La invasión rusa en Ucrania ha causado una gran ola de indignación en el mundo occidental. Tanta, que a la par de las duras medidas económicas que han tomado los gobiernos de la OTAN y de la Unión Europea contra los oligarcas y la dirigencia de Rusia, y que buscan presionar internamente a Putin, la sociedad ha venido tomando otro tipo de decisiones para “castigar”, así sea simbólicamente, el ataque contra Ucrania. Y el mundo de la cultura y el del deporte han sido los espacios más visibles para implementar esos “castigos” contra los rusos.

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Pero lo que comenzó como una genuina muestra de indignación ha terminado saliéndose de control y se ha convertido en una especie de cacería de brujas y de censura extendida (e incluso de xenofobia) en la que los afectados no son Putin, su gobierno ni las personas que tomaron la decisión de invadir Ucrania, sino los artistas, escritores, gestores culturales y las obras de arte, muchas de ellas patrimonio de la humanidad. Un absurdo, teniendo en cuenta que, por lo general, más que la representación patriótica de un país, el arte es una forma de interpretar el alma y la realidad humana; claro que a partir de diferentes puntos de vista, que muchas veces están imbuidos de los lugares y las culturas desde donde surgen.

Eso, más que rechazo o intentos de censura contra libros, canciones, películas, pinturas, obras o performances hechos en Rusia, debería causar interés o, por lo menos, un intento por leer, escuchar y ver para tratar de comprender y entender más lo que está pasando actualmente.

Contra la literatura, la música y el arte

La Universidad Milano-Bicocca, en Italia, intentó cancelar un curso sobre Fiódor Dostoievski.

Lo resumió bien el escritor y profesor Paolo Nori, ante el absurdo intento de la Universidad Milano-Bicocca, en Italia, de cancelar un curso sobre Fiódor Dostoievski -tal vez uno de los escritores más importantes de la historia de la literatura- que él dictaba. “¿Ser ruso es un problema? ¿Incluso siendo un ruso muerto? Lo que está pasando en Ucrania es horrible, y tengo ganas de llorar solo de pensarlo. Pero estas cosas aquí son ridículas: una universidad italiana que prohíbe un curso sobre Dostoievski, no me lo puedo creer. Deberíamos hablar más sobre Dostoievski. O de Tolstoy, el primer inspirador de los movimientos no violentos”.

Aunque finalmente, y ante las críticas, la universidad desistió y mantuvo el curso, la noticia desató un gran debate. Para muchos, no tenía sentido censurar a un escritor que murió hace más de 100 años, que fue incómodo para el zarismo (el poder de su época), y quien habló en sus libros, como pocos, de la humanidad, del sufrimiento, de la pobreza y de las injusticias sociales.

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Pero la literatura no ha sido la única víctima de la indignación y los intentos de “cancelación” de occidente. También la música: la Orquesta Filarmónica de Zagreb, en Croacia, cambió totalmente el programa de uno de sus conciertos porque incluía tres piezas completas de Piotr Ilich Tchaikovsky, compositor ruso del siglo XIX, autor de la música de ballets como El lago de los cisnes o El cascanueces. El director de la orquesta se justificó en una supuesta solidaridad con el pueblo ucraniano y dijo que los ensayos habían sido sombríos. “Tenemos muchos colegas de Ucrania y estaban muy molestos y todos nos sentimos mal”, explicó.

No fue lo único que ocurrió en esa ciudad. El Teatro Nacional de Croacia, ubicado en Zagreb, también aplazó un concierto que llevaba el nombre de Serenata rusa. ¿Interpretar las piezas de Tchaikovsky o de otros compositores rusos es una muestra de apoyo a la invasión rusa? ¿Es un acto irrespetuoso y de dolor con los ucranianos? Habría que hilar muy fino para afirmar algo así.

Hay otros casos más complejos, pero que no dejan de ser una especie de censura. Y ocurre con los artistas, algunos cercanos a Putin y otros que hacen parte de instituciones del Estado ruso, a los que les cancelan sus conciertos o sacan de sus trabajos por no pronunciarse en contra de la guerra. Es el caso del director de orquesta ruso Valery Gergiev, director principal de la Orquesta Filarmónica de Munich y quien tenía varios conciertos programados como director invitado de la Orquesta Filarmónica de Viena.

El alcalde de Munich, consciente de su relación cercana con Putin, le pidió a Gergiev pronunciarse públicamente en contra de la “guerra de Putin contra Ucrania”. No lo hizo y como consecuencia, perdió su trabajo en Alemania, le cancelaron los conciertos que tenía programados y en Milán, durante una de sus últimas presentaciones, intentaron chiflarlo algunos asistentes.

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A la soprano Anna Netrebko, quien tenía algunas presentaciones en la Ópera Estatal de Baviera, le pidieron hacer lo mismo y aunque publicó un comunicado rechazando la guerra, también se quejó: “obligar a los artistas y a cualquier figura pública a expresar públicamente sus opiniones políticas y condenar a su patria es inaceptable”. Esa frase le valió la cancelación de sus presentaciones en Munich, Milán y Zurich.

