El diario británico The Guardian publica un artículo en el que describe cómo es la vida en una de estas cárceles en Minas Gerais, Brasil, donde algunos presos salen a barrer las calles o hacer oros trabajos afuera del penal para contribuir con la comunidad. Cuando termina su jornada, regresan a la cárcel, cuya puerta está a cargo de otro recluso, pues en el interior no hay guardias.

Los internos también hornean pan que venden en el barrio donde funciona el penal, tienen una huerta y a nadie se le identifica por un número, sino por su nombre de pila, señala el medio.

Este estilo de prisión contrasta con las demás de ese país, y de casi todo el mundo, donde se presentan problemas de hacinamiento, violencia entre reclusos y bandas criminales dentro de las cárceles. Dice The Guardian que Brasil tiene la cuarta población carcelaria más grande del mundo.

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Sin embargo, en esta nación han ido creciendo las cárceles Apac, sigla de Association for Protection and Assistance to Convicts, que ya cuentan con 49 sedes en todo el país. Y el modelo se ha exportado a las naciones latinoamericanas mencionadas anteriormente.

Adentro, los prisioneros llevan una vida más sana y productiva que en una cárcel tradicional, y no se debe a que necesariamente hayan cometido crímenes menores, pues en esos penales hay, por ejemplo, convictos a 20 y más años de encierro por asesinato en primer grado.

“No tengo intenciones de escapar. Estoy cerca de cumplir mi sentencia y ya casi pago por mi crimen. Ellos depositaron su confianza en mí y es mi responsabilidad salvaguardar la puerta”,

le dice al medio un preso de 32 años de edad, de apellido Da Oliveira, quien puntualiza:

“Mi siguiente paso es la libertad condicional, que me permitirá salir de la cárcel una vez a la semana. Tengo mi familia en quién pensar y no pondría eso en peligro”.

La nota cita varios ejemplos de prisioneros que son conscientes de que cometieron un error pero también tienen sueños de salir fortalecidos y de aprovechar la experiencia para enmendar su error y ser mejores ciudadanos, y en eso ayuda una cárcel más humana, que para el Estado también resulta más fácil y barato de sostener.