No la conocía, pero quiero no dejar de seguirla conociendo de acá en adelante. Su nombre es Velia Vidal, Velita, Vel, o @VeliaMares. Y es la escritora de un bellísimo libro que hoy reseño, ‘Aguas de Estuario’ (Laguna Libros, 2021), novela epistolar – aunque de una sola vía – ganadora de la beca para la publicación de obras de autoras afrocolombianas, negras, raizales y palenqueras que, inicialmente, iba a ser lanzada en la FILBO 2020, pero que, por esas cosas de la vida, terminó lanzándose este año con un éxito no imaginado, pero, como todo lo de Velia, cargado de sentido.

La hermosa carátula del libro, entre azules aguamarina y anaranjados, amarillos y tornasoles, ya es un anuncio de lo que contiene. Es un fragmento de una pintura de Wilson Borja, un artista afro bogotano, en ese maravilloso intento de Laguna Libros, de visibilizar artistas colombianos en las carátulas de sus libros.

Velia es un ser humano inolvidable, aun sin haberla conocido personalmente, solo por videollamada. Velia, afrocolombiana, escritora y promotora de lectura, es la directora de la Corporación Educativa y Cultural Motete, @nuestromotete, que funciona desde febrero de 2017, de la mano de su librería virtual Cocorobe, hija de Motete, y que espera especializarse en literatura afro e infantil… pero estos logros no son nada si a ellos no se les hubiera impreso un propósito, un sentido. Velia y quienes la han acompañado en estas aventuras creen en la importancia de satisfacer necesidades sociales identificadas e intervenirlas adecuadamente.

Velia, nacida en Bahía Solano, es comunicadora social de la Universidad de Antioquia, con especialización en Gerencia Social en la Escuela Superior de Administración Pública, y está haciendo un Master en Promoción de la Lectura y Literatura infantil en España. Trabajó como Comunicadora en el IDEA, posteriormente fue Directora de Comunicaciones de CREAE (incubadora de empresas) y finalmente como Jefe de Comunicaciones y Relaciones Corporativas de la Cámara de Comercio del Chocó. 

Cuando trabajaba en Teleantioquia en el programa “125 ideas” y viajaba por los territorios antioqueños, la pregunta sobre el propósito en la vida se hizo cada día más fuerte. Una amiga suya, Liliana Echavarría, le recordó que la pregunta siempre había estado ahí, que ella desde la universidad había pensado en un proyecto social para su Chocó, al que inclusive le alcanzó a poner el nombre de “Trenzas”. Velia se empezó a preguntar sobre cual quería que fuera su legado para nietos, sobrinos, ahijados (Simón y Antonia), para sus posibles hijos, para su comunidad. Y por su cabeza empezó a rondar la idea de sentirse orgullosa con esas sencillas cosas de la vida como escribir un cuento que hiciera reír a los niños, o de pronto enseñar en una escuela rural, o de compartir con la abuela y la familia. En todo caso, de lo que ella se iba a sentir orgullosa, definitivamente tendría que ser algo cargado de sentido… Y ese germen fue cocinándose lentamente durante casi 6 años. 

Y así, de forma paralela a su trabajo en la Cámara de Comercio de Buenaventura, creó la Corporación Educativa y Cultura Motete en septiembre de 2016, y en febrero de 2017 decidió definitivamente dedicarse de lleno a su proyecto comunitario y de vida. Terminaba una larga lucha de la comodidad contra el deseo, aprovechando una corriente de aire caliente que por allí pasó: un contrato inicial de la Corporación con la Fundacion Orbis, para un proyecto de 6 meses. Y con ese soplo empezó su vuelo. Una corporación que fomenta la lectura desde la primera infancia… porque, como ella misma dice, todo esto se trata de sembrar esperanza: “Se trata de leerle a otros en voz alta el cuento que nos alienta cada día, ese que dice que ahí no más, a la vuelta de una decisión o de un poco de esfuerzo, escrito en la página de un libro, en el aroma de unas plantas sembradas o en el sabor de un plato servido está la vida que siempre hemos anhelado”. Una corporación que debe su nombre a un canasto atado a su frente, en donde los nativos cargan productos de abastecimiento para su diario vivir. 

Muchos añoramos hacer lo que hizo Velia: “Es fascinante esto de haber saltado y de estar dedicada a lo que me apasiona. Sin embargo, los retos que representa un emprendimiento no son menores por tratarse de algo bello y que te llene el alma”. A través de la Corporación ha llegado a innumerables niños en una gran cantidad de veredas y municipios del Chocó, labor que solo se ha visto suspendida cuando el ELN decretó el paro armado en el departamento. Pero ni la pandemia ha logrado detener su labor. Con su programa “Selva de Letras”, sigue llegando, con dificultades, a más de 149 niños en veredas rurales y a 630 niños en dos instituciones educativas. “¿De qué sirve leer cuentos en una vida tan dura?” Es la pregunta. Y la respuesta la encuentra ella en el número de niños que se inscriben en sus talleres semana a semana… ella solo ofrece leer un cuento sentados en el piso… y el impacto y las transformaciones que ha logrado son maravillosas.

