Acciones de los últimos días, y cifras de contagiados cada vez más preocupantes, sacan a flote nuevamente la cultura de la irresponsabilidad social; ciudadanos, caradura, listos para quejarse y responsabilizar de todo al gobierno y a las autoridades locales, porque si o porque no, sin un mínimo de vergüenza y asumir, por lo menos, una cuota de sensatez. Meses de lamentos, quejas de hambre, falta de dinero e implorar ayudas y subsidios, del sector público o privado, quedaron en seria duda después del #CovidFridayColombia; escenario que llama a encender las alarmas y hacer una triangulación de datos –programas de atención social, Dian, almacenes– y retirar, a quienes no los necesitaban, apoyos brindados con el dinero público.

El concepto de vergüenza se desdibujó y dejó en evidencia una sociedad primaria, fisgona y de instintos tristes. Del chisme y morbo de la angustia vecinal, trapo rojo con el que ahora se les limpia el polvo a los nuevos electrodomésticos, se dio paso a las aglomeraciones que mandaron al traste tres meses de confinamiento. Protocolos de bioseguridad, que resaltan el distanciamiento social, fueron desbordados, por el instinto primitivo de sujetos que satisfacen sus carencias de interrelación, con la compra irracional de objetos innecesarios que serán la dicotomía entre la vida y la infección; caja de pandora que traerá consecuencias en unos días, incremento de contagios que impactará sobre las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) y los respiradores disponibles.

Sentido del riesgo que sobrepasa el límite del autocuidado y la necesidad de revisar las bases del estamento social, entorno en el que el sujeto requiere de una autoridad detrás para aproximarse al cumplimiento de la ley y el acatamiento de cada una de las restricciones. Cultura ciudadana ausente y no cultivada desde el estamento educativo –familiar, básico y universitario–, códigos de conducta que desarrollen, con coraje y determinación, un sentido de respeto por el otro y convivencia en comunidad; claro entendimiento de movimientos y consecuencias, grado de afectación particular del ser que se transfiere al espacio social y el círculo en el que se desenvuelve a diario la persona.

Gran responsabilidad de la ausencia de valores éticos, normas de conducta personal, social y profesional está en la concepción del sistema educativo colombiano, claro reflejo de la descomposición del contorno social; esfera plagada de ejemplos de corrupción, mezquindad de intereses particulares y cálculos políticos cargados de lagartería. Parece ser que una célula funcional del entramado nacional, potenciado y desarrollado más en unos que en otros, está en la lambonería y andar buscando lo que no se ha perdido; ansia de protagonismo, egolatría y ubicarse en un lugar que corresponde a otro. Esfuerzo, dedicación y resultados pierden su efecto ante la sangre fría y petulancia de sujetos que, desde su importancia efímera, priman el interés particular sobre el bien colectivo.

Forma de ser y actuar que se traslada a la zona comercial, organización social con amplio vademécum de quejas y lamentos por doquier; jerarquía económica de la nación que funge de cordero manso ante las afujías y necesidades que la coyuntura, del virus COVID–19 y el repliegue de la sociedad en sus hogares, trajo consigo. Tecnócratas que alzaron su voz para implorar una reactivación poco gradual de la economía que sacara de la quiebra, casi segura, a muchos empresarios y hoy en el fuero íntimo, del quehacer del negocio, despiden empleados sin importar el sentido de pertenencia que despertaron y trajo consigo acuerdos de licencias no remuneradas, primas diferidas a seis meses, donaciones de un porcentaje del salario y un sin número de estrategias que apostarían por acotar la crisis y su conexidad con los índices laborales del país.

Ladino industrial que sonriente asumió los dividendos que dejó la jornada del #CovidFridayColombia, pero no se adjudica la porción de culpa que les asiste en el caos acontecido; desbordada codicia en la que se socializan pérdidas, avaricia que no permite abordar reglas de prevención y mecanismos de control que minimicen los instantes de relajamiento de la consciencia social. Respiro al aprieto que dejó en el ojo del huracán a la clase política del país, gobierno nacional, personificado en Iván Duque Márquez, y administradores locales, encarnados en el caso de la capital en Claudia López, que ideológicamente tiene alternativas divergentes para enfrentar la situación; proclama de derechos ciudadanos y sociales frente al interés económico y la construcción de patria.

Dedo inquisidor que señala la implementación de planes de reactivación económica y social de la nación sin medir las consecuencias del desmán ciudadano, acusación de imprevisión como le ocurrió a Iván Duque Márquez con el #DíaSinIVA. Testaruda apuesta por imponer mando, disciplina y jurisdicción desde la amenaza y el populismo como lo hace Claudia López, perifoneo, poderío e intimidación que no ocultan problemas de intervención rápida y oportuna para evitar que la ciudad se desborde ante un hecho particular; gestión gerencial que denota, una vez más, que es muy fácil criticar, pero bien complejo gobernar. Bifurcación de poderes, egos y vanidades que polariza el ambiente y no da cabida a la cordura que debe existir en un momento clave para la reconstitución del colectivo social, la salud está por encima de cualquier interés político y económico.

Indisciplina social, desobediencia civil, mojigatería poblacional, prepotencia gubernamental, que tira la piedra y esconde la mano, está desbordando el miedo y la incertidumbre ante la cantidad de decesos que cada día se reportan. Bogotá, Barranquilla, la región Atlántico, Cali y Cartagena son foco de la indiferencia, negación de la realidad, y el fenómeno de atribuir la responsabilidad propia al desdén administrativo; organización ciudadana atizada por maquiavélicos caudillos con el propósito de enrarecer el ambiente para pescar en río revuelto. Ilógica actitud de rasgarse las vestiduras en pro de las ambiciones privadas que están por encima de la vida, la coherencia y mano firme de la administración pública es importante para controlar el deseo ciudadano de hacer lo que le viene en gana.

La bioseguridad es individual e intransferible, lo ganado en el aislamiento, para controlar la pandemia, se ha perdido por decisiones opuestas que dejan en evidencia que la clase política tiene un secreto inconfesable, favorecimiento, directo o indirecto, a financiadores de sus campañas que dan un respiro a sectores específicos de la industria nacional. Arrepentimiento irreversible que traerá en los próximos días la inconsciencia ciudadana, transformación de los segundos de satisfacción material con horas de preocupación y lamentos conexos a un enmarañado panorama de la salud social; horizonte disperso que muestra un sueño inalcanzable, constituir una sociedad consecuente con su realidad que tome mejores decisiones y aúne esfuerzos por refundar el país en medio de la equidad y mejores oportunidades para todos.

La compostura debe primar en este momento, es claro que el pueblo mintió y contaba con dinero para hacer frente a las necesidades primarias del encierro; ahorro ahora mal gastado que golpea el poder adquisitivo de los hogares y agudiza el endeudamiento. Reactivación económica que solo funcionará si es gradual y vincula a la pequeña y mediana empresa que en este #CovidFridayColombia vieron atónitos cómo la atención del público se concentró en las grandes superficies; hipocresía que aniquila esfuerzos emprendedores y fortalece la falsa identidad de una cultura de apariencias que desenfoca la transformación y reinvención de la nación colombiana y su colectivo social.

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