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Escrito por:  Fredy Moreno
Editor jefe     Jun 19, 2024 - 4:37 pm

A comienzos del 2015, el entonces presidente Juan Manuel Santos ordenó la suspensión de los bombardeos contra los campamentos de la Farc, una medida que buscaba el desescalamiento del conflicto con esa guerrilla. Pero el mandatario tomó la determinación después de que, en los 10 años previos, esa demoledora capacidad de las Fuerzas Militares hubiera acabado con tres integrantes del denominado Secretariado de las Farc y con otros comandantes de menor importancia. Los bombardeos ya habían hecho la tarea y obligaron a las Farc a sentarse a dialogar. Al año siguiente, firmaron la paz y se desmovilizaron.

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En su política de “paz total”, el presidente Gustavo Petro decidió tomar otro camino: avanzar en aproximaciones de paz con distintos grupos armados, pero sin disuadirlos antes apelando, por ejemplo, a los bombardeos. La razón principal parece irrebatible: no quiere que niños mueran por efecto de las bombas, como efectivamente ha ocurrido en otras ocasiones. Incluso, en el ámbito internacional, el presidente Petro ha condenado los bombardeos en Gaza.

Ante el crecimiento y avance de las disidencias de las Farc en el suroccidente del país, varios alcaldes de esa sección del país, especialmente el de Cali, Alejandro Éder, han solicitado que el Gobierno reactive los bombardeos para combatir efectivamente a los grupos armados. Pese a que Éder ha dicho que no se trata de que se haga de manera indiscriminada, sino siguiendo todos los protocolos, la respuesta del Gobierno sigue siendo la misma.

En las últimas horas, el ministro de Defensa, Iván Velásquez, dio una explicación al respecto que, además de plantear un grave dilema, arroja dudas sobre si la presencia de niños es la verdadera razón para no lanzar los letales ataques desde el aire. “Los bombardeos no están prohibidos. Está prohibido bombardear si hay menores presentes. De ahí que les hemos dicho siempre a las Fuerzas Militares: con la mayor inteligencia determinen la alta probabilidad de no presencia de menores, y se puede bombardear”, dijo el ministro, pese a que la inteligencia se ha visto disminuida en este Gobierno.

Más reclutamiento de menores como escudos humanos

Admitió que esa precaución tiene el “efecto perverso” de que organizaciones como el ‘Estado Mayor Central’ (Emc) reclutan de manera forzada a niños. Los “vincula porque sabe que nosotros vamos a respetar éticamente la vida de esos menores”, explicó. Para el ministro, ese es “un dilema” al que se enfrentan él y las Fuerzas Armadas, pero sobre el que mantienen una sola conclusión: “Con menores no bombardear”.

Sin embargo, hizo una afirmación que confundió a muchos. Según Velásquez, evitar los bombardeos para preservar la vida de los niños “no significa que, en un encuentro entre las Fuerzas Militares y un grupo de integrantes de cualquier grupo armado ilegal, aunque haya menores, no se dispare”. Es decir que vale atacar en tierra, aun con niños, pero no desde el aire.

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Para el ministro, “no significa que entonces los miembros de la fuerza pública van a inmolarse porque del otro lado hay un menor. Un menor que esté disparando, pues naturalmente que la fuerza pública tiene que defenderse. Que tiene que actuar a la ofensiva, pero, de esa manera, en combates en tierra no precisamente bombardeando”.

Ahora que las Fuerzas Armadas perdieron la superioridad aérea (entre otras razones, porque hay varios helicópteros en tierra por falta de mantenimiento), la ventaja en esa capacidad la vienen teniendo los grupos armados ilegales. Los bombardeos con drones por parte de las disidencias de las Farc son cada vez más frecuentes.

