Apenas fueron rescatados los 12 miembros de un equipo de fútbol y su joven entrenador, se supo que les habían dado calmantes, pero no que habían sido completamente dormidos y sus brazos amarrados a la espalda, destaca el Daily Mail británico.

Incluso, el médico y buzo profesional que fue hasta la caverna donde estaba atrapados y los sedó no estaba seguro de sacar a ninguno con vida. Dicho galeno, conocido con el sobrenombre de Dr. Harry, fue el que dijo que había que actuar rápido y tratar de sacar a por lo menos 5 niños vivos, de lo contrario entrarían a rescatar 13 cadáveres.

Era tal la falta de confianza en el plan, que los buzos les hicieron escribir a los niños mensajes para sus familias, con el pretexto de que un buzo las llevaría a sus padres antes de que ellos salieran a la superficie, pero la verdad era para tener unas últimas palabras escritas, a manera de despedida, por si morían en el intento.

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El libro ‘Milagro en la cueva’, del periodista australiano Liam Cochrane, narra, uno a uno, cada rescate y sus propios inconvenientes, y hasta se hace una introspección de si en efecto fue un buen plan. Obviamente, uno de los hechos que corroboran que fue una buena estrategia se presentó con uno de los jóvenes rescatados el último día, pues se enredó en uno de los túneles llenos de agua: “Si hubiera estado consciente, el pánico lo hubiera matado y hubiera puesto al buzo también en riesgo”, escribe el portal.

Para sumergir a cada joven, el doctor Harry les dio una pastilla relajante, para que perdieran el miedo y la ansiedad, y dos inyecciones (una en cada pierna), una para dormirlos por completo y otra para evitar que salivaran, pues la saliva podía hacer que broncoaspiraran y se ahogaran durante el trayecto.

Otro de los detalles importantes fueron las máscaras de oxígeno, que debían ajustarse a la perfección a la cara de los pequeños, para evitar que les entrara agua. Además, el buzo que los jalaba debía estar pendiente de que la careta no se les desacomodara en ningún momento, por lo que el transporte del cuerpo sedado debía realizarse sin tropezarlo contra las rocas.

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El último niño en ser rescatado fue el más menudito de todos y la razón fue que no habían podido hallar una máscara que se adaptara a su pequeño rostro.

Para sorpresa de todos los que sabían de los riesgos reales, el proceso de rescate fue todo un éxito, salvo por uno de los buzos que murió días antes del rescate del primer grupo, lo cual minó las expectativas de los rescatistas: “Si eso le sucedió a un buzo experimentado de 37 años, ¿cómo será un niño que nunca ha buceado?”, eran los temores previos a la misión de rescate.