Con cierta regularidad, Colombia ha visto en los últimos años cómo un presidente de la República tiene un encuentro —estrechón de manos y hasta abrazo incluidos— con personajes a los que el país tacha por ser jefes de organizaciones responsables de graves crímenes en el marco del conflicto armado. Esas imágenes causan escozor profundo porque caen como zumo de limón o sal sobre las heridas que aún tiene abiertas el país. Las más afectadas son las víctimas, a quienes, hundidas en su dolor, les cuesta entender esos costos que tiene la paz.
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El más reciente de esos encuentros se produjo el jueves pasado entre el presidente Gustavo Petro y el excomandante de las Auc Salvatore Mancuso, en medio de la entrega de tierras a campesinos víctimas del conflicto. Ocurrió en Montería, capital de Córdoba, uno de los departamentos más golpeados por las acciones de la organización paramilitar que encabezó Mancuso. En ese acto, el presidente Petro y el excabecilla intercambiaron sombreros vueltiaos, típicos de la región, y se saludaron con camaradería. El país se estremeció.
No es la primera vez que un jefe de Estado colombiano estrecha la mano del jefe de un grupo armado ante la mirada de toda Colombia. De hecho, en 1990, el presidente Virgilio Barco Vargas lo hizo con Carlos Pizarro León-Gómez, entonces comandante del M-19 —grupo al que perteneció el presidente Petro—, cuando ambos firmaron la Ley de Indulto para los miembros de esa organización. El perdón y el olvido fue el costo que pagó el país para lograr la desmovilización del M-19. Los principales beneficiados fueron los integrantes de su cúpula, sobre quienes recaían los mayores cargos judiciales como la sangrienta toma del Palacio de Justicia.
Después de veintiún años, en 2001, el país volvió a ver a su presidente al lado del jefe de un grupo armado. Esta vez se trató de Andrés Pastrana Arango junto con Manuel Marulanda Vélez, alias ‘Tirofijo’, comandante de las Farc, que se abrazaron al saludarse para dar inicio a conversaciones en Los Pozos, San Vicente del Caguán (Caquetá) —uno de los cinco municipios del área de 42.000 kilómetros cuadrados que les entregó Pastrana a las Farc desde noviembre de 1998—, en un intento por reiniciar el diálogo de paz en Colombia. Sin embargo, el proceso fracasó por las tropelías de las Farc y la ingenuidad del presidente.
Otro mandatario colombiano, Juan Manuel Santos, 15 años después, redondeó un proceso que conduciría a la histórica desmovilización de las Farc. El 23 de enero de 2016, en La Habana, Santos y el último comandante de esa guerrilla, Timoleón Jiménez, alias ‘Timochenko’, firmaron, a instancias del gobierno cubano de Raúl Castro, un alto el fuego entre el Gobierno colombiano y la organización armada. Así se dio uno de los últimos pasos cruciales para poner fin al conflicto armado interno más largo de América Latina.
En la misma capital cubana, a mediados del año pasado, el presidente Gustavo Petro y el jefe del Eln, alias ‘Antonio García’, se saludaron frente al presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, al final de la clausura de la tercera ronda de negociaciones de paz entre el Gobierno colombiano y esa guerrilla. Pero hoy el proceso con el Eln está moribundo por el cruento ataque de la organización armada contra una base militar en Puerto Jordán (Arauca), que dejó varios uniformados muertos y heridos.
Encuentro entre Gustavo Petro y Salvatore Mancuso
También está el encuentro entre el presidente Petro y el exjefe paramilitar del jueves pasado, muy cargado de simbolismos más allá del intercambio de sombreros, pues los dos son cordobeses situados en las antípodas del espectro ideológico: el jefe de Estado es de izquierda y fue guerrillero, mientras que Salvatore Mancuso es epítome de la más brutal violencia contra todo lo que oliera a guerrilla o a izquierda. De hecho, se le atribuyen más de 24.000 delitos a él solo, que van desde homicidios de personas protegidas hasta desplazamientos forzados.
Por eso, únicamente dentro de lo simbólico cabe que la entrega de tierras a algunas víctimas del conflicto sea un acto de solicitud de perdón a todas las demás que aún esperan verdad, justicia y reparación. Por eso, el presidente Petro tuvo que volver a predicar en ese escenario que “el perdón social no es un decreto de ningún gobierno, no es una ley de la República, […] no se da desde el púlpito. El perdón social se da desde el corazón de cada persona que integra la sociedad colombiana”.
La larga estela de víctimas que dejó Mancuso a su paso antes de ser extraditado a Estados Unidos es la que ve con estupor su regreso al país sin enfrentar la justicia, su encuentro con el mandatario y su designación de gestor de paz. Para el presidente Petro, sin embargo, es importante convertir a el exjefe paramilitar en aliado, pues su idea de “paz total” no pasa únicamente por buscarla con grupos armados, sino que involucra el propósito de que los criminales aporten ‘su’ verdad en relación con políticos, empresarios y otras personas con las que habrían estado vinculados.
“Ese proceso de paz terminó, en mi opinión, mal”, le dijo el jefe de Estado a Mancuso. “A ustedes los extraditaron; no estaba escrito en el acuerdo de paz. […] Esos mismos que los aplaudieron los pusieron en un avión encadenados, esposados, y se los llevaron a una justicia extranjera. Los traicionaron y la paz no se hace con traiciones. […] “Propongo instalar la mesa para finiquitar el proceso de paz que inició Álvaro Uribe Vélez con ustedes; esta vez, sin traición; esta vez, sin miedo a la verdad, que creo que existía en esa época. Le tenían un temor a la verdad, a las verdades en plural”.
Solo en este amplio contexto se puede entender que el encuentro Petro-Mancuso rompa esa suerte de ‘tradición’ que venía viviendo Colombia en la que algunos mandatarios se reunieron con jefes de grupos armados cuya característica principal es que se trataba de organizaciones que combatían al Estado. Los paramilitares, en cambio, fueron organizaciones que surgieron para combatir las guerrillas y preservar el establecimiento, al amparo y con la ayuda de agentes estatales. Por eso, las jurisdicciones que surgieron para impartir justicia son diferentes para guerrilleros y paramilitares.
Si bien el presidente Petro tuvo un encuentro con el jefe del Eln, alias ‘Antonio García’, el diálogo con esa guerrilla no presenta mayores avances. Algo similar le ocurrió a Andrés Pastrana, cuya cita con ‘Tirofijo’ no garantizó el éxito del proceso que terminó en un rotundo fracaso, salvo por la victoria que él mismo reclama en el sentido de que sirvió para desenmascarar las verdaderas intenciones de las Farc. En cambio, los encuentros de Barco Vargas y Santos con los jefes de las guerrillas con las que negociaron (M-19 y Farc, respectivamente) sí condujeron a la desmovilización de esos grupos. Los residuos de las Farc (las disidencias), ni en su discurso ni en sus acciones, tienen como objetivo atacar al Estado.
Hay, finalmente, otro factor que incrementa la perplejidad y pesadumbre por el encuentro Petro-Mancuso: el exjefe paramilitar hoy no tiene tropas ni mando. En la práctica, su figura no representa nada que pueda afectar negativamente a ningún grupo armado en términos de pie de fuerza o dejación de armas. Ni una delación. Su único valor está, para el presidente Petro, en lo que pueda contar sobre el pasado, que no dejará de ser ‘su’ versión. Por eso, encontrarse y saludar a un exjefe paramilitar, cuando no hay nada concreto para mostrarle al país, como avances en una negociación de paz, como lo han hecho otros presidentes, ha dejado un significativo sinsabor.