del consejo asesor de la revista Viento Sur y del consejo científico de ATTAC-España. Columnista de los diarios El Periódico y Público, en España.

Se convirtió en madre en 2015, año en el que empezó a escribir sobre maternidad, parto, violencia obstétrica y lactancia materna desde una perspectiva feminista y ecologista. Ha escrito interesantes libros como ‘El negocio de la comida. ¿Quién controla nuestra alimentación?’ (2014) o ‘Planeta indignado. Ocupando el futuro’ (2012). Su último libro es ‘Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad’ (Icono Ed., 2020): Una joya del feminismo contemporáneo, y es al que me referiré.

Con un título disruptivo, que al principio a algunos les puede parecer de autoayuda – la rebeldía de las madres y esas cosas-, nos vamos encontrando poco a poco con un estructurado contenido sobre la maternidad que, como construcción social y cultural, se ha convertido en un destino ineludible para las mujeres en donde hemos desaparecido tras la figura de la madre, en una sociedad que identifica feminidad con maternidad, siguiendo los dictados de una sociedad patriarcal. “En cada tiempo y lugar —como afirmaba la psicóloga Victoria Sau—, son los hombres quienes deciden cómo ha de ser, cómo ha de actuar, qué debe hacer’ la madre. Se constituye así el ‘vacío de la maternidad’, ese vacío de poder decidir y gestionar, de tener influencia y de gozar de autoridad”, cita Vivas.

Ante la maternalización de la figura femenina la pregunta que surge es ¿quién defiende a las madres? Porque ni el patriarcado lo hace, y el feminismo tampoco. Nos dice Vivas que Adrienne Rich, en el libro “Nacida de mujer” recuperó el término “matrofobia”, concebido originariamente por la poeta Lynn Sukenick como no solo ‘el miedo a la propia madre o a la maternidad, sino a convertirse en la propia madre … el deseo de expiar de una vez por todas la esclavitud de nuestras madres, y convertirnos en individuos libres’.

Así las cosas, en el libro se aboga por que la sociedad entera, no solo los movimientos feministas, no le dé la espalda a la maternidad, no siga permitiendo ese vacío, sino que abogue por recuperarla, más que como institución (motherhood), como experiencia (mothering).

El libro nos habla de muchos e interesantes tópicos, por demás documentados juiciosamente en estudios y citas científicas, filosóficas, sociológicas, estadísticas y literarias, que llenan de credibilidad su narrativa, para que además no se piense que son meras reflexiones subjetivas de la autora: ella hace que los hechos hablen por sí mismos.

Pero lo que más me gustó fue “entender” de dónde ha salido nuestra realidad actual como mujeres, -como madres para aquellas que lo somos y como no-madres para las demás-, así como el origen de las luchas que a muchas nos identifican en la actualidad.

Vivas nos hace un recorrido histórico, estupendo y resumido, por la evolución de la figura, concepto y experiencia de “maternidad”, desde la antigua Roma en donde la mujer dejaba de ser considerada esposa/madre, para ser tratada como mero recipiente donde residía el bebé -la prolongación de la prole- antes de nacer; pasa por la antigua Grecia en donde la función de la maternidad era un deber y aquellas que no tenían descendencia eran condenadas al ostracismo. Luego nos adentra en los inicios del cristianismo, período en el que la veneración a María, hija, esposa y madre de dios quien, con su virginidad, atributo de virtud, se convirtió en símbolo de sacrificio y entrega materna: nacía pues la devoción por la maternidad. En el Medioevo, la mujer noble o era madre o no era nada, y aparece la figura de las nodrizas (la lactancia mercenaria) basada en un pacto entre hombres por el cual el nutricio, esposo de la nodriza, comprometía a su esposa, a cambio de una retribución económica, a amamantar y a cuidar al descendiente del padre, en un signo claro del poder masculino sobre la maternidad y la lactancia.

