Paso de aislamiento preventivo obligatorio a selectivo en Colombia genera más dudas e incógnitas que certezas, actitud comportamental de la población en los primeros instantes, de la nueva realidad, demuestran que la cultura ciudadana es un concepto distante de las pretensiones de autocuidado y relacionamiento responsable que se requiere en estos momentos. Falsa percepción de estabilización de la pandemia, ligado al bajo número de pruebas aplicadas en los últimos días, desatan la irresponsabilidad de quienes poco y nada valoran la vida. Solidaridad y convivencia en sociedad riñen con el gesto del “yo primero y el resto que espere” que sale a flote en el marco de unas restricciones puntuales y miles de excepciones que acompañan la coyuntura nacional.

Urgente necesidad de reactivar la economía desborda capacidad de reacción de las autoridades; el uso del tapabocas, la conservación de una distancia social necesaria, el lavado constante de las manos, las normas de aseo personal y de los lugares donde se tiene presencia general riñe con las ansias de los sujetos por asistir a eventos y propiciar aglomeraciones en restaurantes, establecimientos de comercio y la vía pública. Irracionalidad del ser humano no permite comprender que toda acción tiene una reacción, desbordada gallardía retadora, de inconscientes personajes, hace pensar en medidas estrictas que se deberán tomar de cara a futuro.

Nuevos cierres de sectores económicos, traería mayor desempleo y acrecentaría las necesidades de una población que ya comprobó la baja, por no decir nula, efectividad de la estrategia del trapo rojo y demás políticas de acompañamiento y ayuda gubernamental. Antes que endilgar culpas al gobierno, o la policía, se deben asumir las propias, el salir corriendo a la calle sin una necesidad apremiante y el no guardar los protocolos de bioseguridad que se requieren solo indica que como sociedad los colombianos están en el extremo de la fragilidad. Autoconfinamiento es la clave para controlar la pandemia y no perder lo ganado en 5 meses, desaforado proceder de las capas poblacionales abofetean la esperanza de las zonas más vulnerables del país.

Clamor que existía para salir y poder trabajar no es coherente con lo que ahora se aprecia. Ejemplo de países de primer mundo indican que Colombia se está apresurando en factores claves de la prevención, abrir la nación antes de aplanar la curva de contagios, sumado a la carencia cultural de consciencia ciudadana, solo amplía la preocupación por la capacidad de reacción que se tendrá ante una segunda ola del virus. Es momento de asumir el compromiso social, pasar de la crítica y esperar que otro haga lo que corresponde a cada uno; quejarse porque sí, porque no o porque tal vez no soluciona absolutamente nada, se está en un punto en el que todo es malo porque nada se ajusta a la necesidad particular de cada cual.

Mezquindad social no ha permitido que los sujetos vuelvan a humanizar sus relaciones, derrotar el egoísmo y la miserableza que no admite despertar lo caritativo que ayudará a salir adelante, a los colombianos, de una de las peores catástrofes de la humanidad. Firmeza y honestidad deben primar en la construcción de una nueva realidad, lejos está el final de esta particularidad, la llave de la gradualidad está en poder de cada uno de los connacionales, criterio y responsabilidad que permitirá en un determinado momento ver un futuro esperanzador que anime a retomar la ganas de conocer y apropiar el mundo globalizado. Por ahora la enfermedad está latente y el riesgo de contagio es alto.

La nueva normalidad advierte que la sociedad cuenta con las herramientas para afrontar el ambiente que hay en el contorno nacional, regional y local, el problema está en el uso y responsabilidad que se tiene para evitar multitudes, portar adecuadamente el tapabocas, y cuidarse para que exista un mañana. Complicado es mantener una cuarentena prolongada, pero preocupa bastante el camino a la catástrofe que se está recorriendo con la estirpe de prepotentes que creen que el mal no existe o es un problema de otros, discusión vaga que solo comprenderán con la extinción de incompetentes para adaptarse a la realidad que se está afrontando en este momento. Antes que vuelos o fútbol el pueblo requiere atender a las proezas primarias de subsistencia.

Fiestas clandestinas, piques callejeros, riñas con disparos, estupefacientes y cuchillos, entre otros, son el fiel reflejo que en el colombiano prima aquella máxima que indica “si yo estoy bien y la paso bien, a mí que me importan los demás”. Cotidianidad nacional plagada de violencia, intolerancia y egolatría que no discrimina la estupidez conceptual de aquellos incapaces de dimensionar el detonante de grandes proporciones que se tiene al frente. Los ciudadanos son los únicos responsables de lo que está pasando y aquello que va a suceder en 10 o 15 días cuando se dispare el pico de la pandemia, es imposible tener una autoridad que acompañe a la gente,  24 horas – 7 días a la semana, para que no sobrepase los límites al salir en esta nueva normalidad. Cada uno es dueño de sus temores y debe afrontar lo que está por venir, son muchos los que deben reactivar sus actividades en la calle para ganarse la vida, pero solo ellos serán los que puedan demostrar que algo aprendieron de esta situación y no están condenados a morir por el instinto de conservación.

La apertura de la cuarentena ya deja claro que se hace incontrolable el cerco al contagio, de nada ha valido tanto cuidarse si otro irresponsable asintomático inexplicablemente propaga el virus por evadir aquel principio de “yo te cuido, tu me cuidas”,  miserable incultura ciudadana que llama a despertar la cognición de una distancia social adecuada para superar el encierro. Este es el momento de mayor cuidado, el desorden no conduce a nada bueno, difícil es educar a una población tan diversa como la colombiana en tan corto tiempo, pero es urgente un cambio de mentalidad que permita reconstruir la nación del caos en el que la sume la pandemia.

Respeto, responsabilidad, amor propio son la base que permitirá la construcción de una nueva sociedad, las cifras de contagio y el número de muertes que han acompañado la cotidianidad de los últimos días no se pueden constituir en elementos del paisaje. La situación es real, la empatía con el entorno convoca a valorar las pequeñas cosas, como estado y como sociedad se debe despertar el amor por la vida, propia y de los demás, sacar a flote lo valioso de la cultura colombiana. Cuidar de sí y de los suyos dará vía al renacer de una existencia, acoplamiento de particularidades en donde todos tienen su espacio y donde no prima la ley del más fuerte en el que como ahora por hacer lo indebido solo resta por decir ¡Sálvese quien pueda!

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