Esto se hace través de un recorrido por la mejor literatura de 21 países de habla hispana, según ha explicado la directora editorial de Literatura Random House, Pilar Reyes; son un total 124 títulos publicados, títulos que inicialmente eran escogidos por cada país (21 países), pero que, por primera vez, en 2021, se hará a través de una lista común. 

‘Mapa de las lenguas’ se unificará por primera vez en su edición de 2021 con lanzamientos simultáneos en España y Latinoamérica de 13 obras seleccionadas, con las que se quiere reivindicar el habla hispana como columna vertebral de la literatura de estos países. En una colección compartida que trabaja para posicionarse como “uno de los proyectos hispánicos de referencia”, Reyes también ha reivindicado el lenguaje como un “instrumento para traspasar fronteras” y poner de manifiesto “la riqueza del habla hispana” a través de “una lengua que vive en muchos centros del mundo con sus distintas variantes”, que convergen en este proyecto de literatura común.

Dentro de los seleccionados están Selva Almada con ‘No es un río’ – con la que arranca el proyecto, en febrero, Brenda Lozano con ‘Brujas’, Fernanda Trías con ‘Mugre Rosa’, Íñigo Redondo con ‘Todo esto existe’, Margarita García con ‘El sonido de las olas’, Giuseppe Caputo con ‘Estrella Madre’, Juan Carlos Yrigoyen con ‘Mejor el fuego’ y Kike Ferrari con ‘Todos nosotros’. En la lista están también Álvaro Bisama con ‘Mala lengua’, Emiliano Monge con ‘Tejer la oscuridad’, Sergio del Molino con ‘La piel’, Cynthia Rimsky con ‘La revolución a dedo’ y Tilsa Otta con ‘Lxs niñx de oro de la alquimia sexual’.

En esta ocasión reseñaremos el libro de Selva Almada (Villa Elisa, Argentina, 1973), ‘No es un río’ (Literatura Random House, 2020). Selva es poco conocida en Colombia y es por ello que es necesario visibilizar una de las grandes voces contemporáneas de la literatura argentina, de quien Héctor Tissoni ha dicho – y ella se reconoce como tal – que es “una escritora de provincia que escribe historias de la periferia con personajes no urbanos”. 

Tuve la oportunidad de entrevistarme con ella y descubrí a un gran ser humano. Hace 20 años vive en la ciudad de Buenos Aires, con su esposo, 3 gatos y un perro, pero la localidad y la ruralidad siguen y seguirán siendo parte de su trasegar personal y literario. Su nombre fue lo primero que me llamó la atención, pues pensé que era un seudónimo, un nombre con un sonido poético e, indagando con ella sobre el tema, me contó que no hay ninguna historia detrás del mismo, que ella tenía varias compañeras de su infancia que tenían el mismo nombre y que muy probablemente su nombre viene de Selva Alemán, una actriz argentina de moda en aquella época. 

Su literatura es literatura de provincia (ha sido comparada con la de Carson McCullers): regional frente a las culturas globales, pero no costumbrista. Justo al revés de mucha literatura urbana, que es costumbrista sin ser regional. Le gusta que su obra se desarrolle en territorios alejados de la gran urbe, justo para desarrollar ese lenguaje, esos personajes, esos paisajes. Le gustan escrituras periféricas, porque desde ese lugar se hace una literatura muy rica y muy variada que ha nutrido gran parte de la literatura argentina y que merece ser reivindicada.

‘Selva Almada’ nació en un pueblo que está bastante lejos de un río, pero desde muy pequeña, ella y su familia se fueron a vivir a Entrerríos, Paraná, en donde el contacto con el río y la naturaleza la marcaron profundamente, así como lo han hecho con su obra. En Paraná estudió un Profesorado en Literatura, en una pequeña urbe que “se le quedó chiquita”, aunque alcanzó a publicar sus primeros relatos en el Semanario Análisis y a dirigir, entre 1997 y 1998, la revista Caelum Blue. Y en 2000 se fue a Buenos Aires, en donde hace parte del taller literario de Alberto Laiseca, su maestro y gran influencia.

