“La villanía de Maduro es apenas un elemento en la ruina venezolana, no su causa. Maduro es tan solo el administrador del naufragio”, escribe Ways en su columna, sin pretender rescatarlo —porque, además, lo califica de “zafio” (grosero y tosco) e “incapaz”—, sino para probar con su línea argumentativa que la responsabilidad de la grave situación por la que atraviesa el vecino país es del chavismo, “o, más exactamente, lo que hay de socialismo en el chavismo”.

Así se hubiera puesto en lugar de Maduro “al más hábil e inteligente de los venezolanos, tampoco se habría evitado el hundimiento”, asegura Ways, pues lo que ocurre en Venezuela es culpa de “una de las peores” ideas “que se han ensayado”.

Para él, quienes se resisten a aceptar este “enésimo fracaso” del socialismo “dicen que no fue esa ideología lo que descompuso a Venezuela, sino su dependencia del petróleo”. Pero Ways les recuerda que “con el petróleo a más de cien dólares el barril, ya había filas para comprar pan. Y que otros petro-Estados, como Arabia Saudita, Nigeria o Kuwait, no colapsaron cuando el precio del crudo cayó”.

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“No comparto la extendida opinión de que la situación en Venezuela se debe a que Maduro es mala persona y peor gobernante”, reitera, para poner de presente su preocupación por el hecho de que, sobre todo entre los jóvenes, “el mundo vive un reenamoramiento con las ideas socialistas”, y como prueba recuerda que, en Colombia, “ocho millones de personas votaron en las últimas presidenciales por un proyecto político apoyado por partidos afiliados al Foro de São Paulo”.

Salud Hernández-Mora, vecina de Ways en las páginas de opinión del diario bogotano, también se refiere en su columna al mismo tema. “Las tiranías de izquierda, para los zurdos rancios [refiriéndose, en principio, a Gustavo Petro, y después a la expresidenta chilena Michelle Bachelet], siempre tienen alguna justificación histórica”, escribe.

“Les duele comprobar el nivel de desastre y criminalidad al que puede llegar un régimen de su espectro ideológico. Prefieren pensar que la catástrofe humanitaria y económica de Venezuela, la férrea tiranía, es producto del bruto Nicolás y no del sátrapa coronel [Hugo Chávez] al que aquí muchos veneraron”, agrega Hernández-Mora, en línea con el planteamiento de Ways.

Esos “zurdos rancios” —sigue la columnista— “pensarán que los ‘¡exprópiese!’ que vociferaba Chávez, con arrogancia e ignorancia infinitas, no eran los primeros pasos hacia el abismo. Encontraban divertidos los disfraces militares carnavalescos, celebraron sus chistes, aplaudieron las nacionalizaciones de bancos y grandes empresas, consideraron visionario las invasiones de propiedades y tierras e ignoraron los ataques a la libertad de prensa”.

Y los señala de cierto despiste, no se sabe si por que tienen un físico desconocimiento o lo hacen con una clara intención política. “No entendieron que la cortina de hierro que estaba levantando el bolivariano [Chávez] en la muy rica Venezuela era la misma que en 1989 habían derribado millones de europeos, hastiados de soportar una bota aplastándoles la dignidad, las libertades y los sueños”.

“Maduro no es Chávez pero le correspondió continuar sin su brillo, carisma ni liderazgo la ruta del poder que este le trazó a un proyecto político cuyo corazón y músculo no estarían en las urnas sino en los cuarteles”, escribe, por su parte, Juan Manuel Ospina, en El Espectador, agregándole un ingrediente al análisis de lo que está detrás de Maduro: las fuerzas militares (y paramilitares) que también le heredó Chávez.

Cuando Chávez estuvo en el poder “nunca ocultó que el alma, la fuerza y naturaleza de su Quinta República era una sólida alianza entre el pueblo y sus Fuerzas Armadas”, recuerda Ospina, y agrega que “la asesoría cubana fue determinante en el trabajo iniciado por Chávez tanto con las fuerzas uniformadas como con los colectivos barriales de ciudadanos armados y disciplinados, verdaderos grupos paramilitares”.

Desde esta perspectiva, también le resta relevancia al dictador. “El futuro del drama venezolano finalmente no depende de Maduro sino de un grupo pequeño de la cúpula militar. La negociación que ineludiblemente habrá de hacerse será con esos oficiales. Para ello es fundamental entender que el cambio democrático que Venezuela reclama solo puede materializarse con las Fuerzas Armadas, no contra ellas”.

En La República, Luis Guillermo Vélez plantea la misma preocupación de Ways sobre la forma en que están calando en el mundo, entre la población joven y excluida, las ideas de lo que llama el “neosocialismo”.

“En Colombia, los cantos de sirena […] son cada vez más audibles y caen sobre una sociedad cansada del statu quo e inmersa en la cacofonía de las redes sociales”, escribe Vélez, y termina su columna con una figura que lleva poderosamente a la idea de naufragio a la que apela Ways, del que sería víctima Colombia: “Debemos amarrarnos firmes al mástil para evitar caer en sus tentaciones. De lo contrario, como en la leyenda de Ulises, nos estrellaremos en contra de las piedras del arrecife y allí, en el fondo, encontraremos los huesos calcinados de lo que alguna vez fue Venezuela”.