Al suroccidente de Bogotá, capital de Colombia, localizado entre los valles del río Apulo y el río Bogotá, se encuentra el casco urbano de La Mesa, un municipio cuyos habitantes describen como mágico. “Su cercanía a Bogotá hizo que me quedara”, expone Margarita Benavides, dueña del restaurante Parador Big Mamma. Por su parte, Sarita Pulido, estudiante universitaria, explica que, en comparación a muchos lugares, allí se encuentra paz, porque se piensa en el bien del otro.

“La Mesa es la universidad natural del arte. Tiene paisajes únicos”, señala Francisco Forero, pintor de 63 años. Alan Cottee, de nacionalidad británica y residente de La Mesa desde hace 7 años, manifiesta que vive enamorado de La Mesa por el clima y la calidez de las personas. “En Bogotá somos uno más; aquí uno es alguien. Además, el clasismo no se ve; todo el mundo vale lo mismo”, dice Edna Martínez, contadora pública. 

La mañana estaba nublada. Me encontraba esperando una de las busetas amarillas que recorren a diario las calles de la antiguamente llamada “Villa de La Mesa de Juan Díaz”. Tomé la ruta que me llevaría por la calle octava, una de las más concurridas. Cuando me subí, una señora, sentada al fondo del microbús, exclamó: “Llegó Juan Díaz”. Yo sabía que se refería a la leyenda de aquel español poderoso que se desvaneció, y cuyas riquezas quedaron esparcidas. 

Horas más tarde, en la Biblioteca Municipal José Celestino Mutis, me enteraría de que su desaparición se debería a una maldición impuesta por abandonar una doncella a orillas del mar Ibérico, aunque existen otras versiones acerca de este hecho. No obstante, en todas ellas, la niebla es un factor común. Por ello, cuando la temperatura baja y la niebla desciende, se dice que el espíritu de Díaz deambula por las calles de La Mesa vigilando sus tesoros.

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En cada costado del inicio de la calle octava, se contemplan casas de todos los tamaños. La zona es residencial hasta llegar al colegio Francisco Julián Olaya, nombrado así en honor al mártir de la independencia que, en 1816, fue asesinado a temprana edad en la plaza principal de La Mesa. En el costado izquierdo de la calle, se observan árboles de pomarrosa sembrados desde el colegio hasta la Capilla Colonial.

Los habitantes de La Mesa, que alguna vez fueron turistas, atribuyen la razón de su estadía a múltiples factores. Martín Karpan, actor argentino y uno de los protagonistas de la telenovela ‘Nuevo rico, nuevo pobre’, radicado en Colombia, viaja a La Mesa por lo menos dos veces al año. “La Mesa fue uno de esos lugares donde grabé por un fin de semana, pero eso me bastó para enamorarme; tiene una energía especial. Tal vez, sea una mezcla de su agradable y estable temperatura, sus verdes caminos, su gente tranquila y sonriente. Es algo que no se encuentra en Bogotá”. 

Cuando llegué al centro, la neblina se había esfumado y el sol empezaba a asomar. Alfredo Navarrete, ingeniero agrónomo y escritor del libro Anécdotas y Cuentos del Futuro desde La Mesa, peinando su frondoso bigote gris que cubría casi toda su boca, me esperaba sentado en una de las mesas, ubicadas sobre el andén, de “La Laguna Cafe”, un establecimiento que lleva 14 años en el municipio.  

— ¿Por qué las personas vienen a La Mesa, Alfredo? 

— Yo no he podido descifrar eso. La Mesa en turismo no tiene nada, pero a la gente le gusta venir. Hace un tiempo conocí a dos personas que, en menos de 20 días, estaban diciendo que este pueblo es una maravilla. Personas que llegaron hace 8 años -a visitar un familiar o a recoger algún papel- se han quedado a vivir.  

Mientras discutíamos por qué las personas se amañan en La Mesa, pasaban habitantes del municipio que se acercaban a saludar. Alfredo, al despedirse, me dice que analice por qué la llaman Ciudad amable y cordial. “Debe tener un antecedente. Las personas aquí son agradables, siempre lo han sido. Cuando nosotros corríamos por aquí descalzos, todos nos conocíamos. Las personas se reunían porque las ferias de aquí eran las mejores del país. Había comercio. Éramos productores de maíz, de panela, de ganadería”.  

Según la reseña histórica que ofrece la biblioteca, a finales de 1857 el Estado de Cundinamarca le asignó a La Mesa el título de “Ciudad Amable y Cordial”. Además, en la época de la conquista, colonia e independencia se erigió como el mercado más importante del centro del país. 

Continué caminando por la Octava.  Las calles de La Mesa guardan historia. En el Parque Principal está la capilla colonial; en sus paredes, una placa de aproximadamente un metro de largo en la cual se lee que el sabio Mutis, médico y botánico español, inició en ese lugar la Expedición Botánica, un inventario de la naturaleza del Virreinato de Nueva Granada. Desde el atrio de la Iglesia Santa Bárbara, ubicada junto a la capilla, se vislumbra la casa antigua de la Alcaldía municipal. 

