A Juan Simón y sus padres.

“No hay nada más triste que el certificado de defunción de una niña. (…) Le dije a Morfeo que prefería olvidar. Nunca despertar” – Tiago Ferro, 2018

Publicado inicialmente por Todavía Libros, en su idioma original ‘O Pai da Menina Morta’, el libro que hoy reseño, ha sido traído por Editorial Planeta para los lectores en Colombia este 2020. El autor Tiago Ferro (São Paulo, 1976) comenzó a escribir, esta, su ópera prima, después de que tuvo lugar la muerte de su hija Manu, de 8 años, en abril de 2016. La obra ha sido ganadora del Premio Jabuti 2019 en la categoría de ‘Romance’ y el Premio Sao Paulo de Literatura 2019. El Premio Jabuti, fue creado en 1969 por Edgard Cavalheiro cuando presidía la Cámara Brasileña del Libro y, hoy en día, constituye uno de los dos premios más importantes de literatura en Brasil junto con el Premio Machado de Assis.

Tiago es maestro en Historia Social de la Universidad de São Paulo, escritor, experto en la obra de Chico Buarque y, recientemente, en la del crítico literario Roberto Schwarz, editor y fundador de la editorial libros electrónicos e-galaxia y de la revista de ensayos Peixe-elétrico. Colaborador igualmente de suplementos literarios y, en general, un promotor y conferencista de la literatura en todos sus aspectos. No hace falta sino verlo en su página de Instagram @tiago_ferro

Ferro iba a venir a la FILBO 2020, pero la pandemia no permitió que contáramos con él, una mente humanista privilegiada, entre nosotros. Hace poco, el pasado 11 de septiembre, en conjunto con la Embajada de Brasil en Colombia y el Instituto de Cultura Brasil Colombia, lo tuvimos en un conversatorio sobre Historia de Brasil, junto con el agregado cultural de la Embajada, sobre el proceso de independencia de Brasil y su construcción como nación. Una mente brillante.

Con ‘El Padre de la Niña Muerta’ nos encontramos frente a un precioso libro, sin género plenamente identificable, aunque podríamos decir que es una “novela transmedia en físico”– aunque sin la posibilidad de los clics automáticos que nos remitan a sus referencias – en el que la dolorosa autoficción nos es revelada a través de una narración fragmentada – tal como es la vida, capítulos cortos de gran fuerza narrativa, a través de diferentes recursos literarios y metaliterarios.

Así como nos encontramos con breves relatos entrelazados en primera y tercera persona, podemos toparnos con listados, WhatsApps, correos electrónicos, monólogos profundos, o referencias musicales o cinéfilas. Hasta fotos icónicas, cual si fueran capítulos del libro, como la de Yuri Gagarin en 1961 obnubilado por la belleza del planeta tierra, o la foto del gol de Maradona en 1986 con el que Argentina obtuvo el campeonato mundial. Instantes de una sola vez en la vida, en que Dios toca nuestro frágil ser, a decir del autor.

Vemos, sentimos, oímos a un padre – en la vida real, el autor – que debe enfrentar la repentina muerte de su hija a causa de una inflamación en el miocardio producida por una gripe. “Si yo pudiera volver a ver en el tiempo yo llevaría a mi hija a ver una puesta de sol en el mar como quien reconoce el milagro de los ateos. ¿Cómo escribir poesía después de la Tercera Guerra? ¿Cómo escribir poesía desde este lugar oscuro?” Y lo hace: y nos adentramos de su mano en un dolor pleno de dignidad, pleno de belleza, de dignidad, de dulzura (“el fin del mundo es dulce”, nos dice), de renacimiento, de calma-creación, de Todo-Amor.