Con su Corporación le ha dado vida a la FLECHO (Fiesta de la Lectura y Escritura en el Chocó), desde el 2018, y que ya va en 2022 para su quinta edición, 3 de las cuales tienen ya el apoyo del Ministerio de Cultura. Lo ha hecho con las uñas, con las ganas, con el amor por las letras. Nos cuenta que, en abril de 2017, con su amiga Liliana Echavarría – trabajaron juntas en la Feria del Libro y la Lectura en Medellín- viajaron a Bogotá, se inscribieron al congreso de lectura de Fundalectura y se fueron a tocar puertas, con tan buena suerte que Juan David Correa, que por ese entonces trabajaba en la extinta revista Arcadia les propuso el tema que sería finalmente el de la primera FLECHO, ‘Leer la selva’. En noviembre de 2017, con logo en mano, y al menos dos autores que iba a llevar Juan David, empezaron a aparecer amigos y voluntarios… y la primera FLECHO se hizo una realidad en marzo de 2018.

En su libro, Velia Mares nos cuenta, a manera de breves relatos epistolares, no solo sus reflexiones de cómo decidió encontrar el propósito de su vida sino cómo, de a poco, con hechos tangibles y “funcionales”, lo ha ido logrando. Pero también nos pone de presente sus luchas interiores, sus amores, sus pensamientos más profundos. “Sé que mis historias traerán a veces mi locura, otras tantas veces mi contemplación del mundo, de vez en cuando mis tristezas o te darán cuenta de lo cuerda que puedo llegar a ser.” Y el mar siempre está como protagonista. “Yo soy como el mar Pacífico, que presiona con sus mareas al río y lo hace ir contracorriente, que se mete abruptamente a la tierra cada vez que sube y va ganando centímetros a su antojo.” “Mis aguas no dejan de correr, pero corren en calma. No soy ahora el mar picado, las olas que chocan; soy la bahía en calma, profunda, casi quieta”.

Volver a lo esencial, volver a las raíces, es un tópico que atraviesa toda la novela. Cuando Velia vuelve a Bahía Solano, ese lugar asombroso en donde vivió con sus abuelos y sus “hermanos” (en realidad hermanos de su padre), siente que es el lugar “en donde cada respiro es como tomar el primer aliento de vida…”, una red extensa de afectos de la que no quiere alejarse. No menos sorprendente y delicado es su trasegar sexual reflexionado, en donde las conexiones cortas se mezclan con las conexiones absolutas: tener todos los sentidos en un solo proyecto de vida. Porque nuestro cuerpo está hecho para el placer. Y se desvela la relación con su esposo, una relación no exclusiva, un amor distinto: “Aunque hemos reflexionado mucho sobre esto de estar casada y al mismo tiempo permitirme sentir las pasiones o intereses que me trae la vida, a veces me inquieta la idea de ser una mujer que no tiene ojos para nadie más que no sea su marido”. Al final sencillamente dice: “Es mi forma de amar y es irremediable”.

Nos cuenta también de la compleja relación con su padre, un administrador público formado en Bogotá, que fue alcalde de Bahía Solano, secretario de Gobierno y de Hacienda del Chocó, gerente de la Fábrica de Licores del Chocó, a quien admira desde el punto de vista profesional, pero que ha sido una herida en su alma a nivel personal. Pero también nos habla de la maravillosa relación-identificación como hija-nieta de Belisa, panadera, la abuela paterna con quien vivió sus primeros años de infancia y su segunda madre, y de su relación con su tercera madre, su entrañable tía que siempre la ha recibido en Cali. Nos adentra en su doloroso paso por la depresión, la ansiedad y el insomnio, del camino por encontrarse a sí misma, y también de la importancia de una ayuda adecuada y a tiempo por parte de profesionales especializados. Está dispuesta a descubrir su intimidad frente a nosotros.

Finalmente, ese encuentro con La Felicidad, nos produce solo regocijo: “Debe ser por eso que mi descanso se constituye en tener tiempo para estar aquí escribiendo palabras, en encontrarme con palabras pendientes de leer… Las horas largas entregadas solo a la lectura, las mañanas completas invertidas en hacer esqueleto de un texto, las búsquedas intensas de un poema, escribirte sobre la vida, todo eso que, en suma, con el oficio de promover la lectura y hacer este proyecto cultural, es la felicidad”.

Lección final, si es que la hay – porque no es que Velia nos la pretenda dejar – es la importancia de la poesía en la vida… “Es como un baño de belleza o de la conciencia de la vida en un solo trago, es estar existiendo y, en medio de todo, sumergirse en un espacio pequeño que puede revelarlo todo. Trae nostalgia, dolor, alegría, muchas emociones posibles. Cuando leo un poema, es como si respirara profundamente y con ese aire llegara el sentimiento que define el poema leído”. Tendremos Velia para rato; está escribiendo una novela, varios cuentos, un libro álbum familiar, entre otros. Queremos que nos siga inspirando. Queremos ser como ella, poema, mar y luz. La vida lo vale.

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