Realidad de lo acontecido en noviembre de 2019, y los meses posteriores en su día 21, poco ha dejado para la construcción política y social de Colombia; lo que se quiso emular de Chile, Ecuador y Bolivia no pasó de evidenciar una compleja situación social latinoamericana que rayó las vías de hecho y confrontó el “statu quo” del estamento gubernamental. Organizaciones sociales, sindicales, estudiantiles, artísticas, entre otras, siguen cargando con profundos inconformismos, fundamentados o infundados, en torno a una reforma pensional y laboral, la falta de recursos para la educación, el establecimiento de una renta básica, el asesinato de indígenas, excombatientes y líderes sociales, la implementación de los acuerdos de La Habana, la violencia de género, entre otros factores.

Ideología de confrontación, desde el delirio de persecución, atiza la polarización y carencia de imparcialidad y objetividad del colectivo protestante; cadenas de “fake news” en las redes sociales y las plataformas de comunicación interpersonal, como WhatsApp, no son el camino para conquistar el derrotero político que deben estructurar alejados de los intereses caudillistas de humanistas, glaucos, líderes alternativos y social demócratas que hoy están en franca decadencia. El caos e insurrección del entramado social colombiano poco y nada aporta para la construcción, de una nueva normalidad, en medio de la zozobra que trae consigo una económica en fase de contracción; consecuencias de la pandemia, la catástrofe natural, y la migración indiscriminada llaman a la toma de medidas tendientes a preservar la seguridad, convivencia y normalidad pública.

Aspiraciones sociales, desde el respeto por la democracia y el estado social de derecho, deben pasar de las expresiones verbales a acciones de hecho desde el legislativo, proyectos de ley coherentes con el pensamiento y percepción de aceptación de la postura del otro; marco de convivencia pacífica donde se acata el devenir político de la nación y se reconocen los fallos y el operar de la justicia. Reclamos válidos de la masa protestante que plantearon, al gobierno, serios desafíos y pedían encontrar alternativas inmediatas a las necesidades del pueblo colombiano, poco a poco, se han ido difuminando en el tiempo y las emociones de un colectivo que se desencanta de oportunistas e incendiarios líderes de movimientos que atizan odios y rencillas para sus propósitos en plaza pública, pero poco y nada aportan a la solución de una situación social que hoy es mucho más compleja.

Madurez, política y social, de la protesta denota la necesidad de un movimiento capaz de renovar las dinámicas de liderazgo que propicie un cambio de figuras, pensamientos y procedimientos; estandarte democrático que comprenda el valor de una masa que se identifica con un proyecto y lo traduce en votos en las urnas. Revoltosos encapuchados solo han conseguido estigmatizar la protesta y desvirtuar el verdadero sentido de esta. Bloqueo de vías, ataques al transporte, vandalización al comercio, destrucción de los bienes públicos, confrontación con los agentes del estado, son la suma de factores que asaltan preocupaciones y siembran el pánico frente al legítimo derecho a la manifestación de inconformismo, craso error de procedimiento que deja en entredicho la capacidad de prepararse y articularse no solo para el paro sino para la construcción de soluciones a los problemas sociales que exaltan.

Alteración del orden democrático debe venir de ese símbolo de inspiración de la juventud por ver otra Colombia, traer a la agenda pública temas puntuales y propuestas programáticas para abordarlos; costo social alejado del adoctrinamiento mediático, periodístico, y docente que nubla la capacidad de observar, cuestionar y confrontar la realidad. El país está ávido de escuchar argumentos y propuestas realistas que no caigan en la órbita de corrientes ideológicas que llaman a la protesta y alientan el espíritu reaccionario a la calentura del momento, país se construye con trabajo colectivo y no con las ansias de exigir que el estado proporcione todo sin el mayor esfuerzo para ello. Ejemplo de fallidas revoluciones está a la orden del día en el vecindario y las consecuencias políticas y sociales se ven hoy con la desbordada migración.

La hostilidad y el miedo son la peor estrategia para acompañar el clamor del colectivo nacional que pide estructurar un pacto político por Colombia que permita la reconstrucción del núcleo social del país. Atomización de intereses solo genera tensiones y divisiones, la corriente protestante está en mora de establecer una hoja de ruta alejada de influencias malévolas, nacionales y extranjeras; lo que surgió como un acto espontáneo en 2.019, y aglutinó a múltiples sectores, hoy se desdibuja y debilita ante la pasividad transformadora de sindicalistas y la indiferencia, para avanzar en la construcción de un futuro, por parte de los estudiantes. Nadie discute que las reformas son necesarias para la viabilidad institucional y guiar los destinos económicos y sociales del país, el problema está en que no se ve quién sea ese líder, apto y experimentado, con las agallas y el carisma para conglomerar los intereses partidistas e ideológicos, y construir desde las diferencias.

La negligencia política ha puesto a Colombia en un punto de no retorno, la sociedad está hastiada de la inoperancia burocrática para impulsar proyectos que satisfagan las necesidades básicas de la sociedad. Anuencia de la clase política con la corrupción, desmorona la esperanza de un cambio, ratifica la incompetencia de partidos, movimientos, y dirigentes para hacer frente al compromiso social que la democracia les impone. Visión de cara a futuro pide poner los pies en la tierra, huir de eufemismos, y estructurar una propuesta de campaña que no sea incierta, recoger las experiencias de un año de protestas para dialogar con tesis prospectivas, construir futuro desde el cumplimiento de los deberes que se tienen en el ejercicio de la ciudadanía.

El saber elegir permitirá superar la desfinanciación estatal, la corrupción y el sinnúmero de flagelos que aquejan a una sociedad que sucumbe ante los errores del pasado por negarse a reconocer su historia y el legado que deja la mezquindad política de quienes han regido los destinos ejecutivos y legislativos de la nación. Un año de protestas dejan claro que quienes se manifiestan en las calles no son tan masivos como lo quiere hacer ver la oposición, pero tampoco tan insignificantes como lo señalan los afectos al gobierno; el inconformismo que ha salido a flote deja entrever que hay factores clave desde los cuales dialogar y encontrar un punto medio para construir soluciones, espiral del silencio que bifurca la conceptualización de la realidad al interior de la opinión pública desde la percepción selectiva del ambiente y los comportamientos de la agrupación social.

La conversación nacional debe girar entorno a planteamientos y propuestas claras y concretas, Colombia no puede permitir que la inestabilidad social siga de manera prolongada y con un nuevo pretexto cada día para protestar por el simple hecho de protestar. Es hora de tomar conciencia, fijar posturas y jugar un papel preponderante en este caos en el que está inmersa la nación, como actores del entramado social cada uno está llamado a ser parte de la solución. En este instante está en definición el futuro democrático e institucional del país, los excesos están mandados a recoger, el diálogo es la base de toda negociación y consenso, pero requiere de la disposición de escuchar y a su vez ceder para concertar soluciones viables en el corto, mediano y largo plazo.

Escuche aquí el podcast de la columna sobre el “Inconformismo del 21”

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