Nueva normalidad llama a propiciar un trabajo decente, con salario digno, que esté conexo con la propuesta y promesa de campaña presidencial que hablaba de un país solidario con menos impuestos y más salario mínimo. Coletazo de la pandemia, y la profunda crisis económica que acompaña el escenario colombiano, saca a flote preocupantes prácticas laborales que agudizan precariedad del empleo formal. Músculo operativo del Ministerio del Trabajo está bajo la lupa de un entorno que habla de reactivación, pero trae consigo quiebras, despidos masivos, reducciones salariales y descabelladas propuestas políticas, de inconvenientes reformas, que acrecientan el porcentaje de desocupación, y complejizan el fenómeno de informalidad que hoy invade las calles de la ciudad.

Aspiraciones monetarias de los agentes laborales minan el inconformismo, de sindicatos y empleados no agremiados, ante la mezquindad de la dirigencia industrial que apuesta por reavivar la economía a como dé lugar. Costos asociados al capital humano están lejos de ser vistos como un motor de la productividad, factor operativo que se traduce en riqueza y bienestar social del país. Reducción de la jornada laboral, contratación por horas, entre otros factores, no reconocen el valor del trabajo en la economía, pues sin mano de obra el país se detendría y no habría empresa, ni riqueza. Coherencia aclama revitalizar el aparato productivo nacional, inyectar recursos para incentivar el gasto y la adquisición de bienes y servicios; soporte monetario que propende por mejorar las condiciones de salud y alimentación de las familias colombianas y dar un aire de tranquilidad a la asfixiante situación que atenta contra la estabilidad emocional de la fuerza trabajadora.

Ausencia de políticas claras de reactivación económica afectan a la población con empleo, sujetos trabajadores que dedican su tiempo y entregan sus capacidades para luchar hombro a hombro con los empresarios y encausar el rumbo perdido por la industria en el mercado nacional. Fuerza laboral que se ha sacrificado en esta pandemia, ha reinventado sus rutinas productivas, ha asumido las cargas del teletrabajo, y corre el riesgo de salir a trabajar en forma presencial, ahora asume los enfermos, los muertos y el desempleo. Ciudadanos que se solidarizaron con sus patronos, firmaron acuerdos voluntarios de descuento de un porcentaje importante de sus salarios, como contribución por la contingencia generada del Covid19, son víctimas de la ingratitud de empleadores que los cohesionan para bajar el salario o asumir el despido ante la crisis.

Equivocación flagrante es romper el diálogo y la convicción negociadora ante el ego prepotente de administrativos a la cacería de pretextos para obtener réditos en dificultades como en bonanza. Parece ser que al empresariado colombiano se le ha olvidado que un alto porcentaje de la población debe tener un mínimo poder adquisitivo para pagar arriendo, alimentación, vestuario, educación y salud; necesidades básicas de equidad y condescendencia que aclaman profesionales subvalorados e inexpertos desempleados del común social colombiano. Generación de empleo y dinamización de la economía están tan distantes de la realidad, en la nueva normalidad, como el abismal discernimiento entre empresarios y trabajadores en la mesa de concertación del salario mínimo.

Gestión administrativa no está en despidos y reducción de gastos salariales, brazo de acción gerencial se gesta en estrategia encaminada a optimizar costos operacionales y ampliar oportunidades de empleo que den poder adquisitivo al colombiano; responder a la esperanza de pensión de retiro meritorio para quienes dan su vida y capacidad productiva en una empresa, negocio o institución. Ahorro e inversión debe estar concentrado en oportunidades que muevan la economía y no dejen que la pobreza aumente, pescar en rio revuelto solo merma la productividad de las empresas y aumenta la incertidumbre e inestabilidad de una clase trabajadora que no se siente compensada y valorada en su labor.

La pandemia atomizó las utilidades de la industria, hito de transformación que implica entender al emprendedor y dejar de lado el populismo barato de caudillos que poco aporta a la solución. La equidad se construye en conjunto con la clase obrera que es la que ayudan a que las empresas funcionen, pues las máquinas solas no producen si no hay quien las opere. Fenómeno inflacionario, sumado a la falta de ayudas estatales, dispara la lista de empresas (63) que tienen más de 2.866 puestos de trabajo pendiendo de un hilo y pronto harán despidos masivos con el aval del Ministerio del Trabajo, complejo ambiente que dilata la recuperación de una economía en recesión y que poco apuesta por proteger todos los puestos de trabajo.

Confuso paisaje del sector educativo, la industria, el turismo y el comercio no puede enceguecer la razón y caer en la tentación de oscuros personajes que enfilan esfuerzos por una política de flexibilización laboral que conduce a senderos que hacen paupérrima la esfera del empleo colombiano. Es momento de enfocarse en construir valor en el emprendiendo para prosperar la microeconomía del consumo y jalonar la producción interna, generar empleos con salario decoroso y un control de precios estricto para evitar el desborde inflacionario. Situación atípica propiciada por la pandemia alteró dinámicas de consumo y actuar de la población colombiana, impacto sobre empresarios y productividad con registro negativo (-0,6%) en este 2.020 que pide del gobierno políticas de modelo económico que aterricen el actuar a la realidad de un país empobrecido.

Posición responsable y solidaría es crear condiciones para generar más trabajo, grave es caer en el extremo populista del socialismo, disfrazado de progresismo, que fácilmente generaliza y nada aporta para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Bienestar de la mediana y pequeña industria depende de las tácticas legislativas para hacer frente al estado crítico de la economía, seguridad del trabajador está asociada al margen de acción de cada negocio y la productividad de un mercado impactado no solo por el fenómeno del confinamiento sino por un ecosistema de violencia, corrupción y profundas desigualdades de la presión fiscal que ahoga a los empresarios.

El 2021 traerá el reto de reinventarse y aplicar las mejores técnicas por parte de empresarios y empleadores para construir valor y prosperar, tarea del gobierno nacional es reorientar los proyectos de inversión para resolver los problemas de la industria y el ciudadano. Duro quehacer tendrá el Ministerio del Trabajo para efectuar seguimiento a los beneficios tributarios concedidos para la generación de empleo y poner límites al despido de personal, rebajas salariales o tercerización a través de fundaciones; panorama espinoso espera a los trabajadores que deben adecuar sus pretensiones a un aumento salarial discreto, sacrificio conjunto que apuesta por la construcción de un mañana y una recompensa futura.

 

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