Interesante reflexión hace Vivas sobre la figura de las comadronas. Los partos en la historia siempre fueron atendidos por comadronas; sin embargo, con la caza de brujas en el siglo XV, éstas comenzaron a ser acusadas de magia y brujería, cuando en realidad lo que hacían eran actos médicos para atender partos, realizar abortos, suministrar anticonceptivos. Lo que se perseguía, pues, era el saber de las mujeres sanadoras. Nos dice Vivas que la caza de brujas permitió acabar con la autonomía sexual y reproductiva femenina y con la sororidad/solidaridad de género que se creaba entre madres y comadronas, caza de brujas que, además, allanó el camino a la profesión médica para una condición natural – no una enfermedad, cual es la maternidad-, que se erigió sobre la destrucción de las redes de apoyo con las que contaban las mujeres. Y a hoy sigue sucediendo: las comadronas han sido desplazadas por ginecobstetras -usualmente hombres- y la atención del parto desplazada del hogar al hospital, en contraindicación inclusive de indicaciones de la OMS en relación con partos de bajo riesgo, perdiéndose una de las formas más antiguas de solidaridad femenina y patologizando una condición natural. Todo ello, nos lo relata Vivas, con cifras y estudios en mano.

A finales del siglo XVIII va desapareciendo la lactancia mercenaria y la maternidad se convirtió en el eje central de la identidad femenina, con base en argumentos religiosos y naturalistas que buscaban convencer a las mujeres para que dieran prioridad a la crianza frente a otros aspectos de su vida, pues tenían una función social primordial, sujeta al control masculino: no alumbrar criaturas sino ciudadanos y patriotas. Así fue el proceso de ‘maternalización de la mujer’: la condición de madre pasó a ser la única identidad posible, exclusiva y excluyente, relegándola a la esfera privada apartándola del ámbito público. Nos relata Vivas cómo el “Emilio” de Rousseau jugó un papel preponderante es esto: la figura de ‘esposa-madre’ adquirió un papel central, subrayando la subordinación de las mujeres a sus maridos, aunque ya autoras como Mary Wollstonecraft (“Vindicación de los derechos de la mujer”, obra fundacional del feminismo, escrita en 1792), defendía la igualdad entre los sexos, la independencia económica de las mujeres y la necesidad de su participación política, pero sin igual eco en la época.

En fin, nos habla de la exclusión de la mujer en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, de la incorporación de la mujer al mercado laboral con la industrialización, a finales del siglo XIX y principios del XX y sus consecuencias, de las luchas populares de las mujeres en la Alemania de Bismarck, de las luchas de la primera ola feminista, del feminismo socialista -iniciado por Flora Tristán y desarrollado por Clara Zetkin y Kolontái – en donde ‘La maternidad no es ya un asunto privado […], sino una función social y adicional importante de la mujer’, planteando que la maternidad tenía que ser compatible con la incorporación de la mujer al trabajo asalariado.

Nos recuerda que, desde finales del siglo XIX, nació lo que se ha denominado una ‘maternidad científica’ según la cual la buena madre era aquella que seguía al pie de la letra los consejos de los especialistas. Y nos recuerda que la segunda ola del feminismo, en los años sesenta y setenta, al calor de los movimientos sociales y políticos de la época, debió rebelarse contra la glorificación de la maternidad y la consagración de un modelo de familia nuclear, en el marco de una sociedad con una moral sexual conservadora, fruto de la postguerra. Sin embargo, esa segunda ola asumió una ideología antireproductiva, de la mano de De Beauvoir, en donde señalaba a la mujer como prisionera de un cuerpo que menstrúa, procrea, se embaraza y pare; un cuerpo que, en definitiva, la condiciona, a diferencia del hombre. Nos habla de Betty Friedan, de Kate Millett y Shulamith Firestone, del feminismo radical.

Y finaliza diciéndonos que, a partir de mediados de los setenta, el feminismo tuvo el reto de pensar la maternidad en positivo: intelectuales y activistas intentaron reflexionarla en otra clave, con Adrienne Rich (“Nacida de mujer”,1976) a la cabeza, permitiendo distinguir entre la institución maternal impuesta por el patriarcado, generadora de sumisión, y la relación potencial de las mujeres con la experiencia materna, estableciendo una clara diferencia entre los perjuicios de la primera y las virtudes de la segunda; nos habla de teorías similares de Dorothy Dinnerstein con “The Mermaid and the Minotaur” (La sirena y el Minotauro), y Nancy Chodorow con “El ejercicio de la maternidad”, con el feminismo italiano, el “pensamiento maternal” de Sara Ruddick, el Ecofeminismo, Maria Mies o Vandana Shiva, del ecofeminismo y de cómo, a partir de los años noventa desde posturas constructivistas, se vinculó feminismo y ecologismo, desigualdad de género y crisis ecológica, revalorizando la maternidad y el cuidado y señalando la necesidad de universalizar dichas prácticas y sus valores.

