Después de cumplir 40 años una de mis preocupaciones, si llego a viejo, es no ser parte de esa estadística.

A veces recuerdo mis días de colegio. Me acuerdo de estudiar como un loco, luego ir de fiesta, y algunos años más adelante, trabajar como un burro. Tengo presente mis primeras vacaciones pagas.

Hoy, parece todo tan lejano.

Cuando celebramos los primeros 25 años de graduados del bachillerato, me parecía imposible que haya pasado tanto tiempo. Un hecho realmente notable al ver los cambios físicos en todos mis amigos. Es ahí cuando se hace conciencia del paso del tiempo.

Luego me veo de padre, con un hijo grandísimo y al voltear a mirar en el tiempo, me doy cuenta de que me ha pasado el tiempo a mí también. No soy el que era antes. No consumo licor, antes lo hacía. No fumo hace 10 años. Y tampoco tengo tantos amigos como antes. Mejor aún, no me parezco al que tenía 20 o 30 años.

Jamás piensas en que estás envejeciendo. Pero los días pasan.

En mi familia se pasó de tomar aguardiente, a reuniones sin alcohol donde la pregunta obligatoria es “qué pastilla te estás tomando”.

Ya no juegas fútbol porque temes una mala patada y una lesión que te deje cojo para lo que te queda de vida. Ahora todo duele más. Entonces, anticipándome a una buena vejez,  decidí correr y hacer spinning. Ahora me niego a practicar deportes de contacto.

Pero de todo lo anterior, lo que más me preocupa es llegar a anciano sin una fuente de ingresos. Lo he visto y sé que alguien sin pensión y viejo, se vuelve un alma pobre.

La vejez sin manutención propia es una tragedia. Es más, los ancianos sin pensión sobreviven de la misericordia de los hijos, o de alguien que se conduele con su pobreza, infortunio, soledad y casi siempre una enfermedad.

Conozco cientos de casos de gente que tuvo muchísimo dinero, pero al final de sus vidas vivió de la misericordia. También conozco casos de gente juiciosa que si cotizó, pero no les alcanzó para una vejez tranquila.

Mi padre, siempre tuvo a su esposa, mi madre, lo amaba y nosotros sus hijos también. Pero con él pude ver que su vida, después de los 65, se llenó de achaques. Lo más difícil fue vivir sin su propia plata en el bolsillo.

Realmente, es muy disiente que cada día en Colombia la gente proteste sin cansancio. Pero lo más inusual, es que nada cambie. O que esos anhelados cambios demoren una o dos generaciones antes de hacer efectivo la garantía de unos derechos consagrados en la Constitución y la Ley.  

No es nuevo que pretendan aumentar la edad de jubilación. Como tampoco intentar cambiar las condiciones para cotizantes y beneficiarios. Pero las variables de ahora son diferentes a cuando se estableció la Ley 50.

La Inteligencia Artificial va acabar con millones de empleos de las profesiones y tareas que hoy se conocen. Hablamos de millones de persones que no tendrán ingresos para comer.

Existe un agravante.  Muchos de mi generación creen que nunca se van a pensionar.

Nadie sabe lo que eso significa sino cuando se llega a una edad en la que trabajar es imposible. Es más, los jóvenes no consiguen trabajo por falta de experiencia y los que la tienen tampoco son elegidos porque su experiencia cuesta mucho más de lo que la empresa tiene disponible para pagar.

Mi padre, Bernardo Rojas, murió a los 83 años sin pensión. Les puedo asegurar que no tener un ingreso a esa edad es una desgracia. No tenerlo es sinónimo de pobreza, de indigencia.

Pero él, como cientos de miles en Colombia, murió sin nada. No dejó herencia. Ni deudas.  Solo dejó de existir. Pero desde los 50 le tocó muy duro. A él como a mí, y como a tantos otros.

Mi padre y muchos de su edad, vio que el mundo avanzaba y a ellos los fue dejando rezagados los avances de la tecnología. Para él era impresionante ver como niños de dos años manejaban con normalidad un teléfono inteligente, mientras él nunca pudo ver su WhatsApp.

Hizo cursos de computadores, tuvo profesor privado. Pero nunca pudo con el ‘mouse’. Era contador y entendía que el computador hacia mejor la tarea que el libro que se llenaba a mano, pero él disfrutaba haciendo la contabilidad a mano y sumando en la cabeza. Que lo remplazara una maquina, no era algo para lo que estuviera preparado.

Ver cómo sus oportunidades laborales se reducían, resultó ser un drama. Los ingresos ya no sumaban  ni siquiera lo de un salario mínimo.

La sensación de impotencia que da el desempleo y la falta de tareas que te permitan ganar dinero es algo que muchos colombianos están sintiendo y un detonante para la locura, la depresión, el estrés, el cansancio e incluso la violencia.

Desde que decidí ser independiente hace 13 años, he pasado por casi todos los estadios. Crecí, me sostuve, ahorré, me caí, me volví a parar, me volví a caer, me quebré.

Entradas no hay. El dinero es escaso, pero en Colombia todo te lo cobran. Todo. Ser parte de la clase media y no tener ingresos, lo llaman ahora pobreza vergonzante  y es de las peores tragedias que le pueden pasar a las familias.

Claro, muchos dirán que el dinero no es importante ni que hace falta para ser feliz. Pero es necesario para sobrevivir. Incluso, los sacerdotes lo necesitan para comer.

Las economías de las familias están resentidas. Comprar y vivir cada vez es más difícil para la mayoría, y me incluyo. Aposté por una familia grande. Tengo 3 hijos pequeños, dos adolescentes y uno grande en universidad.  No hay dinero que me alcance.

Me tocó cambiar expectativas y modos de vida. Tanto mi esposa como yo, estamos sobrecalificados o por lo menos eso es lo que nos dicen cuando nos hacen entrevistas de trabajo.

Aprendimos a vivir en la sencillez. Solo pagamos lo estrictamente necesario. Ir a cine es imposible. Comer por fuera también. Cambiar de ropa como lo hacíamos antes o comprar tecnología se nos volvió en un lujo.

A cambio, debemos aceptar contratos muy por debajo de nuestras expectativas.

Vivir en el país es súper complicado. El año pasado los colombianos recibieron por parte de sus familiares que viven y trabajan en el exterior más de cuatro mil millones de dólares en remesas.

Sin embargo, a pesar de todo, la atención en salud no es tan mala como todos dicen. La seguridad en algunas ciudades, tampoco. Pero la violencia generalizada en casi todos los escenarios de la vida nacional. Sí.

Escribir esta columna se convirtió en una especie de catarsis, pero aun así lo que digo y como lo digo no genera la misma histeria colectiva que puede generar la caricatura de ‘Juanpis Gonzalez’.

Y a veces ese país para algunos como yo es simplemente inservible.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.