Para mí, una colombiana típica que ha sabido gozar su cuarta década, la vivencia se ha limitado al Halloween (31 de octubre) y a la festividad religiosa del Día de Todos los Santos (1 de Noviembre), día en el que jamás he hecho nada distinto a descansar.

Por eso, después de una boda a la que fui invitada en Oaxaca, México, decidimos con mi esposo quedarnos para vivir la celebración del Día de los Muertos. Y me he quedado boquiabierta con el entusiasmo, espiritualidad, alegría y amor con el que los mexicanos viven esta tradición.

El Día de Muertos es una celebración tradicional mesoamericana en que se honra a los muertos. Debiera hablarse de “días de los muertos”, en plural, pues suceden el 1 y 2 de noviembre. En el 2008 la Unesco los declaró como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, aunque increíblemente, específicamente el desfile de Día de Muertos de la capital mexicana, solo haya tenido lugar desde 2016, año en que se filmó ‘Spectrum’, la película de James Bond, en uno de esos insólitos casos en que la ficción es la que da lugar a la realidad que hoy se vive.

El origen del Día de Muertos es prehispánico, pero a raíz de la fallida insistencia católica española de acabar con las tradiciones culturales indígenas que consideraban a los dioses mesoamericanos heréticos, se vincularon estas celebraciones a las católicas de Día de los Fieles Difuntos y Día de Todos los Santos.

Hay evidencia de celebraciones en las culturas mexicana y maya, entre otras. El pueblo de Teotihuacán acostumbraba a hacer ofrendas en honor a los muertos practicando rituales con el objetivo de que el difunto llegase con bien a uno de los 4 paraísos, ofrendas que contenían comida típica – la que más le gustara al fallecido, copal, vasijas, cuchillos, piedras preciosas y semillas; cuando el alma abandonaba el cuerpo físico, debía pasar por una serie de pruebas o dimensiones, para llegar a su nueva morada.  

En la cosmovisión mexicana, el alma o conciencia de un ser humano debe transitar 8 niveles en el Mictlán (inframundo) hasta llegar al noveno nivel, en el que se llega al paraíso. Eran los perros prehispánicos sin pelo, llamados xolotlescuintles, los que les ayudaban en el paso por el inframundo para no perderse, perros que, además, eran sacrificados y enterrados junto al muerto (de allí la existencia del dios azteca Xolotl). En el primer paraíso estaba la gente joven y los/las no nacidos/as; en el segundo paraíso estaban las personas adolescentes; en el tercer paraíso estaban las personas adultas y en el cuarto paraíso estaban los/las adultos mayores (ancianos), de quienes se creía que regresaban a la Tierra en forma de animales. Los paraísos eran lugares de abundancia y paz eterna.

En la festividad actual, el 1 de noviembre llegan primero los/las niños/as y jóvenes fallecidos/as, y el 2 de noviembre llegan los adultos/as y ancianos/as a compartir en los altares de muertos las ofrendas preparadas para ellos.

Por otro lado, la cultura del Anáhuac tenía 3 fechas en las que se honraba a los muertos (a quienes habían “levantado su sombra”). La fiesta se iniciaba cuando se cortaba en el bosque el árbol llamado xócotl, al que le quitaban la corteza y adornaban con flores y todo el pueblo hacía ofrendas al árbol durante 20 días. En una de dichas fiestas, Ueymicailhuitl o fiesta de los muertos grandes los nahuatl realizaban sacrificios de personas y grandes comidas, ponían una figura de bledo en la punta del árbol y danzaban, vestidos con plumas y cascabeles, después de lo cual los jóvenes quitaban la figura del árbol y lo derribaban. Así mismo colocaban altares con ofrendas para honrar a sus muertos, lo que claramente es el antecedente más cercano del actual “altar de muertos”.

