Preocupantes porcentajes de casos positivos de COVID-19 en Bogotá, en los últimos días, frente al global nacional, son consecuencia de múltiples factores asociados al imaginario colectivo; percepción de tranquilidad motivada por aprobación de la vacuna de Pfizer, y su llegada al país en el primer semestre de 2.021, distensión del ciudadano, ponen en riesgo el autocuidado que se tuvo desde el mes de marzo. Lejos de crear miedo en las calles, querer sembrar caos atacando a las instituciones o entrar en el juego de agitadores políticos de corrientes de izquierda, el problema público de salud pide dejar la improvisación constante en la capital y concentrar la gestión administrativa en acciones de prevención para evitar la transmisión.

Preocupación por reactivar la economía, a como de lugar y sin importar las consecuencias, deja en el ambiente dos premisas: están convenientemente presentadas las cifras de la pandemia que todas las tardes difunden las autoridades locales; la apuesta política colombiana prima el egoísmo de no generar acciones para evitar contagios, banaliza la enfermedad y asume que en este punto se deben contagiar miles de ciudadanos y morir una alta proporción de estos. Es momento de asumir responsabilidades individuales y entender que de cada uno depende detener la propagación indiscriminada del COVID-19, casos como el de la inauguración del alumbrado navideño o el madrugón de San Victorino son el iceberg de la hipocresía con que se enfrenta el riesgo en la Capital.

“Egoteca” del Palacio de Liévano está acabando con Bogotá y sus ciudadanos, populismo fraguado de oportunismo alza la voz, en la plaza pública y los medios de comunicación, y aprovecha la pandemia para obtener réditos políticos, pero deja más dudas que certezas en la diligencia para hacer frente al reto que implica ejercer el máximo poder en la metrópoli capitalina. Muertes por COVID-19 sopesadas con el desempleo de cientos de familias y la escasa recuperación de la industria siembran la miopía administrativa que se niega a poner coto a la ausencia de protocolos de bioseguridad en el comercio, pero suspende la ciclovía nocturna con el argumento de aglomeraciones y el riesgo que esto implica en este momento.

Indolente cierre constante de negocios, encierro estricto de sectores poblacionales, estancamiento social, y gasto indiscriminado de recursos, en reducciones y beneficios para unas esferas específicas de la población, atomizan la credibilidad e imagen caudillista de quien abiertamente apuesta por encausar ideológicamente las masas con propuestas glaucas, alineadas al progresismo de izquierda, con estruendoso fracaso en el vecindario latinoamericano. Antes que aprender de los errores, la funcionaria capitalina está abriendo espacios para asumir un riesgo innecesario en esta temporada decembrina, escenario en el que no se puede relaja el colectivo social, se deben evitar las aglomeraciones e incrementar las campañas de cultura ciudadana para apropiar la conciencia de un uso adecuado del tapabocas y la importancia del lavado frecuente de las manos.

Complejidad del momento aclama por aguantar las ansias de reunión familiar y social, departir con amigos y seres cercanos en Novenas, Nochebuena y Año Nuevo no está a la orden de este 2.020. Mezquindad ética y comportamental de dignatarios políticos no pueden tomar carrera al interior del colectivo, velo informativo sobre el virus, su influencia y nefastas consecuencias nublan la proporción de lo que ahora ocurre frente al número de contagios, la ocupación de Unidades de Cuidados Intensivos y lo que implicará un pico de la enfermedad a mucho tiempo de que llegue la vacuna a Colombia. Estulticia caciquesca plagada de calumnias, y perversidades malévolas, requiere del desastre poblacional, en medio de la pandemia, para sobresalir sin importar que la ciudad se derrumbe.

Opresión indiscriminada desgasta efectividad de medidas como el toque de queda, la ley seca o la movilidad restringida, empatía de la gobernante con los ciudadanos riñe con las limitaciones a la libertad y las incoherencias de pensamiento, palabra y acción que acompañan a la dignataria en su cantinflesco actuar. Respeto y responsabilidad con la vida pide ajustarse a las recomendaciones de autocuidado que tanto se han promulgado con rigor científico, llevar el COVID-19 a un segundo plano es una insensata decisión. La gente está haciendo lo que se le da la gana, pues la falta de gestión administrativa conlleva a perder el control de la ciudad y sucumbir en el intento de controlar la catástrofe epidemiológica por la que se está atravesando. Juiciosa determinación sería amarrarse los pantalones y decretar medidas que, aunque impopulares, son necesarias ante el descontrol ciudadano.

Divergencias de pensamiento e ideologías deben quedar al margen en un instante en el que la ciudad se rinde ante la inseguridad, el embrollo de la migración y el tramoyista acto de ver la viga en el ojo ajeno, pero no en el propio. Tan peligrosa es la entrada de viajeros portadores del virus por el Aeropuerto Internacional El Dorado como las multitudes de San Victorino o los hervideros en Transmilenio, los centros comerciales y las discotecas. Es perentorio que la Alcaldía expida medidas regulatorias para el acceso a espacios públicos, manteniendo las medidas de seguridad sanitaria, y no se permitan las aglomeraciones masivas en las compras navideñas.

Ineptitud e improvisación constante, de la mandataria capitalina, tienen a la ciudad ocupando el deshonroso primer lugar en número de muertos y contagios diarios, arrogancia política hace creer que la moda es gobernar en redes sociales y con anuncios de prensa. Si bien es cierto que no se puede ir atajando a cada uno para que acate los protocolos de bioseguridad, no es menos innegable que el ejemplo inicia con el proceder de los dignatarios y el cumplimiento de la norma. La gobernanza de una ciudad tan grande y complicada como Bogotá exige asumir responsabilidades y no experimentar, a prueba y error, en una espiral tan grave como la que plantea el COVID-19.

Irrelevancia que se le quiere dar al comportamiento capitalino opera como pólvora descontrolada en cada una de las farras barriales que más adelante tendrán algo que lamentar. Gran oportunidad para el comercio será reconsiderar su modelo de negocio, reinventar las rutinas productivas, y transformar el uso de un espacio en el marco de los protocolos de bioseguridad; seguir lineamientos ordenados sin caer en el exabrupto de aglomeraciones como las que se han protagonizado. Absurda respuesta que da la burgomaestre a los cuestionamientos evidencia que no se entiende la magnitud del problema, mala onda es tratar de ganar atención desde el show permanente que se estructura para casar peleas que den minutos de atención mediática.

Las cosas se caen por su propio peso, lo visto en los primeros días denota lo que ocurrirá camino al 24 y 31, lamentablemente la gente no tiene cuidado y por ello hay más personas en la calle; las aglomeraciones, el licor y las riñas son protagonistas en un contexto en el que debe primar la cordura. Palos de ciego piden sintonía con el distanciamiento social, no es coherente que se cancele la ciclovía nocturna, pero se estén organizando casi 2.000 eventos culturales en navidad que esperan asistencia masiva de los capitalinos. Bogotá requiere de una mano firme que con autoridad tome las riendas de la ciudad y ponga bajo control la pandemia, la seguridad, el tráfico y el comportamiento ciudadano en una época de sano esparcimiento que pide no bajar la guardia y mantener el autocuidado para llegar al 2021.

 

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