“¿Acaso los hombres sufren distinto a las mujeres? ¿La edad de cada hijo interfiere en el proceso?” Y así nos va adentrando en las historias similares de Charles Darwin y la pérdida de dos de sus hijas, una de un mes y otra de diez años. “¿Las parejas se separaron? ¿Cuántas veces al día se consideró el suicidio? ¿El homicidio?” Y nos topamos con Eric Clapton y su bellísima música – Tears in Heaven– y la forma que tuvo de enfrentar la muerte de Connor, su pequeño hijo que cae del piso 53 de un rascacielos en NY en 1991. “¿La depresión se los tragó? ¿Es posible notar alguna diferencia en sus expresiones corporales al caminar en la calle?” Y descubrimos la dolorosa historia de la muerte de Julieta, la hija del grandísimo escritor brasileño Carlos Drummond de Andrade, también ganador del Premio Jabuti, que muere a los doce días de la muerte de su única hija. “¿Cuántas horas pasaron pidiendo ayuda? ¿A quién? ¿Funcionó?” Y tenemos a un Hermann Kafka llorando grandemente la muerte de su hijo, aun con un dolor mayúsculo al leer los manuscritos dejados y que hoy en día constituyen “Carta al padre”, una obra maestra que se estudia en casi todos los programas académicos literarios del mundo y que dice cosas tan duras como “Tú sólo puedes tratar a un niño de la manera cómo estás hecho tú mismo, con fuerza, ruido e iracundia…”

Las referencias musicales hacen inevitable que el libro se lea oyendo a los Stones (Painted Black, She´s a rainbow), a Bo Diddley (confieso que nunca lo había escuchado y me leí más de la tercera parte del libro oyendo sus deliciosos acordes), a Eric Clapton y sus tres versiones de Layla, y hasta el listado de las que el autor considera las mejores canciones en inglés, listado que se encuentra en la página 83 de la edición de Planeta. Fantástica.

Su mundo literario es igualmente rico y abundante, y, como bien sucede con la poca literatura brasilera que conocemos en Colombia, es inevitable pasar por un aprendizaje ligero que solo deja ganas de leer más y más de ellos y ellas: Lygia Fagundes (“La Disciplina del Amor”), la gran Raquel de Queiroz, primera mujer en ser admitida en la Academia Brasilera de las Letras, Hilda Hilst, Clarice Lispector – de las pocas que si conocemos ampliamente en estos lares) , Boris Fausto (“El árbol de los deseos”), Drauzio Varela (“Estación Carandiru”), y el monumental Carlos Drummond de Andrade. Hubiera si, querido más tiempo para adentrarme en ellos y trascender en el dolor.

El libro nos hace un recorrido por la literatura mundial desde los cuentos de Beckett, pasando por Sartre y Beauvoir, por Kafka obviamente, por el magnífico nórdico Karl Ove y sus experimentos científico-literarios con el cerebro- y culmina con Georges Bataille, que merecería un análisis teórico literario aparte para comprender qué tanto de su teoría de la “experiencia exterior” replicada en un Yo interior, inspiró esta magnífica obra.

Ayer justamente leía una reseña de la escritora francesa Annie Ernaux y su libro ‘Memoria de Chica’, en que nos decía que ella ya acepto la autoficción como parte de su narrativa – autoficción a la que le temió por mucho tiempo sobre todo en relación con el qué pensarán los otros a los que aludía en sus novelas. Pienso que en el caso de Tiago Ferro es algo similar: su vida vale la pena de ser conocida, su pérdida, su dolor, esos fragmentos con los que la podemos armar perfectamente a través del libro – ya dejó de ser de sí mismo para convertirse en legado de la humanidad.

Ese sentido que le encontró a un sufrimiento indecible, ese, es del que todos debemos aprender. Él mismo lo dice, en relación con esa muerte absurda: “Si, es necesario encontrar un sentido. Creación. Encontrar a quienes pasaron por el mismo tipo de sufrimiento y estudiar detalladamente sus vidas. Día a día, hora por hora. Cada acción, pensamiento, emoción y deseo. Buscar en los sueños el inconsciente, en la risa los secretos”. Todo-Amor.

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