Mes perfecto para la frase “parece que Dios hubiera muerto”, expresión que Eduardo Zalamea usa en su libro ‘Cuatro años a bordo de mí mismo’ y que ahora la colombiana Diana Ospina Obando revive en su magnífico libro del mismo nombre (Seix Barral, 2021). 

Vamos por partes. En primer lugar, recordemos el origen del actual día de la madre. La celebración del día de la madre se remonta a Grecia y Roma antiguas. En Grecia se homenajeaba a Rea, esposa de Cronos y madre de Zeus, Diosa madre. Los romanos adaptaron la celebración, conocida como La Hilaria que se llevaba a cabo los 15 de marzo en el templo de Cibeles.

El actual día de la madre tiene su origen en Estados Unidos. Durante la guerra de Secesión Ann Maria Reeves Jarvis (1832-1905) organizó “clubes de trabajo del día de las madres”, espacios dedicados a la curación y mejora de la salud y bienestar de las mujeres. A su vez, Julia Ward (1819-1910), abolicionista y defensora de los derechos de las mujeres, y primera mujer elegida para la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras, en 1908, retomo la idea de Ann Marie y redactó la Proclama para el día de las madres (1870), en la que abogaba por los derechos de las mujeres con condición de madres. La hija de Reeves, Anna Jarvis, en 1907, quiso conmemorar a su madre y su trabajo social el 10 de mayo e inició una campaña para que se reconociera el trabajo de las madres, en lo general en la forma de un día de la madre celebrado anualmente. En 1914, finalmente, así fue declarado por el presidente de los Estados Unidos Woodrow Wilson. Y, en Colombia, lo declaró el presidente Pedro Nel Ospina con el decreto 748 del 5 de mayo de 1926. Y así es como conmemoramos este día.

En segundo lugar, no podemos dejar de nombrar los duelos de las madres de las 40 personas que han muerto en estas marchas y protestas en Colombia, muertos de civiles y de fuerzas armadas, que nos hacen reflexionar en la profundidad de los duelos. Dicen los estudiosos en sicología que los más duros son los duelos por la muerte de los hijos, y los duelos de los hijos por muertes anticipadas de las madres en su infancia o adolescencia, cuando aún no ha terminado esa “formación” …

Y, en tercer lugar, tenemos el libro de Diana, que nos adentra en la vivencia de uno de esos duelos anticipados. El duelo de la narradora-protagonista por la muerte de su madre al inicio de unas vacaciones escolares y en medio de un incipiente romance – o acercamiento sexual, si se quiere, que vive la joven con el “nuevo de la clase”. Una narración que empieza y termina en el traicionero mar del Parque Tayrona en Colombia. Ese mar que acostumbra tragarse a las personas, como se encarga de dejárnoslo claro la novela. Ese mar que me recordó, por demás, que a mis tres años intentó tragarme – recuerdo perfectamente mi vestido de baño rojo con pepas blancas – y, gracias a la pericia del capitán Ospina Navia, alertado oportunamente por mis padres y mi tía, mi vida pudo ser salvada y acá estoy trabajando en pro de la literatura, siempre. 

El libro nos relata la historia de ese duelo adolescente, entremezclada con la historia de la protagonista – una muchacha en pleno despertar erótico y emocional, y con la historia de su padre – un aventurero incansable, y con la de su madre, una mujer profesional, fuerte, de esas a quienes la fragilidad parece no tocarla, y respecto de la que ella siente que no pudo conocer nunca.

La sensación de culpa por no haberse dado cuenta de lo evidente – de eso que la fue llevando a la muerte, por no haberse dado el tiempo para conocer a su madre, la atraviesan durante toda la novela, y de paso nos atraviesa a quienes leemos la obra. Es ese no haber disfrutado a fondo de la felicidad de lo cotidiano, ese darse cuenta del ocultamiento de las condiciones mentales de una familia – tan corriente en todas las familias “de bien”, y es ese concientizarse, a través de los actos post–mortem, de la orfandad presente y de la venidera: el funeral, el volver al colegio, el desarmar la casa…. Es ese volver a empezar “el camino que toca segur recorriendo para seguir viviendo”. 

