Hace apenas un par de semanas finalizó una nueva edición de la Copa América y todos los medios deportivos del continente mantuvieron el mismo foco. Que si Messi dijo, que si el árbitro acertó o que si Neymar faltó.

Es entendible, es lo que vende. Sin embargo estamos revisando el árbol con microscopio, cuando no nos hemos dado cuenta del bosque que arde en llamas, con vientos fuertes desde todas las latitudes y cero pronóstico de lluvia.

Van 17 años desde que Sudamérica logró traer a casa una copa del mundo. 33 años desde que lo hiciera un equipo diferente a Brasil. Y nosotros seguimos preocupados por el análisis amarillista de cualquier declaración salida de tono. El desorden de confederación y de federaciones ha contagiado a todo el continente, que parece no entender que lo está dejando el tren bala y pretende seguir en locomotora a vapor, esperando arribar al mismo lugar en el mismo tiempo. 

Muchos países en Europa han entendido y administran muy bien la importancia de los procesos, los cuales se proyectan a 10, 15, 20 años o más. Entienden el biotipo de su población para sacarle provecho a sus fortalezas, y de esta forma empezar a trabajar las categorías infantiles para crear un estilo propio acomodado a sus capacidades.

Incluso han estudiado el fenómeno migratorio para poder adaptarlo y convertirlo en una ventaja competitiva. Utilizan tecnología y ya se trabaja con Big Data para entender los patrones que marcan la parada en el fútbol moderno. Administrativamente son más organizados y la profesionalización del deporte en todas sus ramas nos lleva mucha ventaja.

No es extraño ver que la adaptación de los futbolistas sudamericanos en Europa se demore meses. Deben trabajar no solo en lo físico y deportivo, sino en lo mental y profesional. Y una vez adaptados, los vemos brillar en las principales ligas del mundo, sin embargo cuando vuelven a este hemisferio a vestirse con la bandera, algunos parecen olvidar muchas cosas.

Es como el fenómeno del turista que respeta todas las normas en el país que visita, pero que en su patria no tiene reparo en acelerar cuando la luz del semáforo pasa a rojo.

A este paso, seguiremos siendo una mina de diamantes en bruto, a los que solo podremos ver brillar del otro lado del atlántico por televisión. 

Responsables, todos. Directivos mediocres y cortoplacistas con intereses ajenos a los futbolísticos. Cuerpos técnicos desactualizados y jugadores mal acostumbrados. Un periodismo miope al que le encanta jugar en el barro y un público amarillista que le endilga al fútbol la responsabilidad de su felicidad y lo tiene como pozo de frustraciones.

Ojalá entendamos que el camino lo tenemos que recorrer todos y con un mismo fin: sacar al fútbol sudamericano del siglo XX.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.