Lucía Donadío (Cúcuta) es una escritora colombiana, de ancestros italianos, con una numerosa y culta familia que ha tenido una gran influencia cultural en Colombia, entre otros Adelita y Alberto Donadío. Una humanista de tiempo completo. Antropóloga de la Universidad de los Andes. Lucía es una amante de la literatura que estudió en la Universidad EAFIT (Medellín), en donde también ha sido directora de talleres literarios al igual que en la Biblioteca Pública Piloto de la misma ciudad. Gracias a ese amor por las letras, tenemos en Colombia una editorial fundada por ella y que ha publicado, en cuidadosas ediciones, joyas literarias de autores de todo el mundo: Editorial Sílaba.

Una de las más hermosas colecciones de la editorial la constituye “Trazos y Silabas”, una colección de novelas, dentro de la cual Lucía se atrevió a publicar la suya, y que hoy reseñamos: “Adiós al mar del destierro” (septiembre 2020), que se terminó de editar en medio del duelo por la muerte de su hijo Camilo Duque en un inesperado y absurdo accidente en un río.

El título del libro es su frase final, esa que nos potencia el mar como puente entre dos patrias (América, y en especial Colombia, e Italia). Es la historia de los Cattaneo y los Tossi a lo largo de 5 generaciones, que fueron y vinieron entre continentes, masticando dolores y guardando secretos, soportando ausencias y presencias, todo ello unido con hilos de resentimientos y amores, de oportunidades perdidas y de esperanza.

Es un libro del destierro, sí, pero no solo del destierro geográfico escogido u obligado, sino del destierro familiar, del destierro de si mismo, del destierro de las almas, que es aún más doloroso. Un destierro que jamás será bien visto, porque la migración es “el delito de irse en busca de un mejor destino, alejarse la familia para construir una vida distinta”. 

A lo largo de la novela nos describe un mundo familiar entrañable pero cruel. Nos dice la autora: “El mundo familiar parecía estar dividido entre buenos y malos. Los malos eran escogidos desde pequeños, por haber nacido enfermos, o si eran niñas cuando se esperaban varones, o por alguna fantasía que rondaba a la familia. (…) Marcarlos con el estigma de los malos o los raros, para intentar desterrar lo extraño de la órbita familiar y abrazar así las rutas de la tradición. Prohibir aquello singular de cada uno. Desterrar a aquellos seres débiles, enfermos o distintos. El mal estudiante que se expulsa y envía a América en el primer barco. Aquella niña que se aferra al vestido de la abuela ciega debe enviarse lejos para quitarle su fragilidad. No tenerlos cerca para no dejarse manchar por sus flaquezas”. Ese es el destierro.

El libro tiene 9 capítulos y es narrado en primera persona desde varias voces que nos van desnudando las historias y costumbres, no digamos de la comunidad italiana en Colombia, sino de una familia italiana, migrante, que podría ser la historia de cualquier otra familia italiana en cualquier otro país latinoamericano; y es esa condición de migración la que marca la pauta de la novela. Una migración que implica necesariamente una distancia física y una incertidumbre de ese “volverse a ver”: “no sabía que la distancia abriría caminos inciertos”, nos dice una de las voces.

La voz de Bruno Cattaneo, ese mal estudiante de Morano (Italia) que termina en América, guiado por el deseo de “fare l´America”,  -“los deseos se fundan en aquellos que admiramos, en los oficios que tienen, en los objetos que fabrican, en esos sueños que estaban prohibidos”-, nos dice al inicio de la novela, cuando llega a Puerto Colombia, que esa condición de migrante es tan dolorosa que desde que se llega “desconocer el idioma es peor que ser huérfano de padre y madre, es habitar el país de la incertidumbre, es intentar adivinar los gestos y las miradas para darles sentido a los sonidos que no encuentran eco en la memoria”. 

Y así empieza un trasegar en el que Bruno contacta a un conocido de su padre, cuyo hermano termina dándole su primer trabajo en un almacén de telas. Bruno, una extraña mezcla de espíritu artístico – la fotografía marcará su vida en América-  y mercantil, aprenderá bien su oficio, y escogerá una esposa, Isabella Tossi, ella también de ancestros italianos, que se dedicará a tener hijos, a darle todo su dinero a Débora – su hermana simbiótica- y a los pobres y mendigos, y a vivir su vida con ese sentimiento de culpa – de tintes cristianos- tan comúnmente inculcado en las mentes femeninas por aquellos jerarcas católicos y  transmitido de generación en generación por las mismas madres y abuelas. Y vamos asistiendo a la transformación de un Bruno, pobre pero esperanzado, a un Bruno infeliz y rico, que “se refugia en los libros para acallar las furias que lo habitan”, y que va encontrando solo asomos de momentos felices a medida que se va volviendo viejo y a medida que va regresando a su patria primigenia.

La historia de la novela no es la de Bruno. En realidad, es la de cinco generaciones contada a través de una voz de un “representante” – si se quiere- de cada una de ellas, un vocero capaz de hacernos entender el entorno y de cómo “la felicidad es una trampa que Dios nos ha puesto para probarnos” y que hay que “esconder el dolor para poder seguir viviendo” y que a veces hay dolores sin causa y que “un dolor sin causa es una condena perpetua”. Destino implacable de en la familia.

A través de la exploración del desasosiego migratorio y de las culpas humanas, Lucía logra transportarnos a diferentes espacios geográficos, épocas y culturas. La voz final de Julia, la nieta de Bruno, que a su vez nos trae a colación la turbia historia de la tatarabuela Elba con su hijo, nos llevan a un final escalonado en donde por fin podremos conocer los secretos mejor guardados de cada una de las generaciones de una atribulada familia, en la que “el dinero parecía la causa de todas las alegrías y desgracias” y “la comida nuestro mayor sosiego (.) La comida era nuestra única y continua bendición”.

Es, sin lugar a dudas, una de esas obras memorables en que se describe el corazón mismo de la migración, no desde un punto de vista fenomenológico o sociológico o económico, sino desde la sencillez e intimidad poéticas de una familia entre dos patrias, lo que nos permite involucrarnos y sentir de primera mano, el dolor existencial del destierro. Gracias Lucía por permitirnos esta preciosa lectura.

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