¿A dónde queremos llegar? ¿Qué modelo de sociedad queremos para nuestros descendientes? ¿Estamos en el camino correcto?

Con la polarización que vive el mundo actual, no nos queda más que preguntarnos: ¿habrá algún discurso filosófico y político válido, lo suficientemente global, que no solo pueda explicar el mundo sino que nos plantee alguna solución al eterno dilema del equilibrio de la humanidad

Yuval Noah Harari nos explica de forma brillante en ’21 lecciones para el siglo XXI’ cómo el discurso liberal y el discurso socialista, son hoy más que insuficientes. Bauman en su ‘Modernidad líquida”, Byung Chul Han en ‘La sociedad del cansancio’ y ‘La sociedad de la transparencia’, nos hacen una aproximación parcial, realista y desesperanzadora a los nuevos “pilares” de nuestra sociedad.

Sin embargo, poco nos hemos preguntado: ¿qué sucedería si encontramos “la solución” y todo se vuelve perfecto y el mundo, con el pasar del “tiempo”, se torna en un “paraíso”?

El pasado fin de semana, uno de esos reflexivos domingos, en donde el pesimismo individual evoca el pesimismo literario, cayó en mis manos un librito estupendo: ‘La máquina del tiempo’.

En 1885, Herbert George Wells (Bromley, Kent, 1866 – Londres, 1946) escritor, historiador y filósofo, de tendencia socialista publicó su primera novela, un relato delicioso que se lee en poco menos de 2 horas, ‘La máquina del tiempo’ (1895).

Algunos lectores de Wells han dicho que la gran protagonista del libro es la lucha de clases: los hermosos y blancos Eloi, habitantes del mundo superior, desprovistos de inteligencia eran descendientes de los antiguos capitalistas, y los oscuros Morlocks de los proletarios, enterrados junto con las máquinas y la industria en el Mundo Subterráneo, esperando siempre el momento de devorar como alimento a algún despistado Eloi.

Sin embargo, para mí, el gran protagonista del libro es el tiempo, el tiempo como vehículo de la evolución. En el libro, un científico del siglo XIX construye una máquina del tiempo y en ella hace un viaje al año 802.701 encontrando una sociedad aparentemente equilibrada. A lo largo del tiempo, en el libro, el ser humano “evolucionó” (el término preciso debiera ser “involucionó”) hacia una utopía distópica: el mundo en el que aterriza el viajero es un mundo sin enfermedades, pero también sin mayores pasiones y valores humanos diferentes a satisfacer las necesidades primarias, un mundo en donde el bienestar había alcanzado su punto máximo.

Y sin embargo dice el viajero del tiempo: “me afligió pensar cuán breve había sido el sueño de la inteligencia humana. Se había suicidado. Se había puesto con firmeza en busca de la comodidad y el bienestar de una sociedad equilibrada con seguridad y estabilidad, como lema; había realizado sus esperanzas, para llegar a esto al final. Alguna vez, la vida y la prosperidad debieron alcanzar una casi absoluta seguridad. Al rico le habían garantizado su riqueza y su bienestar, al trabajador su vida y su trabajo. Sin duda en aquel mundo perfecto no había existido ningún problema de desempleo, ninguna cuestión social dejada sin resolver. Y esto había sido seguido de una gran calma. Así pues, como podía ver, el hombre del Mundo Superior había derivado hacia su blanda belleza, y el del Mundo Subterráneo hacia la simple industria mecánica.”

El único bálsamo que encuentra el viajero del tiempo, es una tierna e infantil mujer llamada Weena, una Eloi a la que el hombre rescata cuando está a punto de ahogarse, gesto que ella retribuirá acompañándolo a donde quiera que vaya, creándose entre ellos un particular vínculo afectivo cuyo final -como el final del libro- solo intuimos… nos quedamos sin saber cuál habrá sido el destino de ella, de ese mundo.,. y el de su protagonista.

El mejor regalo del libro, no obstante, es la reflexión sobre si aquel mundo del futuro, tan perfecto, realmente podría continuar siendo un mundo sosteniblemente equilibrado en el tiempo. Nos dice Wells en una esclarecedora reflexión: “Pero aquel perfecto estado carecía aún de una cosa para alcanzar la perfección mecánica: la estabilidad absoluta. Evidentemente, a medida que transcurría el tiempo, la subsistencia del Mundo Subterráneo, como quiera que se efectuase, se había alterado. La Madre Necesidad, que había sido rechazada durante algunos milenios, volvió otra vez y comenzó de nuevo su obra, abajo… Y cuando les faltó un tipo de carne, acudieron a lo que una antigua costumbre les había prohibido hasta entonces.” Y nos quedamos realmente sin saber qué pasa…

H.G. Wells fue un tipo convencido de la necesidad de un sistema social más justo, y sin embargo, el pesimismo no lo abandonaría jamás. Wells se uniría a la Sociedad Fabiana, cuyo objetivo era instaurar el socialismo de forma pacífica, sociedad que se disolvió en medio de las diferencias ideológicas de sus miembros. Su novela expone una visión que hoy se torna realista -la máquina del tiempo no es hoy una tecnología imposible, acordémonos de la película ‘Interestelar’, asesorada por físicos de la NASA- que mantiene en su relato una dura crítica a los riesgos inherentes a los avances tecnológicos y la evolución.

Finaliza diciéndonos en su libro: “Una ley natural que olvidamos es que la versatilidad intelectual es la compensación por el cambio, el peligro y la inquietud. Un animal en perfecta armonía con su medio ambiente, es un perfecto mecanismo. La naturaleza no hace nunca un llamamiento a la inteligencia, como el hábito y el instinto no sean inútiles. No hay inteligencia allí donde no hay cambio ni necesidad de cambio.” ¿Algo más acertado para nuestra época?

Para aquellos y aquellas que creen en la novela de anticipación, basta con leer la novela del mismo autor ‘Ana Verónica’ (1909) en la que se adelanta a lo que serían los movimientos de liberación femeninos del siglo XX y XXI. Y no es ciencia-ficción. Está pasando. Sigue pasando.

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