Hay otro dilema más significativo al que se enfrenta el Gobierno. Los bombardeos tienen la dimensión ética que plantea el ministro de Defensa, pero también la dimensión estratégica que le reclaman los alcaldes y que llevó a las poderosas Farc a un proceso de paz. Solo basta hacer un sobrevuelo sobre los más importantes golpes desde al aire a esa guerrilla para ver cómo la sentaron.

Bombardeos más importantes contra las Farc

El primer cabecilla de importancia que cayó bajo el poder de las bombas fue Tomas Medina Caracas, alias ‘Negro Acacio’, comandante del Frente 16. No era miembro del Secretariado (máximo órgano de dirección política y militar de las Farc), pero fue el primer golpe significativo de las Fuerzas Armadas a esa guerrilla. Con otro ataque desde el aire fue abatido Alfredo Alarcón Machado, alias ‘Román Ruiz’, jefe del Frente 18. Después vendrían los peces gordos.

Uno de los golpes más desestabilizadores para las Farc lo dieron en 2008 las Fuerzas Militares en territorio ecuatoriano, en donde se refugiaba Luis Édgar Devia, alias ‘Raúl Reyes’, segundo al mando de esa guerrilla. Más adelante, en 2010, también con un bombardeo, fue abatido Víctor Julio Suárez Rojas, alias ‘Jorge Briceño Suárez’ o ‘Mono Jojoy’, quizás el más temible cabecilla, recordado por los campos de concentración en la selva en donde mantuvo en cautiverio a centenares de policías y soldados.

Pero después vino el bombardeo que cobró la presa más valiosa. En noviembre de 2011 fue abatido Guillermo León Sáenz Vargas, alias ‘Alfonso Cano’, que tres años atrás había reemplazado en la comandancia de las Farc a Manuel Marulanda Vélez, alias ‘Tirofijo’. La suerte de la otrora poderosa guerrilla estaba echada. Experimentó a un altísimo costo la superioridad de las Fuerzas Armadas expresada en los contundentes bombardeos, por lo que solo le quedó el camino del diálogo. A los golpes, la llevaron a la mesa.

En el caso específico de ‘Alfonso Cano’ (que no murió estrictamente en el bombardeo, sino que logró escapar de la destrucción de las bombas y luego fue abatido por un militar) hay que recoger las razones que expuso el expresidente Juan Manuel Santos para autorizar el ataque. En su libro ‘La batalla por la paz’, el exmandatario explicó que fue quizá la decisión más difícil que tuvo en su mandato, debido a que con ‘Cano’ ya estaban avanzando en conversaciones para iniciar un diálogo de paz. Con todo, tomó esa determinación basado en tres razones.

La primera tuvo que ver con no desmoralizar a las tropas, que llevaban varios años buscando al jefe máximo de las Farc, proceso que también costó muchas bajas entre los uniformados. La segunda estuvo relacionada con el hecho de que ‘Alfonso Cano’ era un jefe bien formado, un intelectual (estudió Antropología en la Universidad Nacional), pero, según un perfil de Semana citado por Santos, era un hombre “de doctrina, inflexible y dogmático, bien informado, pero con más respuestas que preguntas. Un hombre que no ha cambiado sus ideas ni su discurso, cuya lectura de la realidad es la misma hoy que hace veinte años”.

Santos intuyó que ‘Cano’ terminaría siendo un obstáculo en la mesa de diálogo. “Tal vez Cano hubiera sido el líder más difícil para llevar a feliz término una negociación”, escribió el expresidente en su libro.

Y la tercera razón fue aún más pragmática. Santos se ciñó a las reglas del juego (de la guerra, para ser más precisos), y, pese a estar explorando un proceso de paz con las Farc, el conflicto con todos sus rigores seguía. Entendió con el realismo que ameritaba la situación que todos (incluido él mismo como presidente de la República, contra quien la guerrilla había hecho varios planes para matarlo) eran blancos de la guerra. Para Santos, el abatimiento de ‘Cano’ sería la “máxima prueba” que mostraría si esa guerrilla tenía voluntad de buscar la paz.

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