Además de la culpa, nos encontramos con un silencio tan profundo que “parece que Dios no existiera””. Ese silencio que deja la muerte de la figura materna, del recipiente de vida, del útero, de la diosa-madre, es un silencio infinito e insuperable. 

El trasegar de la madre, descubierto por la hija al recorrer sus pasos, es el trasegar de una mujer que, a diferencia de otras figuras femeninas de su época, fue una mujer poderosa, (hoy diríamos “empoderada”), fuerte, dueña de su destino, cuyo derrumbe se intuye pero jamás llegamos a conocer en detalle. Y también nos topamos con la rabia y la recriminación que nos deja pensando: 

“¿Por qué mi mamá no había tenido la fuerza, el coraje, la determinación de luchar por evitarme esto? ¿No bastaba con tomarse las pastillas o descansar? ¿No era suficiente el amor de sus amigos, sus éxitos profesionales o saber lo mucho que yo la necesitaba o necesitaría?” 

Diana Ospina (Bogotá, 1974) es una escritora curtida en cine y literatura. Estudió, y hoy en día es profesora, en la Universidad Javeriana, en Bogotá, además de haber escrito cuentos y otros relatos. Tiene una página web magnífica www.elgatoquepesca.com – que recuerda el nombre de la canción infantil de la escritora María Elena Walsh “La Calle del gato que pesca”, portal digital en el que nos deleita con reseñas sobre cine, literatura, cuentos, artículos, escritos, ensayos, opiniones y mucho más, como ella misma lo dice. 

La novela es una hermosura, literalmente, palabra por palabra. Una de esas que es delicioso leer y releer, al punto que no quieres que se acabe: no es una novela para devorar sino para saborear gota a gota. 

CODA. Continuamos con nuestro homenaje mensual a libreros/as y librerías, y en esta ocasión tenemos a Ana María Aragón, de Casa Tomada, ubicada en Bogotá,  que nació en 2008, como un espacio de encuentro de los lectores con los libros y que pretende que cuando la gente entre a la casa sienta que es un espacio cálido y acogedor, donde lo importante es conversar e intercambiar conocimiento.

Las 10 recomendaciones de Ana:

  1. “Dinámica de las desigualdades en Colombia”, de Jorge Luis Garay, muy oportuno para leer en estas épocas.
  2. “Los Abismos”, de Ed. Alfaguara, de Pilar Quintana, de obligatoria lectura
  3. “Loa a la Tierra. Un viaje al jardín”, del coreano Byung-Chul Han radicado en Alemania; nos habla de su jardín y retoma varias de sus tesis de reflexión como sociedad en estos momentos
  4. “Los analfabetas”, de Maria Paz Guerrero, un libro de poesía ilustrado, bastante irreverente
  5. “A la sombra de un naranjo”, un libro-objeto, ilustrado, publicado por Tragaluz Editores, con el texto de Juliana Muñoz Toro
  6. “Otro fin del mundo es posible”, el ensayo de Alejandro Gaviria, una relectura de “La Isla” de Aldous Huxley, extrapolándola a nuestro siglo XXI
  7. “Pippi Calzaslargas”, de Astrid Lindgren, para niños, a quien están leyendo en un club de lectura en la librería a las 4.00 pm, como preparación para recibir a Suecia, como invitado de la FILBO en agosto de 2021
  8. “Exhalación” de Ted Chiang, cuentos de ciencia-ficción editados por Sexto Piso, autor también del cuento que inspiró la película “La llegada” del director canadiense Denis Villeneuve.
  9. “Las Brujas” de Roahl Dahl, un libro de comics para todas las edades
  10. La serie de libros “Wallander”, escrita por el sueco Henning Mankell, que inspiro la serie de televisión del mismo nombre.

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