Cifras de contagio desbordadas, incremento de las tasas de mortalidad, convocan a fortalecer la disciplina social y el autocuidado; complejo panorama el que se avizora para los colombianos en un escenario plagado de actitudes indolentes y enceguecidas. Rutinas ajustadas a una nueva cotidianidad, tránsito restringido a lo estrictamente necesario, uso de tapabocas, distanciamiento físico, entre otros factores no han sido asimilados e incorporados por el colectivo para ser implementados en cada una de sus acciones diarias; coyuntura que desata instintos de supervivencia, y saca a flote que, hace falta comprender aquel adagio popular que delinea perfectamente que la seguridad mató a la confianza.

Más de 100 días de cuarentena deben dejar diversas enseñanzas a cada uno de los agentes del entramado social colombiano, es claro que la tan anhelada preparación para enfrentar el pico de la pandemia se quedó en buenas intenciones y palabrerías de caudillos a través de los medios de comunicación. Premura por reactivar la economía, en respuesta a las presiones de grupos económicos; circulación indiscriminada de ciudadanos en las calles; tutela de adultos mayores, ‘rebelión de las canas’, indignados por medidas de prevención; necesidades primarias de subsistencia; y otras circunstancias; permiten evidenciar un contexto de percepción del riesgo desgastado desde el que afloran preocupantes conductas psicosociales.

Comportamientos ciudadanos emplazan a tomar medidas circunstanciales y de responsabilidad por parte de todos para frenar los contagios en el país. El aislamiento inteligente, propuesto por la administración de Iván Duque Márquez, desbordó los limites de la coherencia y llama a cuestionar los planes de respuesta y las políticas públicas para hacer frente a los efectos colaterales del virus. Repliegue estricto en los hogares es una medida objetiva, pero no es sostenible de manera prolongada en el tiempo, se requiere de otro tipo de alternativas, cierres programados y cortos, que permitan atenuar lo confuso de la situación y, de manera equitativa, dar respuesta a las necesidades de cada uno de los focos poblacionales.

Criterio técnico de epidemiólogos se confronta con el cansancio poblacional a varios días de encierro, evidentes casos de corrupción y la inoperancia administrativa de los funcionarios públicos. Fondos mal gastados, o priorizados de forma errada, atizan el comportamiento social que no cree en el gobierno y sus datos oficiales de contagios, defunciones, ocupación hospitalaria y atención médica domiciliaria. Panorama que se recrudece con la preocupante estimación de pacientes asintomáticos que están día a día en las calles y las incongruencias políticas de los mandatarios locales que expían las culpas propias en el ojo ajeno; elementos distractores que desvían la atención de lo verdaderamente importante: el hambre, las afujías económicas, la tendencia de núcleos poblacionales a negar el problema y el qué hacer con los tercos e indisciplinados.

Más allá del falso dilema “salud–economía” está la realidad social de Colombia, eslabón que, distante del concepto ético y apego a las normas, está conexo a las excepciones; entorno que clama por la aplicación de pruebas masivas que permitan detectar y aislar a los infectados y sus contactos. El momento pide enfocar esfuerzos para evitar contagios y muertes prevenibles, intensificar medidas de cuidado antes que colapsen las Unidades de Cuidados Intensivos –UCI– y se empiecen a conocer casos de listas de pacientes en espera, condenados a morir por falta de asistencia médica.

Confrontaciones ideológicas, ansias de protagonismo, disputas de egos llevaron a desperdiciar el sacrificio social de la cuarentena; el tiempo ganado no es coherente con la adecuación de los hospitales y clínicas para hacer frente a la emergencia. Cortinas de humo que salen de manera escalonada desde el Gobierno Nacional, las Administraciones Locales, la Policía, el Ejército, los Entes de Control, el Congreso, los Concejos Municipales, y demás organismos, nublan algunos progresos tangibles en la preparación del país para atender el pico de la pandemia, pues ninguna medida evita el contagio per se. Mientras aparece una vacuna, es clave robustecer el sistema de salud antes de pensar en la apertura de todas las actividades económicas de Colombia.

Medidas efectivas para reducir la transmisión del virus deben atender la reacción emocional del ciudadano, capacidad de adaptación y nivel de tolerancia ante el confinamiento.  Evento de estrés que conduce a la indisciplina y el capricho de salir a la calle sin un fin justificado, necesidad de interrelación sin pensar en las consecuencias. Los índices de contagio y mortalidad se han incrementado desde la apertura gradual, pasos firmes para la reactivación económica que denotan lo fácil que es firmar un decreto, pero lo complicado que es ejecutarlo sin tener un coletazo en la salud pública. Insostenible ambiente de prueba y error en el que la administración central intenta medidas que luego, el pueblo atónito, ve fracasar.

Oportunidad en tiempo y lugar de protocolos de bioseguridad que desde la autoridad metan en cintura a los inconscientes que salen a las calles a fiestas o reuniones sociales, aquellos que no hacen uso correcto del tapabocas, los vándalos o los que se niegan a cumplir con el distanciamiento social. Letalidad que no puede equipararse a todos los sectores poblacionales por igual, el caos está concentrado en el Distrito Capital, la Región Caribe y el Valle del Cauca, centros de desobediencia carentes de cultura ciudadana que les permita convivir de manera adecuada con la COVID-19. Debacle que amenaza con restringir libertades y derechos ante la incapacidad institucional de establecer un cerco en los lugares de contagio, responsabilidad ineludible de diálogo entre el estado y los ciudadanos que genere un ambiente de credibilidad y disciplina ciudadana.

Soberbia autoritaria solo generará resistencia, la priorización del gasto público para hacer frente a la emergencia debe atender temas que requieren la real y urgente atención del erario. Antes que juegos psicológicos que despierten pasiones o elementos distractores, efecto eclipse para tapar o disfrazar elementos de la política moderna, se requiere una administración pública con los pies en la tierra, un gobernante que asuma sus funciones a cabalidad y concentre su agenda en recomponer el rumbo social de su territorio y por ende del País.

A Iván Duque Márquez, Claudia López, y demás mandatarios, les llegó el momento de tomar las acciones que les corresponden como autoridades: imponer el orden, prestar atención a los índices de pobreza y asumir compromisos responsables con la situación actual de la nación. La agenda informativa de los colombianos sigue haciendo frente a múltiples detalles del acontecer nacional y los problemas se seguirán acrecentando dada las divergencias de la presidencia y el poder local; ambiente minado por información confusa, confianza agotada que pide un plan de choque y coordinación interinstitucional que atienda la alarma de un sistema de salud deficitario, la economía en recesión y las necesidades de la población vulnerable. Cálculo político que despierte a Colombia en medio de la cruda realidad que afronta en su entorno y los difíciles días que están por venir.

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