La reflexión que hace Vivas de la violencia obstétrica, como violencia consentida y oculta de género, amerita una columna aparte – que no duden que escribiré-. Pero lo que de verdad amerita lectura, es el libro completo de Esther Vivas.

¿De dónde el título del libro? Lo dice la autora: “Para mí, una mamá feminista es una mamá desobediente, insumisa, rebelde, una mamá que no es objeto pasivo, sino sujeto activo, que se rebela tanto contra la maternidad patriarcal como contra la maternidad neoliberal, pero no renuncia a vivir la experiencia materna. Se trata, en palabras de Adrienne Rich, de una maternidad ‘fuera de la ley de la institución de la maternidad’, lo que implica una confrontación constante con las normas sociales establecidas.”

En nuestra época, reflexiona Vivas, nos encontramos con el postergamiento de la maternidad privilegiando la vida laboral y la consecuente la mercantilización de la fertilidad, con un nuevo “mamismo” (mamás superpoderosas y toderas), con la dicotomía del “tener o no tener hijos del sistema patriarcal que construye un imaginario que asocia mujer a maternidad y, por el otro, un sistema capitalista que nos pone todas las trabas del mundo para conseguirlo, y que acaba convirtiendo la infertilidad en un negocio” sin descartar, además, la brecha salarial entre hombres y mujeres, en fin, dilemas que se vuelven problemas.

Y grandes problemas, merecen grandes soluciones (y Vivas plantea varias, a continuación). Merecen que nos sentemos a pensar en la igualdad de permisos entre hombres y mujeres, en la disminución de jornadas laborales para afrontar la maternidad y el post natal, en medidas no contributivas dependientes del salario como el cuidado de la pequeña infancia como derecho universal, en los derechos de los bebés al momento de nacer y post nacimiento, en la eliminación del síndrome de la abuela esclava, en leyes que reconozcan y protejan familias monoparentales – como en Cataluña y Valencia-, en leyes contra la violencia obstétrica, penalizándola si es del caso -como en Venezuela-, en la desmitificación de la figura de la madrastra, en la facilitación de la maternidad adoptiva -cada día tiene más requisitos en todos los países-, en el reconocimiento sin prejuicios de las familias “reensambladas” (o reconstituidas), en leyes que prohíban la gestación subrogada con ánimo de lucro para evitar que siga siendo un proceso biológico mercantilizado que busca apropiarse de la capacidad de gestación de las mujeres, convirtiendo el útero y el embarazo en objeto de negocio, en leyes que incluyan en la sanidad pública la atención domiciliaria del parto  y por comadronas, en el respeto irrestricto a la lactancia… en últimas, repensar el sistema mismo desde la clave femenina.

En fin, como Esther -y espero estar interpretándola adecuadamente-, pienso que no basta con que cambie la lectura de la maternidad en clave feminista. Lo que definitivamente deben cambiar son las estructuras sociales, culturales y políticas. En palabras de la autora “La economía capitalista funciona como un iceberg, donde solo vemos la punta del témpano de hielo, una pequeña parte, la de la economía productiva, el trabajo asalariado. Sin embargo, la mayor parte del bloque, si seguimos con la imagen, permanece escondida bajo el agua. Se trata de la economía reproductiva, el trabajo de cuidados, que es invisible e invisibilizado, pero que sostiene dicho mercado…” Y es allí a dónde debemos apuntar.

PD: Perdón lo extensa de la columna de esta semana, pero es que valía la pena. Léanse el libro… descubrirán lo poco que sabemos del origen de la historia en clave femenina. Y quien no conoce su historia,,, ya saben el refrán…

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