Este libro que hoy reseño hace parte de ‘La trilogía de varones’: tres novelas que no fueron pensadas como una trilogía sino que, con la escritura de esta última, Selva descubrió que había un universo común, que había lazos que unen una novela con la otra, relacionados con las masculinidades y sus protagonistas varones, aunque cada una se puede leer de forma independiente y en cualquier orden. La primera de ellas, ‘El viento que arrasa’ (2012) que contó con varias reediciones y fue traducida al francés, portugués, holandés y alemán, y, tras ser traducida al inglés, obtuvo el Primer Libro del Festival Internacional del Libro de Edimburgo en 2019, es atravesada por la paternidad, la religión, las creencias. La segunda de ellas, ‘Ladrilleros’ (2013), gira en torno del amor entre varones pares, amigos, hermanos y parejas y nuevamente sobre la paternidad.

Y en la tercera de ellas, ‘No es un río’, también nos encontramos con masculinidades fuertes, entre tres amigos – Enero, El Negro y Eusebio – y el hijo de uno de ellos (Tilo), con la camaradería y la amistad, con el coraje masculino frente a la fuerza de la naturaleza, también con sus prejuicios, y con una reflexión frente al padre ausente, ese padre que murió y la forma en que los otros amigos ocupan el lugar que dejó el padre; o ese padre que abandonó a sus hijas Lucy y Mariela y la forma en que Siomara – esa madre también abandonada – enfrentó su ausencia y también de la forma en que Aguirre – el hermano de Siomara – trata de reemplazar esa figura paterna. Hacia el final nos habla de las venganzas, los pactos de silencio y las traiciones entre esas masculinidades.

La novela es de agua, pero también de tierra y fuego. La tierra, la isla, la tierra firme, un paisaje que a mí me recordó un viaje que hice hace unos años al Delta del Tigre en Argentina, y por supuesto – me recuerda Selva en nuestra charla, se trata del mismo río, el Paraná. No es un río; es este río. Y es de fuego, también. Siomara guarda el fuego en su interior, ese fuego que tendrá un papel preponderante en la última mitad del relato. La novela es breve, de frases cortas y letra grande. Es como ir a navegar el tramo de este río, no de un río cualquiera, sino de “este río”. No tiene capítulos, porque hay una intención en el dibujo del texto, que es justamente ese copiar gráficamente el dibujo de una corriente de agua.

La estructura verbal, el lenguaje oral local empleado (Selva tiene esa magia gracias a la cual el desconocimiento de significado de un modismo no altera la fluidez de la lectura), dejan entrever influencias de Rulfo – la brevedad de su novela, el final inesperado, de quien ella reconoce que el uso de la lengua popular resuena en la literatura latinoamericana entera; de Horacio Quiroga, quien escribe su obra “pegado al monte y a la selva misionera”, y, en general, de poetas y poesía de la zona de Entrerríos, y en este está atravesado por su poesía de la zona que le permitió ese lirismo que atraviesa toda la novela. Selva nos dice que escribirla fue un trabajo de exactitud y de síntesis para encontrar, al final, las palabras precisas para narrar en un breve espacio todo un mundo.

Al final de nuestra conversación nos alcanzamos a recomendar lecturas. Ella, que lee disperso y suelto, las de la colombiana Vanessa Londoño (“Asedio animal”, aún no publicada pero que lo será próximamente en México) y “Vayasí” de Mariano Pereyra Esteban. Y yo, sin dudarlo, le recomendé al chocoano Arnoldo Palacios, “Las Estrellas son negras” y “Buscando a mi madrededios”, reeditados recientemente por Seix Barral. Selva abrió una librería online en noviembre pasado, en plena pandemia. Su nombre: ‘Salvaje Federal’, en donde justamente el objetivo es visibilizar escritores de periferia y en la que hace transmisiones en vivo de los variados y diferentes eventos que realizan. Toda una osadía en estos tiempos. Léanla, es maravillosa.

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