Hablar del restaurante La Cueva es sinónimo de intelectualidad, del gusto por la escritura, la lectura y sobre todo del único Premio Nobel de Literatura que tiene Colombia, el periodista y escritor Gabriel García Márquez.
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Gabriel García Márquez y Alejandro Obregón en La Cueva de Barranquilla
En el elegante sitio ubicado en la calle 59 con carrera 43, centro de Barranquilla, además del nacido en Aracataca, Magdalena, se reunían hace más de 50 años otros grandes intelectuales y artistas de la época como lo eran los escritores Alfonso Fuenmayor y Álvaro Cepeda Samudio y el pintor Alejandro Obregón para hacer tertulia sobre temas coyunturales que encerraban el arte, la política y la escritura.
Fue tanta su relevancia en temas de intelectualidad que llegaron a ser catalogados como ‘El grupo de Barranquilla’, una reunión de jóvenes sobresalientes que estaban en boca no solo de la sociedad barranquillera por sus conocimientos, habilidades y talento en diferentes campos, sino del resto del país que comenzaba a admirarlos.
Hoy en día, casi todos esos brillantes intelectuales de los años 60 están muertos, pero no su gran legado, ese que permanece intacto en sus obras memorables y también en ese rinconcito llamado La Cueva.
Justamente, el lugar que hoy es un museo-bar guarda una curiosa anécdota que está impregnada en unas huellas de elefante que llegó al sitio en una visita inesperada.
Aparte de elementos insignias de estos grandes literatos que se pueden ver en La Cueva como máquinas de escribir, fotos, pinturas y cuadros, hay un detalle que causa curiosidad entre sus visitantes: unas huellas de elefante a la entrada y dentro del restaurante.
Las pisadas del mamífero de gran tamaño, especie que no habita en América, son en bronce y están cubiertas con un cristal, además, tienen una explicación que se basa en una anécdota del pintor Alejandro Obregón, uno de los más grandes del siglo XX.
Según relata el portal Medio Tiempo, las huellas evocan la noche cuando Eduardo Vilá, el entonces propietario de La Cueva, no le quiso abrir la puerta del establecimiento a Obregón, quien estaba pasado de copas.
Ante la negativa de dejarlo pasar, el reconocido pintor se fue hasta un circo que quedaba cerca y le pagó al domador del elefante para que lo llevara hasta la puerta del establecimiento con el fin de que rompiera la puerta para así el poder pasar.
El trato entre el domador y Obregón se cerró y este llevó al pesado elefante hasta el lugar a donde el animal alcanzó a dar algunos pasos en la entrada y dentro del lugar.
La acción de Obregón hizo reír a los asistentes que bebieron hasta el amanecer, detalló Armando Olveira.
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