
Con la presentación oficial de su nuevo gabinete y la posesión formal de Armando Benedetti como ministro del Interior pese a los escándalos de corrupción y maltrato que lo persiguen, así como las siete investigaciones que lleva contra él la Corte Suprema de Justicia (por una de las cuales, la de Fonade, está llamado a juicio), el presidente Gustavo Petro probó que el viejo axioma según el cual la política es el arte de lo posible no pierde vigencia para ejercer la acción política o para entenderla, y se sigue erigiendo como primera explicación para la ciudadanía de esos hechos que le resultan incomprensibles.
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La ceremonia tuvo lugar este jueves en el Centro Nacional de las Artes Delia Zapata, en el centro de Bogotá, en donde el mandatario presentó como nuevos ministros al general (r) Pedro Sánchez (Defensa), Edwin Palma (Minas), Lena Yanina Estrada (Ambiente), Yannai Kadamani (Cultura), Patricia Duque (Deporte), Carlos Rosero (Igualdad, en remplazo de Francia Márquez), Angie Lizeth Rodríguez (Dapre) y Armando Benedetti (Interior). A todos ellos les pidió, eso sí, “preparar la gran movilización social colombiana”.
Así, el político costeño completa, hasta ahora, cuatro cargos en el Gobierno Petro: embajador de Colombia en Caracas (de donde salió por el escándalo que protagonizó con Laura Sarabia [hoy ministra de Relaciones Exteriores] en el que arrojó serias dudas sobre la financiación de la campaña presidencial en la Costa), embajador en Roma ante la FAO (una legación diplomática que fue revivida 20 años después para él), asesor presidencial y ahora ministro.
¿Por qué Gustavo Petro sostiene a Armando Benedetti?
Una de las primeras razones que encuentra la gente de a pie para explicarse por qué tanto Armando Benedetti como Sarabia han caído tan parados (o, mejor, que lleven una trayectoria marcadamente ascendente en esta administración) es que tienen información crítica sobre el presidente Petro (en su pelea con Sarabia, Benedetti dijo que, si hablaba, el presidente se caía). Puede que eso sea cierto, pero, en principio, la filosofía política da algunas luces a partir del axioma atribuido por la tradición a pensadores que van desde Aristóteles, pasando por Maquiavelo y Bismarck, hasta Churchill.
Uno de ellos habría afirmado —o todos habrían coincido en señalar— que la política es el arte de lo posible. Pero, con el fin de no remontarse tan atrás en busca de una explicación para las decisiones del presidente Petro, se podría apelar a los conceptos de la periodista e investigadora chilena Marta Harnecker (1937-2019), tan próxima a marxismo como al castrismo y al chavismo. En su texto ‘La política como el arte de hacer lo imposible’, ella reflexionó sobre la actitud de los políticos de izquierda y los sindicatos de América Latina frente a la crisis política de comienzos de este siglo.
Harnecker definió la política, en clave de la organización para la acción, como el arte de construir la fuerza social y política capaz de cambiar la correlación de fuerzas entre el progresismo y el capitalismo. Consideró también la necesidad de una estrategia de organización que reconozca la debilidad de la clase obrera, contribuya a reconstruir su fuerza y consiga incluir efectivamente a los diversos sectores populares. Así, según esta autora, la política debe consistir para la izquierda en “el arte de descubrir las potencialidades que existen en la situación concreta de hoy para hacer posible mañana lo que en el presente aparece como imposible”.
Tiene todo el sentido, aunque de manera muy general. Pero el axioma se ha convertido en una suerte de comodín para explicar todo lo que resulte posible en un momento determinado. De hecho, también tiene miradas como la del psiquiatra español Imanol Querejeta que, en su texto ‘La política se define como el arte de lo posible’ (Revista Centro Psicoanalítico de Madrid, No. 32), asegura que “esta afirmación permite modelar las decisiones para que a través de ellas se puedan alcanzar logros poco nobles, orientados preferentemente al interés personal, lejos de los intereses de la sociedad y del bien común”.
Armando Benedetti buscaría reelección de proyecto de Gustavo Petro
No se sabe qué tanto de esas dos visiones tenga la decisión del presidente Petro con Benedetti. Puede verle potencialidades como las que advierte Harnecker para revertir la situación de su Gobierno, que claramente atraviesa por una crisis que va desde las peleas intestinas, pasando por el caótico orden público, las dificultades para sacar adelante sus proyectos en el Congreso y las tensas relaciones internacionales que él mismo ha enturbiado, así como la constante caída de su favorabilidad en las encuestas. O, simplemente, como diagnostica Querejeta, esté movido por un “interés personal, lejos de los intereses de la sociedad y del bien común”, con miras a la consecución de sus objetivos.
Eso en lo inmediato. Porque la maniobra con Benedetti también tiene como propósito a mediano y largo plazo tratar de asegurar la reelección del proyecto progresista en las elecciones presidenciales de 2026. Eso lo dejó perfectamente claro el mandatario en la entrevista que le dio al diario El País, de España, a finales de la semana pasada, en la que dijo: “Las elecciones del año entrante van a quedar determinadas por lo que se haga o no se haga este año. Aquí necesito personas jugadas al máximo. Agendas dobles no”.




Así, los fines de la decisión del jefe de Estado (para el común de la gente, mantener a Benedetti en su Gobierno a contracorriente para pagar su silencio; o aprovechar sus cualidades como operador político efectivo con miras a recomponer su Gobierno en lo que le queda de mandato y apuntando también a las elecciones del 2026) están muy por encima de las exóticas razones que ha dado el mandatario en las que aprovecha para sacarle brillo a su magnanimidad e indulgencia signadas por su facilidad para perdonar y dar segundas oportunidades. Ha conseguido disimular las culpas de Benedetti, concediéndole, además, algunas gracias como la de ser su nuevo ministro del Interior.
En la misma entrevista con el medio español, el presidente Petro apeló a una de esas analogías que busca para lucir su talante: “Cuando una esposa defiende a su esposo, yo sé lo que se construye ahí, porque puede haber subordinación. Pero un presidente no puede tomar sus decisiones por ‘puede’, sino por los hechos. Como presidente, no puedo más sino ver su hijo que estuvo a punto de suicidarse en medio de la andanada de prensa. Lo mismo me pasó con Hollman Morris. Y sus propias esposas entonces me piden que no los destruya. Digamos, no destruir a las personas es dar una segunda oportunidad. Claro, si el juez dice: ‘Cometió un delito’, pero hasta ahora nadie lo ha dicho. Y el único proceso judicial que quedó en firme hasta ahora es el de tráfico de influencias [en Fonade]”.
En realidad, la benevolencia que muestra el presidente Petro en este tipo de declaraciones tiene en el fondo el pragmatismo del político curtido, del que es capaz de hacer de la política el arte de lo posible, como reencauchar en repetidas ocasiones al cada vez más resistido Benedetti, ya sea para mantenerlo callado o para que lo ayude a sostener en el tiempo el proyecto progresista. Pero, en estos malabares, el mandatario viene dejando ver, así haga esfuerzos para evitarlo, que a ciencia cierta anda la senda prohibida por la ética política, la de que el fin puede justificar los medios.
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