Uno de los elementos primordiales del Día de los Muertos, es precisamente el “altar de muertos”, que constituye una estructura simbólica triplemente sincrética de lo prehispánico mesoamericano, las creencias religiosas europeas católicas, y la sociedad contemporánea. Ese día, en cada esquina de México, literalmente, hay un altar y me atrevería a decir que también lo hay en cada hogar. La cantidad de altares que alcancé a ver y fotografiar fue innumerable, entre altares domésticos y públicos, incluidos los de varios panteones en pueblos mágicos como Bernal de la Peña, Mixquic, Oaxaca, Mitla y Veracruz. Altares en los que llegué a encontrar que no solo había comida y bebida, flores, fotos, papel picado de colores, sino crucifijos, cristos, vírgenes, rosarios, pan de muerto (con sus 2 figuras de fémures cruzados en su superficie) cervezas y gaseosas de reconocidas y actuales marcas.

Tomé cientos de fotos de altares de todos los niveles. Cada altar es precioso, y se espera que, alumbrado el 1 y 2 de noviembre, los muertos vengan a compartir con los vivos las ofrendas que se les hacen. Los altares representan una cosmovisión en la que se conjugan los 4 elementos: aire (papel picado de colores), agua (bebidas), tierra (comidas y vegetales, semillas etc.,) y fuego (velas). Los niveles en el altar de muertos representan el mundo material y el inmaterial y en cada uno de ellos se colocan objetos simbólicos para la(s) persona(s) difuntas: altares de 2 niveles que constituyen una representación de la división entre cielo y tierra; altares de 3 niveles que representan el cielo, la tierra y el inframundo (o el purgatorio católico) y hasta altares de altares de 7 y 8 niveles que representan los niveles que debe atravesar el alma para poder llegar al paraíso, siguiendo la más fiel tradición mexicana.

En casi todos los altares vi flores de cempasúchil, unas hermosas flores amarillas y anaranjadas con un agradable aroma, y en algunos hasta un camino hecho de dichas flores, para indicarle al muerto cómo llegar al altar para compartir con los vivos esa noche. Las flores también hacían parte, en la época prehispánica, de dichas ceremonias de muertos, tal como lo relata el cronista Diego Durán.

Maravillosa tradición en este día, aunque reciente, son también la catrinas, que nacieron con la imagen de La Calavera Garbancera (mejor conocida como La Catrina), creada por José Guadalupe Posada, que inicialmente nada tenía que ver con el Día de los muertos, pero que hoy en día constituye el símbolo popular con el que se parodia a la muerte. “Garbancera” es la palabra con la que se conocía entonces a las personas que vendían garbanza y que, teniendo sangre indígena, pretendían europeizarse y renegar de su propia raza, tradición y cultura. Las catrinas, pues, eran calaveras que representaban señoras de la alta sociedad vestidas con ropas de gala que, a manera de sátira, retrataban la miseria y la hipocresía de la clase alta mexicana. Durante los gobiernos de Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz, dichos esqueletos y calaveras fueron la forma común de denuncia y de crítica social, que aparecieron como caricaturas en múltiples periódicos de aquel entonces.

Fue Diego Rivera quien las bautizó como catrinas y les dio su estilo característico, al pintar una de ellas, blanca y luminosa, junto a Jose Guadalupe Posada, en la parte central del mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, hoy ubicado en el Museo Mural Diego Rivera.

Al regresar de México, solo puedo reflexionar sobre la importancia de trascender a otra dimensión y de guardar en el corazón ese recuerdo vivo de todos aquellos que se fueron dejándonos su legado. En Colombia no se vive nada similar a nivel popular y la festividad a nivel religioso es completamente limitada al rezo. ¡Qué bueno sería que honráramos a los muertos con la profundidad con que lo hacen los mexicanos! Se trata de, en la interculturalidad, aprender lo bueno, abrazar y abrazarnos para honrar las almas y las vidas de los ancestros.

Así sea. Y, a propósito de día de muertos, no se pierdan este short film, ”Hasta los huesos” el más exitoso del cine mexicano.

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