Primer momento: La protesta

La información oficial fue abundante y las transmisiones de canales locales, medios nacionales y portales no dejaron nada a la imaginación.

Lo que pasó en Bogotá, y el país, fue tan evidente como febril fue la actividad en redes sociales. La gente tuvo una opinión del paro, algo que decir.

De lo primero que se habló masivamente fue de los motivos de las protestas. Resultaron tantas las inconformidades que enumerarlas dan risa o ganas de llorar, no sé.

Queda claro que el colombiano promedio está mamado y nada le gusta. No ve claro el futuro y lamenta el presente muy difícil que tiene. El paro y su protesta estuvo ambientado por un par de semanas complicadas para el gobierno, como han sido casi todas desde que Duque se posesionó un año y tres meses atrás. No obstante, no podemos desligar,  los eventos previos al 21N.

Fue contundente la sacada del ministro de Defensa, al que no le perdonaron una sola de sus salidas en falso y comentarios babosos. Y un golpe menos letal del que pudo llegar a ser para el Gobierno Nacional, pues iban a estrenarle la moción de censura.

Realmente, a Botero lo salvó la campana, pues se vio obligado a renunciar cuando se supo de un bombardeo a un campamento de disidentes de las FARC en el que murieron al menos 8 menores de edad.

Las explicaciones del tema resultaron obsoletas, más ante la gravedad de las denuncias. Colombia sintió en el ambiente que había regresado a viejas y vergonzosas prácticas de guerra que se suponían superadas. Un dardo envenenado disparado al dividido corazón del país.

Una vez más, los debates polarizados se tomaron la opinión pública. La sociedad estaba conmovida. Comenzaron las protestas y disturbios, lo cual llevó a que algunos sectores alertaran del peligro del paro que había sido convocado por las centrales obreras.

A las fuerzas armadas le dieron acuartelamiento. Y se vendió la idea con este nuevo escándalo por la muerte de esos menores, que terribles y peores días estaban por venir. No se equivocaron.

Aunque las autoridades hicieron allanamientos, capturaron y deportaron extranjeros que supuestamente presentaban una amenaza y venían a generar caos, el ambiente, siguió espeso.

Nuevamente  se enfrentaron los del SÍ y los del NO del plebiscito por la paz. Es increíble. No hay puntos de acuerdo así queramos lo mismo.

Llegó el temido 21 de noviembre y quienes fueron a esa marcha, aseguran que fue multitudinaria. La Plaza de Bolívar, detallan quienes estuvieron, se llenó y se desocupó unas cuatro veces.

El paro convocado por sindicatos y otros sectores fue primero pacífico y luego se fue tornando violento. En la noche se sumaron las amas de casa, los jóvenes, los estudiantes, los periodistas y los políticos, todos volcados en una diversidad de posiciones.

En buena parte del país se registraron disturbios más agresivos que los de siempre. A eso de las siete de la noche, Bogotá, Cali, Popayán, Manizales, Facatativá y otras ciudades intermedias seguían encendidas.

Los encapuchados estaban regados por todas partes en distintas ciudades.

Las peleas y disturbios estaban distribuidos tácticamente en varios puntos geográficos de la capital. En Bogotá, se registraron  15 eventos de pánico social simultáneos. El ESMAD de la Policía Nacional, se enfrentaba con hordas de rabiosos y violentos encapuchados. 

Los vándalos casi se meten al Congreso y fueron difícilmente contenidos. Mientras tanto, otro montón trató de ingresar de manera violenta a los parqueaderos de la Alcaldía. Rompieron ventanales, mobiliario urbano, vidrios. Hicieron grafitis, quemaron buses y estaciones de Transmilenio y el Supercade de Suba. Bogotá, la ciudad de la furia.

En definitiva, fue un día de manifestaciones, trancones  y vandalismo, igual que en otras oportunidades. A pesar de ello, solo hubo algunos heridos, millones de pesos en destrozos, retroceso y anarquía.

Para el día siguiente, el 22N, la cosa continuó y se agravó.

En Cali pasaron la noche del jueves en toque de queda. Un anticipo de lo que nos tocó la noche del viernes en Bogotá, donde literalmente el caos, el desorden y el miedo se apoderaron de los habitantes, que encerrados en sus casas, se armaron de palos para defenderse.

Estaciones del transporte masivo vandalizadas, daños, disturbios, saqueos, amenazas, policías heridos en todo el país. Un día apocalíptico.