Hay varios casos similares: La Royal Opera House, de Londres, también canceló una serie de presentaciones del Ballet Bolshoi, de Moscú, por el hecho de que su director, Vladimir Urin, fue designado por Putin y apoyó, en 2014, la anexión a Crimea. Y el Festival de Cannes anunció que no dejará entrar delegaciones oficiales rusas. En el otro extremo, algunas bandas de rock (Franz Ferdinand, Green Day, The Killers) cancelaron sus presentaciones en Rusia y los estudios de Hollywood decidieron no estrenar allá sus más recientes películas.

La Royal Opera House, de Londres, también canceló una serie de presentaciones del Ballet Bolshoi, de Moscú.

Todo ese ambiente es un contrasentido, sobre todo teniendo en cuenta que muchos ven está situación como la lucha entre el “autoritarismo” ruso y la “libertad” que ofrece occidente. Y nada más autoritario y contrario a la libertad que intentar borrar, censurar o aislar artistas y obras.

Quieren cancelar hasta los relojes rusos

Una discusión similar sobre la cancelación se ha dado con relojes rusos Vostok, una marca muy apreciada por los coleccionistas. En varios grupos de Facebook, algunas personas han planteado que dejarán de comprar Vostok o incluso que los botarán a la basura. Sin embargo, para otros, las propuestas de ese tipo son un sinsentido.

Vostok nació en 1942, en plena época de la Unión Soviética. Inicialmente, esta fábrica producía relojes para los militares. Después de la Segunda Guerra Mundial, empezó a producirlos para el público en general.

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Sus modelos más conocidos son el Komandirskie, creado en 1962 y que conserva su inspiración militar, y el Amphibia (1967), que se ha convertido en una especie de clásico de culto. Para desarrollar el Amphibia, que es un reloj de buceo, los soviéticos desarrollaron su propia tecnología (muy diferente a la de los suizos) que consiste en aprovechar la flexibilidad del cristal para volverlo más resistente a la presión conforme la persona se va sumergiendo.

El Vostok también tuvo un momento de fama en Estados Unidos, con la película The Life Aquatic with Steve Zissou (2004), pues su personaje principal, interpretado por Bill Murray, utiliza un Amphibia.

Estos relojes son económicos en comparación con otros automáticos y mecánicos. Sin contar el envío, un Komandirskie puede costar 50 dólares, y un Amphibia, desde unos 70 dólares. Y en Colombia, desde 400.000 pesos se puede pedir un Amphibia, incluyendo envío e impuestos.

Para muchas personas, “cancelar” los Vostok es algo absurdo porque son una pieza de ingeniería admirable muy asequible. Además, no son precisamente los que usa Vladimir Putin, quien prefiere los relojes ultra lujosos y tiene una colección valuada, según críticos, en 700.000 dólares: Patek Philipe, Breguet y Blancpain son algunas de sus piezas.

El doble rasero de la Fifa

En el caso de los deportes no solo entra en juego la censura de deportistas que se preparan toda su vida para competir, sino la falta de coherencia de los organismos que regulan estas competencias, sobre todo el fútbol.

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Fue muy llamativa la decisión de la Fifa de sacar del Mundial de 2022 a Rusia como consecuencia de la invasión a Ucrania y ante el pedido de selecciones, como la de Polonia, que tenían que enfrentarla por el repechaje. Pero la decisión causó sorpresa teniendo en cuenta que el mundial se va a hacer precisamente en Catar, un Estado árabe que tiene encima varias acusaciones por violaciones a los derechos humanos, ha sido acusado de tratos inhumanos con los trabajadores que construyeron los estadios y prohibió las expresiones de afecto en público de las parejas homosexuales.

¿Por qué la Fifa se ha hecho la de la vista gorda ante esas críticas pero si actúa ahora, con la invasión a Ucrania?

Vladimir Putin y Gianni Infantino, durante el Mundial Rusia 2018

Además, en la historia del torneo han participado selecciones como la Italia de la época de Benito Mussolini (que incluso ganó los mundiales de 1934 y 1938), la Alemania de la época de Hitler (en 1938) o la Yugoslavia que en ese mismo momento estaba atacando Kosovo (en 1998). Incluso se han jugado mundiales en países que estaban inmersos en dictaduras, como pasó en Argentina, en 1978.

La misma Fifa hizo un mundial en Rusia hace cuatro años, cuando ya había pasado la crisis de Crimea y el propio Putin había movilizado tropas hacia esa región. Y es más: ha habido acusaciones de que el gobierno ruso pagó sobornos para obtener esa sede, aunque el Kremlin lo ha negado varias veces. Esa doble moral es difícil de ignorar.

Lo único claro es que la censura y la cancelación no sirven para nada en esta situación. Porque el arte y el deporte, que deberían servir para tender puentes de entendimiento, terminan separando y dividiendo aún más.