Las tres hablan en momentos diferentes, aunque comparten un espacio común, páginas de opinión en El Tiempo y Vice, en donde Yoko Ruiz, directora ejecutiva de la Red Comunitaria Trans de Bogotá, y Claudia Yurley Quintero, defensora de derechos humanos, directora de la Corporación Anne Frank dan varias lecciones, de vida, de humanidad, de experiencia, de erudición, y hasta de redacción.

La chispa la prendió la actriz y presentadora en su habitual columna del diario capitalino de hace ya casi tres semanas, en un texto de no más de 400 palabras, en el que recoge los conceptos de la abogada abolicionista Helena Hernández, para quien la prostitución es “la forma de violencia de género más arraigada en nuestra sociedad. Una institución fundacional del patriarcado que atraviesa componentes de sexo y clase”, y debe ser erradicada porque “es un asunto de dignidad humana que no puede desligarse de la trata de personas, pero, de facto, se está considerando como un trabajo sexual”.

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De Francisco concluye, con base en estas afirmaciones de Hernández, varias cosas: 1) que la mujer se prostituye “por urgencia económica”; 2) que más que recibir plata por brindar un servicio, “lo que hace es vender su derecho sobre su propia integridad física y mental”; 3) que el hombre “paga por violarla”; 4) que la prostitución es una de las industrias más lucrativas; 5) que es una consecuencia directa de la pobreza; y 6) que en Colombia las autoridades políticas, educativas y judiciales “creen que el crimen es de la puta y no del putero [el que las usa]”.

“¡Dejen de decirnos cómo vivir la sexualidad!”

En respuesta, Ruiz escribió una carta que publicó Vice que la columna de De Francisco es un “banquete de desaguisados” y sacó a relucir “lo más paternalista […] y frívolo del feminismo ortodoxo”. Y por paternalismo se refiere a quienes les dicen a las prostitutas “que así no se vive dignamente”, que son “víctimas” y que les “van a hacer el favor de iluminar la senda para salir de esta fosa de esclavitud patriarcal”.

“Ya está bueno con la infantilización que hacen de nosotras, que las posturas abolicionistas solo logran acrecentar el estigma y la persecución hacia el trabajo sexual”, remarca Ruiz, y critica a De Francisco y a la abogada que cita: “Margarita replica las desafortunadas ideas de la abogada […] Hernández, adalid de las buenas costumbres sexuales y prócer del movimiento twittero romántico-gratiniano, quien ve el trabajo sexual como una práctica deplorable, como la forma de violencia de género más arraigada en nuestra sociedad, como la institución fundacional del patriarcado”.

Pero hay más. Ruiz también dice que De Francisco “confunde ramplonamente el trabajo sexual con la trata de personas”, y que, si bien es cierto que en el ámbito de la prostitución ese crimen sí se presenta, “estos casos no representan la totalidad del trabajo sexual y ni siquiera una buena parte. Así que quítennos la etiqueta de esclavas, pues la situación desafortunada y dolorosa de unas no es suficiente para criminalizar y/o victimizar a todas”.

Y ahí suelta la afirmación que quizá más pone en entredicho la tendencia abolicionista. “La mayoría de prostitutas nos dedicamos a este oficio porque queremos, porque nos gusta disfrutar sin tabúes nuestra sexualidad y porque el derecho a la autonomía implica que podemos decidir cómo ganarnos la vida”.

“Un cliente me contacta y dice lo que quiere, yo acepto o no. Cobro entre 25.000 y 200.000 pesos […] por hora, dependiendo de las especificaciones del servicio. Muchos proponen cosas curiosas o extravagantes: desde una escucha pasiva hasta pepinos por el culo”, sigue Ruiz en la descarnada descripción de su trabajo. “Siempre soy yo la que decide si acepta o no; nadie me obliga a hacer algo que no quiera y, por supuesto, hay muchas cosas a las que digo que no, pues siempre procuro sentirme cómoda en el trabajo y cuidarme a mí por encima de todo”.

Ruiz deshace las tesis de De Francisco y de la abogada con la siguiente reflexión: “Equiparar el consumo de servicios sexuales con un acto violento como la violación es totalmente desacertado, pues el servicio sexual es más que sexo, es un intercambio psicoafectivo en el que media siempre el consentimiento”.

“¡Dejen de decirnos cómo vivir la sexualidad!”, les dice la activista a la actriz y a la jurista. “No sean entrometidas y no hablen por nosotras porque no necesitamos buenas intenciones solapadas cuando sabemos lo que en realidad piensan: que somos lumpen y que nuestra forma de vida es denigrante. Queridas, nosotras decidimos sobre nuestros cuerpos y para mí hay formas de verdad denigrantes de ganarse la vida en este país, como ser político corrupto”.

Con pistola en la cabeza

A la ‘discusión’ entró Quintero. En un texto suyo que publica El Tiempo, de un poco más de 2.300 palabras, dice, sin mencionar a De Francisco: “He visto a muchas mujeres y ‘personas expertas’ hablando de mí y por las mujeres prostituidas, en los medios de comunicación. Muchas de estas personas actualmente no se prostituyen, o no cuentan con pistolas en la cabeza, como nosotras”.

Cuando habla de pistola en la cabeza, Quintero, que dice ser víctima del conflicto armado y de violencia sexual, se refiere a condiciones socio-económicas que empujan a algunas mujeres a prostituirse, como abuso sexual, traumas, pobreza, migración forzada, racismo, desigualdad, falta de educación, falta de amor propio… Con base en esas condiciones previas, Quintero se pregunta si “¿es posible determinar que [la prostitución] es un trabajo voluntario, o estamos frente a una voluntariedad viciada?”.

Por eso, Quintero rescata las opiniones de De Francisco y de la abogada Hernández, y se opone a las de su colega Ruiz. “Las mujeres feministas, abolicionistas, lideresas y del común que nos acompañan en la lucha saben que abolir la prostitución es entregarnos opciones y permitirnos ser libres, no criminalizarnos. La mayoría de ellas se hicieron abolicionistas luego de conocer nuestras historias, de acompañar nuestras crisis, de defendernos en los juzgados, de ir a la cárcel a ayudar a alguna de las nuestras. Pero, sobre todo, se hicieron abolicionistas porque sienten nuestro dolor”.

Desde otro nivel, que resulta superficial a la luz de los planteamientos de Ruiz y Quintero, Mario Fernando Prado se refiere al tema en El País, de Cali, quizá en los términos en los que lo hacen la mayoría de personas. Para él, las prostitutas son flores “del jardín del amor” que están pasando “su peor momento”.

“Centenares y hasta miles de esos pétalos que antes deleitaban con sus servicios no reembolsables a cientos de comensales que las buscaban y quienes les alquilaban sus cuerpos en mañanas, tardes y noches para placeres desenfrenados no publicables, se han quedado sin trabajo”, lamenta este columnista.

“Hay millares entre veteranas ya de salida y capullitos de alelí o principiantes, que fueron acaparando el mercado y que dicen ser universitarias […] y tienen motivos para acudir prestas a cumplir los domicilios o a prestar sus servicios en esos lugares que tienen los garajes más grandes que las piezas, pero que, y para colmo de males, también están cerrados”, es la idea de Prado al respecto.

Nota: Este artículo fue ajustado, precisando la actividad de Yoko Ruiz y Caludia Quintero.