Atiborrar de besos es lo que necesita el mundo ante tanta indiferencia y crueldad, un beso lo cura toda y no importa entre quienes. El escándalo del beso dado entre Silvestre Dangond y Poncho Zuleta hiere más la virilidad de la rancia hombría en el epicentro de la masculinidad costeña en medio del furor de la capital del Vallenato.

Este beso recuerda irónicamente la indignación que ha ocasionado el acto entre dos hombres, es gritarle a esa repetida creencia que ellos no lloran, no se besan, no juegan con muñecas, no se maquillan. Ese día que lo hagan es la muerte…  ¿De qué? De la estructura falo céntrica, que nos recuerda que el hombre se construye por estereotipos de fuerte, proveedor del hogar, representante de la masa muscular y, a la mujer como cuidadora de los hijos, responsable del hogar, representante de la reproducción familiar, sumisa ante el hombre.

Eso nos grita las imágenes, los discursos constantes de derecha y de izquierda en telenovelas y medios de comunicación.

Estos estereotipos no son recientes, siempre nos han acompañado. En la vida militar existió un hombre llamado Leonard Matlovich quien desafió la vida castrense, se distinguió por la lucha de ser activista por la reivindicación de los derechos libres de las personas LGBTI en Estados Unidos.

Siendo militar mantenía relaciones sexuales con otros hombres, fue condecorado por participar en la Guerra de Vietnam e inmortalizó la frase: “Gano medallas por matar hombres y se me condena por amar a uno”.

Condenada quedó la masculinidad costeña al ver que Silvestre Dangond y Poncho Zuleta se dieron un beso que simplemente pudo representar el amor sincero de amigos, el acto se convirtió en el señalamiento de lo que no se debe hacer ante la sociedad, ni ante ninguno, es triste que estos mensajes de no aceptación y discriminación nos sigan invadiendo con la cara de reproche de muchos, incluso medios de comunicación que traducen y transmiten el repudio de estos actos de amor, de amistad, que al final no tienen malicia.