El miedo a la muerte pesa más que el amor a la familia. O eso fue lo que Belén pensó el día que decidió no buscar nunca más a sus parientes ni volver a pisar su pueblo, enterrado en las montañas de Antioquia. Esas que tuvo que recorrer a la fuerza, calzando botas pantaneras y un camuflado con el brazalete del frente 47 de la desaparecida guerrilla de las Farc que la reclutó en 1996, cuando tenía apenas 13 años.

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Durante 26 años, su madre y su hermana vivieron con la esperanza de que siguiera viva. Les habían dicho que había fallecido y su cuerpo había sido lanzado a un río, pero no dejaron de buscarla.

“Una mañana, a mediados de 2021, estaba en una terapia y me llamó un funcionario de la Unidad. Me contó lo duro que le había tocado para dar conmigo y me dijo que mi familia estaba buscándome”, cuenta con ese acento paisa que aún conserva y con el tono de una abuela consentidora.

Su nombre real no es Belén, pero así se ha hecho llamar en los últimos días. El temor, que aún no se marcha, no la deja revelar su identidad todavía.

Pasó un año y medio de contrastación de información y toma de muestras genéticas desde esa primera llamada de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) hasta este diciembre, cuando por fin pudo verse nuevamente con su familia.

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“En ese reencuentro no hubo palabras, sino llanto. Ese día pude conocer parte de la historia de mi hermana y mi mamá porque ellas también sufrieron mucho por el conflicto”, cuenta Belén, quien se convirtió en la undécima persona desaparecida en ser encontrada con vida por la UBPD.

Se vieron a eso de las 9:30 de la mañana y el día no les alcanzó para actualizarse sobre lo que había pasado en más de dos décadas de ausencias. Supieron que Belén había estado solo un año en la guerrilla, que se escapó apenas pudo, que se desplazó de varios departamentos, que volvió a ser víctima de los grupos armados y que sobrevivió casi de milagro a una enfermedad que por poco se la lleva hace una década.

Huir de la guerra

El miedo de Belén no era en vano. Sabía que el precio de desertar de la guerrilla podía ser la muerte. Había escuchado de los juicios de guerra a quienes se fugaban, de las persecuciones contra ellos y sus familias. Su decisión, con 14 años, fue perderse del mapa, pero en el trasegar se encontró con otras situaciones que la expusieron.

“Me escapé con una compañera y logramos llegar a una zona del Magdalena Medio. Un señor iba viajando y dijo que nos podía ayudar. Llegamos a un pueblo donde él tenía un bar de mujeres y allá empezamos a trabajar”, recuerda Belén, quien siendo menor de edad fue víctima de la explotación sexual que, en ese momento, vio como el único camino para sobrevivir estando lejos de su familia.

Luego de tres años, se fue para un departamento del oriente del país, donde conoció al que sería el papá de sus hijos.

“Ahí la historia cambió. Me enamoré, quedé embarazada, pero todo fue de mal en peor. Recibí mucho maltrato y resulté separándome después del segundo embarazo. Volví a la prostitución y unos años después al papá de mis hijos le tocó desplazarse con ellos. En esa zona había otra guerrilla y me convirtieron en su mandadera: tuve que volver a vivir la misma pesadilla de cuando me reclutaron siendo niña”, cuenta Belén.

Un reencuentro parcial

Sin tener cerca a la única familia que le quedaba, Belén desarrolló una adicción a las drogas que la llevó a una enfermedad pulmonar severa. Los médicos ponían su expectativa de vida en un mes, y fue entonces cuando pensó en buscar a su familia de crianza.

“Yo digo que tuve dos mamás: una biológica y una de crianza, que fue una tía paterna que me crio hasta los 11 años. Cuando los médicos dijeron que podía morirme, autoricé que la buscaran a ella”.

Sus padres de crianza, que también eran antioqueños, se habían tenido que desplazar por el conflicto, y ahora vivían en el norte del país, en la región Caribe. Belén salió a escondidas, otra vez huyendo de la guerrilla, y se reencontró con ellos el 3 de octubre de 2012.

“Ellos, como toda la gente del pueblo, pensaban que yo estaba muerta. Les pedí que no le contaran a nadie que nos habíamos reencontrado porque todavía me daba mucho miedo que algo pudiera pasar. Prefería que la gente siguiera pensando que había muerto”, cuenta.

Su familia la puso en un tratamiento que fue dando frutos rápido. Dos meses después, cuando tenía mejor cara, contactó a sus hijos y su exesposo para que fueran a visitarla, y luego no quiso separarse de ellos.

Se fueron juntos para el suroccidente del país, y allá arrancó una nueva vida. Consiguió un trabajo cerca de la ciudad donde viven sus hijos, conoció a su actual pareja y retomó sus estudios (que había dejado en grado cuarto de primaria) hasta graduarse con honores.

En todo ese camino del reencuentro con sus padres de crianza, ya hace una década, nunca le incumplieron la promesa de no revelar que estaba viva. Y solo hasta el año pasado, con los avances de las investigaciones de la UBPD, Belén volvió a saber de su familia biológica.

La lucha de su familia biológica para hallarla

La Unidad de Búsqueda le explicó a Colombia+20 que en el Plan Regional de Búsqueda Oriente Antioqueño, zona de la que desapareció Belén y al menos 3.148 personas más, se ha desarrollado una línea completa de investigación sobre el reclutamiento y desaparición de personas por actores armados insurgentes en los territorios.

Una fuente de la entidad contó que “con la firma del Acuerdo de Paz y la creación de la UBPD, muchas mamás y familiares de estas personas empezaron a hablar, a buscar respuestas, y eso ha cambiado la dinámica de búsqueda”.

En el caso de los parientes biológicos de Belén, desde el año 2000 confirmaron que ella había sido reclutada, y en 2002 acudieron a la Fiscalía para informar sobre su desaparición. Desde entonces han participado en actividades de memoria y liderazgo, pero solo hasta marzo del 2021 se acercaron a la Unidad de Búsqueda.

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“Con la información que brindó la madre de Belén, la UBPD rastreó en diversas bases de datos su nombre y su apellido. La búsqueda arrojó decenas de resultados que se contrastaron, uno por uno, con la fecha de nacimiento. Así se encontraron varios registros coincidentes, uno de ellos arrojó información que definió el rumbo de la investigación de la UBPD: el registro de un núcleo familiar que había reportado un desplazamiento forzado y que, a la vez, incluía el nombre completo de Belén y su misma fecha de nacimiento”, informó la entidad.

Luego de algunos meses, lograron contactarla y empezar las tomas de muestras genéticas para confirmar su identidad. Cuando tuvieron luz verde, empezaron la preparación psicosocial para el reencuentro.

“Recién la vi dije: ‘Esta sí es’. Ahí mismo se me mandó y la reconocí de una, a pesar de que han pasado tantos años. Yo pensé que no la iba a reconocer, pero sí”, dijo la madre de Belén, quien no tenía contacto con ella hace 26 años.

Belén dice que la noche anterior al reencuentro no pudo dormir. “Tenía ansiedad, nervios, miedo a que hubiera algún rechazo, pero fue todo lo contrario. Yo quisiera como mandar a hacer un album con las fotos de ese momento para que nunca se me olvide”.