La tapa fue el grupo de encapuchados que se robó un bus del SITP y lo estrellaron contra la puerta de un almacén Ara para entrar a robar toda la mercancía. En la noche el miedo fue la constante y Bogotá se fue a dormir con toque de queda y caras largas por los daños.

Con el paso de la tormenta llega la calma, pero el 23N fue, como le dicen aquí, una calma ‘Chicha’.

Los policías acuartelados el sábado superaban, desde el comienzo de la jornada, el servicio activo por más de 72 horas continuas sin descanso ni tregua, como en una guerra, con enfrentamientos cada tanto, previo a provocaciones ‘pacificas’,  sin poder evitar el vandalismo.

Enfrentaron focos de jóvenes que se tomaban las calles, generando enormes trancones que interrumpían Transmilenio. Se sentía el anhelo de un nuevo florero de Llorente para iniciar de nuevo el caos en toda la ciudad.

A las cuatro de la tarde, al menos 100 policías eran atendidos de urgencias gravemente heridos. De manera simultánea, en la calle 19 con cuarta, un agente del Esmad disparó un cartucho plástico de carga múltiple que contenía de 200 a 500 perdigones de plomo, hiriendo en la cabeza a un joven de 18 años, identificado como Dilan. Casi de inmediato se conoció que era un estudiante de un colegio distrital. El arma utilizada fue catalogada como de baja mortalidad. Dilan fue reanimado en la calle por agentes de la Defensa Civil y los médicos que lo recibieron en el Hospital San Ignacio, hablaron de un pronóstico reservado.

Llegó la noche, y el país lloró a Dilan y a los policías heridos.

Entre tanto, en el Cauca, un cilindro bomba, de los que Santos prometió que nunca más se volvería estallar, mató a 3 policías.

Los que odian al Esmad, comenzaron a ambientar la posibilidad de su desmonte, lo cual es claramente un chiste, y nuevamente se atizó la división. Un montón de videos y fotos como el de una patada artera a una señora y abusos por parte de la fuerza pública, iban y venían en redes y medios. Luego, las mismas redes sociales mostrarían a la señora intentando herir al agente del Esmad con un arma cortopunzante, imagen que mostró la otra cara de la agresión.

La cacerola, desde la noche del jueves en la tarde no ha dejado de sonar. Se volvió un ruido de moda. Tanto, que una aplicación del celular, le permite replicar el sonido sin necesidad de azotar ollas y cucharones. El domingo incluso en Misa la gente llevó las latas. Al unísono se protestaba. Por todo y por nada. Contra todos y contra ninguno.

Segundo momento: 6 horas a ‘pata’.

Cuentan en el edificio donde vive mi madre que,a la dueña del apartamento 502 de la torre 4, le tocó meterle un billete, igual que a otros 10 apartamentos más del mismo edificio, para que por fin se vendan o se arrienden como en gran parte de la ciudad.

Ese inmueble lleva casi un año desocupado y para sus dueños es una pérdida de dinero y un gasto recurrente. Pensaron que lo mejor era remodelarlo y por eso, contrataron a varios obreros para mejorar los baños, la cocina, cambiar el piso, lijar las puertas y pintarlo.

Como esos arreglos son demorados, contrataron a tres obreros para terminar en lo posible, antes de diciembre, por aquello de que el 2019 está apunto de expirar. Y empezar el año sin resolver el asunto es preocupante para el bolsillo.

Aunque la obra ha avanzado, desde el 21N todo mermó. Y lo más grave es que Juancho, uno de los tres obreros que contrataron para ello, hizo esfuerzos sobrehumanos para llegar a trabajar, sin embargo, el 27N le fue literalmente imposible llegar a la obra a pesar de sus intentos.

Dicen que tiene que ocurrir algo muy grave para que Juancho se enferme y no se pare de su cama.

A los obreros les pagan por lo que hacen diariamente. Así que dejar de ir un día, dos o cinco, es dejar de ganar y no tener para comer ni él ni su familia. Cuando el paro llevaba 6 días desde que fue convocado, sus pobres pies, literalmente, no dieron más.

Las piernas, como relatan sus compañeros de trabajo, se le entiesaron y su cuerpo se negó a volver a andar. Estaba, literalmente, molido.

Desde el jueves y hasta el martes, como el Transmilenio estuvo interrumpido, el no tuvo más remedio que irse a pie hasta la casa, todos los días. 27 kilómetros desde la Boyacá con 134 hasta Soacha.

Para la mañana del miércoles ya no pudo caminar, los casi 180 kilómetros recorridos le impidieron salir. Le dolían las plantas de los pies, los dedos, las piernas. El cuerpo. Se sentía enfermo. Las ampollas eran insoportables.

