Que los hijos regresen al colegio después de unas largas vacaciones es un gran alivio para el cuerpo de un papá. Incluso para su salud mental.

Me siento lacerada físicamente. Me dejaron agotada y con ganas de otros días de descanso, pero personales. Y también me siento fatigada mentalmente. Me convertí en payasa, en profesora de gimnasia y de artes plásticas, en jugadora especial de batallas, en modista de ropa de muñecas, en conductora de ‘Monster trucks’ de juguetes, en arquera profesional, en experta en armar legos y, aparte, diestra en no cerrar el ojo durante 18 horas al día.

Y ojo. No es flojera. Es sinceridad. Y claro es una bendición compartir con los hijos, tenerlos a nuestro lado, poder ver sus avances, enseñarles a superar sus dificultades, a esperar y respetar el turno y, también, a responder sus jocosas y avanzadas preguntas. Pero no deja de ser agotante.

Ahora entiendo esos letreros que vi en varias ciudades que visité: “Vacaciones intensivas recreativas”. Los pedagogos lo saben. Pero por acá fue lo contrario: “Trabajo intensivo recreativo”. Días de preparar galletas, mañanas de piscina, tardes de parque y bicicleta, plan de montaña y de patineta, horas de rompecabezas y mucho desorden. Una sacada de jugo profesional, con quemada de calorías superior a las que se gastan en una carrera Ironman.

Pulzo
Hijos de Mónica Toro / Pulzo

Pero también es cierto que de estas vacaciones quedaron cientos de besos para enmarcar, colecho puro y despertares unidos en un solo respirar. Espalda adolorida y ojos que anhelan quedarse cerrados hasta el próximo año bisiesto. Pero, sobre todo, en estas vacaciones quedó confirmado el gran equipo que tengo a mi lado: mi esposo.

Para las mamás es fácil decir que uno es quien dedica, en la mayoría de los casos, el tiempo al hogar. A hacer de comer, a servir, a lavar, a planchar, a cuidar y a educar.  Y entonces, ahí, donde estoy tan ocupada con los pequeños de la casa, donde mis ojos, mi energía y mi disposición están allí de lleno; es cuando me percato, aún más, que nunca he estado sola.

Él llega a mostrarme, sin querer demostrarme, que es mi coequipero. Que está para leer los cuentos, para lavar los dientes, para poner la pijama. Que lleva a los hijos a la granja a jugar con los perros, a darle de comer a los terneros, a cargar las gallinas y a montar a caballo.

Cortesía de Mónica Toro
Familia Ferreira Toro / Cortesía de Mónica Toro

Pero es también quien cambia el aceite y revisa el aire de las llantas del carro. Quien se encarga de hablar con los bancos, comprar los tiquetes vía online, pagar las facturas y recoger la publicidad del buzón. Quien revisa que quede la casa con seguro. Que mientras yo empaco la medicina para los hijos, él ya tiene en la maleta los cargadores de celulares, de los relojes y los implementos para hacer ejercicio.

Es también, quien tiene largas jornadas de trabajo. Quien tiene que levantarse igual o más temprano que yo, y regresar a casa tarde y con una sonrisa, y una energía para hacer el ritual nocturno con los hijos. Y también, eso sí, con su esposa, o le armo huelga.

Él es mi equipo. Y las vacaciones sirvieron mucho más para darme cuenta de eso. Y es que precisamente eso tener equipo: saber definir en qué es bueno cada uno y distribuirnos las funciones de esta empresa: del hogar.

Así que ya no digas más que tu esposo no te ayuda en casa. Que te toca solo a ti. Que tienes otro hijo más. Que estás sola. No esperes a que saque la caneca de la basura o a que sacuda el polvo del televisor. Quizás no es bueno para eso, ni tiene el interés de aprender.

Cortesía de Mónica Toro
Familia Ferreira Toro / Cortesía de Mónica Toro

Así que mejor dedica el tiempo en descubrir más de sus habilidades y déjaselas saber, para que se convierta en un experto y así sume acciones a su lista de emprendimiento familiar.

Eso sí, en esta casa la única función que no se divide es la de acostar y despertar a nuestros hijos con un beso y una bendición.

Gracias equipo. Y acá estaré para caminar en las buenas y en las malas. Para no dejarnos caer ante las adversidades. Para recordar los maravillosos momentos cuando tengamos que levantarnos. Y para seguir echando agüita a esta mata que florece, se deshoja, algunas veces se marchita pero que nunca se ha dejado morir.

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