Pero lo cierto es que, independientemente de las religiones, las ideologías, o inclusive, las culturas, la muerte, la ausencia permanente genera reacciones similares en el ser humano, sea cual sea su raza, condición, ubicación geográfica, etc. 

De la mano de Chimamanda NGozi Adichie (Abba, Enugu1977) vamos atravesando el camino del duelo de una forma esplendorosa. ¿Cómo puede haber esplendor en el duelo, se preguntarán? Y la respuesta está en el breve ensayo que nos brinda esta estupenda escritora nigeriana, de la etnia igbo, nacida de un hogar formado por Grace Ifeoma y James Nwoye Adichie, en cuya vida encontramos un camino deslumbrante hacia el autorreconocimiento de la dificultad de enfrentarnos a la muerte y al duelo de un padre que percibimos como memorable.

Literatura Random House nos trae el breve ensayo ‘Sobre el duelo’ (2020), escrito a raíz de la muerte de su padre en 2020. A pesar de que Chimamanda se traslada a Estados Unidos con una beca para estudiar comunicación y ciencias políticas en la Universidad Drexel, en Filadelfia, la relación con su padre jamás dejó de ser un hilo trenzado tan fuerte que ni la muerte pudo ni podrá despeinar ni desbaratar ni desaparecer. 

Aún en pandemia, en esas llamadas por zoom que “sobrepasaban el surrealismo”, la cercanía con ese amado padre al que no pudo ver por cuenta de los cierres de aeropuertos, y al que no pudo socorrer en sus últimos minutos de vida, es de un carácter intenso y envidiable.

El libro nos pasa por todas las etapas del duelo para que nos demos cuenta de que no somos solos ni raros en el mundo cuando sentimos un mar de emociones disgregadas, inentendibles muchas, desordenadas, amargas, profundas, despreciables otras veces. “La pena es un tipo de enseñanza cruel. Aprendes lo poco amable que puede ser el duelo, lo lleno de rabia que puede estar. Aprendes lo insustancial que puede resultarte el pésame. Aprendes lo mucho que tiene que ver la pena con el lenguaje y con la necesidad de lenguaje” … “Hay un vídeo de gente entrando en nuestra casa para el mgbalu, para dar el pésame, y quiero agarrarlos a todos y echarlos…”

Es bien interesante lo que Chimamanda nos hace evidente del pésame. Es como si fuera una pesadilla más allá de la muerte misma. No importa si se trata de un pésame temprano o tardío, individual o colectivo. “Evito los pésames. La gente es amable, tiene buenas intenciones, perro saberlo no hace que sus palabras duelan menos” Ninguna palabra es correcta, ninguna palabra es precisa. Y con ello creo que expresa lo que hemos sentido varios tanto cuando recibimos, como cuando damos el pésame. Ninguna palabra dicha por ningún medio reconforta. 

Cuando el padre muere y se verbaliza esa muerte entre familia, hay un momento en que encontramos esta frase: “¡No! No se lo digas a nadie, porque si lo decimos será verdad”.

Es usual no pensar, nos dice Chimamanda porque la negación es un consuelo. Y es usual pasar de la negación al “pánico refulgente”. Es inevitable reconocer que hay un “peor día de la vida”, ese en que nuestro ser más querido se va y ese día en que la vida cambia de un momento para otro, a manera de cambio despiadado. Quiero querer como ella quiso a su padre, con ese dolor infinito de haberlo perdido. Con ese dolor físico de la muerte: “No sabía que llorásemos con los músculos. El dolor no me sorprende, pero sí su componente físico.” 

Pero los rituales del duelo también pueden ayudar a mitigar esa sensación de “disolución eterna”, de retraimiento instintivo. La manera igbo de llevar el duelo es “hacia afuera, expresivo, performativo” y ello puede ser clave en un momento tan doloroso y que supera cualquier fortaleza humana que se pretenda tener. Porque contar si bien es revivir y llorar, también es sanar. 

Como también lo es el recordar el pasado con ese ser querido: su humor, sus mañanas, sus dichos, sus apodos… el que le decía su padre a ella Ome Ife Ukwu “La que hace grandes cosas”, sus enseñanzas … nunca se termina de aprender, los pequeños episodios, las historias de amor. 

Chimamanda nos alcanza a esbozar datos autobiográficos de su infancia, como que su padre fue profesor de estadística en la Universidad de Nigeria y su madre la primera secretaria de admisiones de la misma universidad. Nos cuenta la historia de un amor perdido en la arena y nutrido en la academia.

Las listas de recuerdos, como la que hace Chimamanda de su padre, le hace dar sentido a su vida. Inclusive, con el duelo se aprende cómo la risa puede hacer parte de la pena. “La risa se transforma en lágrimas y se transforma en tristeza y se transforma en rabia.” No dejar que la tiranía de la pena te haga olvidar esos momentos maravillosos. 

Y nos quedamos con una imagen de un padre maravilloso: Un hombre gentil y un gentil hombre, un hombre pulcro, correcto, moderado, de fe luminosa, firme, conciliador. ¿Cómo no quererlo después de leer el ensayo? ¿Cómo no querer replicar ese tipo de amor en nuestras vidas?

Chimamanda es una escritora grande. Tuve oportunidad de verla en el Hay Festival de Cartagena, hace 2 años: llegó ella con su familia entera. Una comitiva colorida y alegre. Llegó a hablar de feminismo, migración, la decepción de su tierra natal, el racismo, África – hizo un máster de estudios africanos en Yale. A hablar de porqué todos deberíamos valorar el valor de ambos lados de las historias. 

Su impacto en mi vida fue inmenso desde que leí “Americanah” (2013), con el que ganó el Premio del Círculo de Críticos Nacional del Libro. Llegar a su mundo literario es descubrirse y descubrir un mundo sorprendente. Sus novelas alimentaron mi tesis del Máster de Literatura sobre afroamericanidad, en especial su primera novela, “La flor púrpura”, ganadora del Commonwealth Writer’s Prize for Best First Book en 2005 y su ensayo: “Todos deberíamos ser feministas”, del que hay una charla TED imperdible. Tengo pendiente la lectura de “Medio sol amarillo” (2006), ganadora del Orange Prize for Fiction en 2007, título que hace alusión al diseño de la bandera de la efímera nación de Biafra, y que se desarrolla durante la guerra civil nigeriana. 

A pesar de reconocerse como una más entre millones de personas que han tenido que estar lejos de sus seres queridos sin poder enterrarlos, sin poder hacer duelos cercanos presencialmente, en este grandioso y emotivo ensayo, Chimamanda nos hace saber que hay que seguir adelante: “¿Cómo es que el mundo sigue adelante, respirando inmutable, mientras mi alma sufre una indisposición permanente?”. Una pregunta mezclada con el resentimiento de “pensar en personas que tienen más de 88 años, que son mayores que mi padre y están vivas y sanas”. Pero la vida sigue y … ¿cómo no hacer de la pena una celebración del amor? 

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