Un hombre acostumbrado a cargar, al trabajo duro, no podía creer lo que le estaba pasando.

Juancho podría estar de acuerdo con las justificaciones de la protesta, pero la verdad es que no le importan porque dice que siempre le toca la peor parte y nunca ve que vaya a mejorar la calidad de vida para él o su familia.

Postrado en su casa y en su cama, Juancho vio llegar el 30N con la promesa de nuevas protestas y se mostraba angustiado por la plata que no se pudo ganar.

Me pregunto, ¿con esa forma de protestar se resuelven los problemas de las mayorías? ¿Las centrales obreras que convocaron el paro, representan los intereses de los ciudadanos en todo el país? ¿Fue Gustavo Petro, como lo hizo en 2010 cuando los pequeños transportadores bloquearon la ciudad por 5 días, el que se mantuvo tras bambalinas y manipuló a los sindicatos y a los jóvenes deseosos de rebeldía para que se prolongara el paro nacional?

Tercer Momento: La reflexión

Alguna vez le escuché acertadamente decir a un exministro, de esos con talante presidencial, hoy preso, que el problema de las ideologías nunca es de objetivos y mucho menos de metas o resultados, sino de método. Pues al final unos y otros buscan lo mismo.

Sin embargo, e independientemente de la orilla ideológica que se ostente, siempre temporal, el problema es el cómo se garantizan, de verdad, esos derechos económicos y sociales como lo son la salud, la educación, la recreación, o una justicia eficaz.

Resulta, entonces, que es una interrogación obligada que cualquiera se debe hacer: ¿Cómo se logra mejorar la calidad de la vida de la gente garantizando sus derechos fundamentales? ¿Qué se debe hacer?

La manera de ver un mismo fenómeno de malformación social siempre ha fraccionado opiniones, y ha divido la manera de buscar las soluciones a esos mismos problemas a lo largo de la historia.

De hecho, desde el comienzo de Colombia, Bolívar y Santander por ejemplo, luego de la campaña libertadora jamás pudieron sincronizar sus ideas de la república.

Una condición para que se pueda dar la garantía del derecho es el cumplimiento del deber. Es decir, que detrás de cualquier derecho está el deber. O mejor no hay derechos sin deberes, ni deberes sin derechos.

Eso, al final, es lo que mal han llamado Cultura Ciudadana, cuyos componentes son muchos pero sobre todo inspirada en un valor fundamental el respeto por el otro.

Es tanto lo que nos divide y tan poco lo que nos une, luego del fracaso de los partidos y del caudillismo no sabemos cómo seguir y el peligro de la Anarquía.

Nos quedan en el ambiente más preguntas que respuestas.

¿Será capaz el chasis institucional del país de aguantar los sentidos reclamos de jóvenes, mujeres, estudiantes, profesionales, desempleados, enfermos, víctimas, despojados, desplazados, huérfanos, viudas, desmovilizados o quebrados?

A juzgar por la emotividad de las protestas, su ubicación geográfica, narrativas y propósitos, pareciera imposible adelantar los cambios que exige esta nueva sociedad colombiana.

Se busca reformar la justicia, el Congreso, generar empleo y acabar la corrupción, en el corto plazo o en el mediano plazo con lo que tenemos. Entonces, es claro que reformar la Constitución si es necesario. Nuestra realidad deben cambiar, merece cambiar.

Por ejemplo, es hora de quitarle poder al Presidente, cambiar el sistema parlamentario, mejorar la democracia, transformar la justicia. Simplificar los organismos de control. Además de la necesidad de transformar la Fiscalía, la Policía y el Ejército, solo para comenzar.

Aprendí de un gran profesor de matemáticas en el colegio que la única forma de entender el problema para poderlo resolver, primero es entenderlo.

Hemos llorado a Dilan, el  joven que murió en medio de las refriegas, a los niños del bombardeo, a los 300 policías ultrajados y torturados por turbas rabiosas. Pero realmente lloramos y tocamos la cacerola por la falta de oportunidades, la desigualdad de un país que vive de discursos, buenas intenciones y protestas con un potencial enorme que no ha encontrado el norte sin recurrir a la violencia.

Imposible que encontremos nuevos y buenos resultados si seguimos haciendo lo mismo. Estamos sobrediagnosticados pero seguimos igual, enfermos. Y peor, todos consternados por el ruido que nos deja sordos ante el llamado de la campana de cristal, lista para romperse si se presenta una nueva revuelta popular.

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