Aquel sábado, había pocas personas en la Casa de Gobierno. El coordinador de turismo, Nelson Torres, quien lleva dos semanas en el cargo, estaba en la entrada. Me comentó los proyectos y planes de turismo que se querían lograr. 

— Estamos trabajando en la señalización turística, porque la que hay está obsoleta. Queremos diseñar plegables de cosas bonitas con paisajes. En este momento, nos interesa reactivar y fortalecer el turismo. Queremos posicionar a La Mesa nacional e internacionalmente. 

Según el Plan de Desarrollo Territorial de La Mesa (2020-2023), el campo es el sector que mueve la economía, tanto del municipio como de la región. Allí se expone que la actividad económica se basa en la agricultura, el sector ganadero, el comercio y el turismo. También se explica que este último es un sector en desarrollo que requiere la atención de la Administración Municipal porque podría ser un gran generador de ingreso para La Mesa. 

Al salir de la Alcaldía, se observa el Concejo Municipal, un edificio de dos pisos con arquitectura colonial, según Arcadio Moreno, arquitecto y residente del municipio. Allí trabaja el profesor Guillermo Vargas, concejal de La Mesa y compositor del himno. No logramos concretar una reunión presencial; sin embargo, nos comunicamos a través de una llamada telefónica.  

“En la cumbre imponente del Ande, bajo un cielo de sol tropical, se levanta la villa pujante de La Mesa, amable y cordial” es el inicio del himno municipal. Le pregunté el porqué de aquellos adjetivos y, con voz fuerte y cargada de sentimientos, me respondió que hace referencia a la gente que vive en La Mesa -no solo los mesunos- por su amabilidad característica. “Aquí siempre hay gente dispuesta a recibir al que viene de afuera”. 

Señala que antes se realizaban festividades con diferentes enfoques. Por ejemplo, cada dos años se llevaba a cabo el festival de La Mesa en el que se reunía toda la comunidad y se realizaban actividades como desempolvar archivos de la antigua Mesa y recrear historias en pancartas. “En esa época, el pueblo era diferente. Había festivales con cabalgatas, bailes, teatro, poesía, exposiciones de arte”. Me cuenta que, para el futuro del turismo, siempre tuvo la idea de continuar con el Festival de Las Colonias; eso convocaba muchísima gente.  

 — En uno de los festivales se hizo una pequeña muestra de esta celebración. Se asignó un sitio del casco urbano a cada grupo para que expusiera parte de su cultura, cuestiones como la música, gastronomía y vestimenta de las regiones. Estaban los cundiboyacenses, tolimenses, santandereanos, atlanticenses, entre otros.  

Observo que una nube negra aparece en el cielo y me dirijo hacia la panadería Roa Vélez -famosa por sus mantecadas, las cuales se han mantenido durante más de 100 años en La Mesa-. Al teléfono, Guillermo expone que los festivales se quedaron atrás porque los presupuestos se volvieron elevados y la infraestructura, como hoteles y albergues, no era suficiente. “Desafortunadamente, no hemos progresado mucho en eso todavía”. En la actualidad, el municipio cuenta con 23 hoteles y fincas de alojamiento, y 4 hoteles boutiques y campestres. Asimismo, destina el 7% de su presupuesto inversión al comercio y turismo; esto se traduce en una suma de $2.438.905.430. 

— Profe, ¿por qué la gente se queda en La Mesa? 

— La Mesa tiene algo increíble y es que uno llega aquí; se pega y no sabe por qué. Nosotros no tenemos nada que ofrecer al turismo. Eso sí: La Mesa tiene un ambiente único. ¿Qué será lo que pasa en esta meseta que tanta gente viene; se siente atraída y empieza a buscar casa para quedarse? -se cuestiona-. 

Le pregunto por el panorama del turismo actual. Me responde que el turismo tiene que ser a gran escala y para ello se necesita involucrar a la región. “La región del Tequendama tiene una gran cantidad de posibilidades de desarrollo turístico. Nosotros tenemos mucho para mostrar, pero no hay una organización que permita manejar el turismo de manera holística. La Mesa era gran productora de caña de azúcar y ahora solo quedan cinco trapiches”. Uno de esos se encuentra ubicado en la vereda Las Margaritas de la inspección de San Javier, específicamente en la finca El Crisol. Funciona desde hace 25 años, produciendo panela en bloque y pulverizada, productos que son distribuidos en La Mesa y en algunos lugares aledaños como Cachipay y Bogotá.

Sentada en uno de sus miradores me percato de que el cielo empieza a oscurecerse. Es luna llena y, mientras el sol se esconde por el occidente, la luna asoma por el otro lado. El municipio amable y cordial tiene un ambiente mágico. Al turista le gusta volver. El que llega se queda a vivir.

*Estas notas hacen parte de un acuerdo entre Pulzo y la Universidad de la Sabana para publicar los mejores contenidos de la facultad de Comunicación Social y Periodismo. La responsabilidad de los contenidos aquí publicados es exclusivamente de la Universidad de la Sabana.