(…) más veo que lo tenido por imposible en el pensamiento se hace posible en la realidad.” Alejo Carpentier.

Hay tanto inexplicable en la vida que solo la imaginación, sola o vuelta magia, puede parecernos una sensata explicación.

Antes de Gabo, antes de Cortázar, Vargas Llosa y Borges, existió un personaje fundamental cuya construcción de lo que se ha llamado “lo real maravilloso”, un estilo que incorpora varias dimensiones y aspectos de la imaginación para recrear la realidad, fue antecedente y fuente de inspiración de toda la posterior literatura latinoamericana. Predecesora incluso del laberíntico borgiano y del realismo mágico: Alejo Carpentier (Lausana, 1904 – París, 1980), escritor, periodista y musicólogo. Con él se originó todo. Con él nació la Nueva Novela Histórica Hispanoamericana. 

La historia: esa mujer oficial, cuya crónica nos ha dejado tan insatisfechos, nos lleva a volvernos infieles para poder encontrar fuera de ella, acaso en la imaginación, los verdaderos orígenes de las conductas humanas, desmitificando y humanizando al héroe oficial, bueno o malo.

Las novelas más conocidas de Carpentier son ‘El reino de este mundo’ (1949), ‘Los pasos perdidos’ (1952) y ‘El Siglo de las luces’ (1956). Una menos conocida, pero de la mayor calidad literaria, es la breve ‘El Arpa y la Sombra’ (Siglo XXI Editores, 1979).

Pero, realmente, Carpentier es un ser fascinante, cuya vida es parecida a las ficciones que creó, sino más excitante. El suizo, su padre un francés, y su madre rusa, emigraron a Cuba huyendo de la revolucionada Europa de entonces. Fue criado en un ambiente de literatura y música, y a pesar del abandono de su padre, estudió en París, se convirtió en periodista, y se convirtió en uno de los mejores y mas reputados escritores de la época.

En la novela que reseño hoy, que debería ser un “deber ser” para todos los latinoamericanos en sus clases de literatura o historia, asistimos a la desmitificación de Cristóbal Colón, decenas de años antes de que el descubrimiento de América fuera desmitificado por la historia contemporánea, a la deconstrucción de un protagonista -en nuestro caso Colón-, para develar su humanidad, creando un nuevo personaje, visto desde sus vacíos que se colman con ficciones literarias, y se reconstruye como una nueva escultura.

Colón escribió Diario de a bordo y de la Carta a Santángel, en donde se autodescribe como un ser que se esfuerza por mitificarse providencialmente, siendo – como dice el español Bernat Garí – un “emisario electo por Dios para guiarnos a esas tierras ignotas y los conquistadores, por ende, la maquinaria de guerra dispuesta desde el Reino de los Cielos para evangelizar o, en su defecto, demoler y aniquilar”. ¿Qué otra cosa hubiera podido escribir? Nada distinto si quería preservar su aura.

La exactitud historiográfica del Colón conocido, o más bien, de los episodios conocidos de Colón, contrasta con la, poca o nula, autorreferencia que Colón mismo hace de su pasado en las obras que escribió, omisión que permite a Carpentier entrar en el imaginario que muchas veces es colectivo contemporáneo.

 ¿Cuántos de nosotros no habíamos imaginado la relación de infidelidad de la Reina con Colón?, o ¿Es que acaso era muy natural en aquella época, y aún en ésta, empeñar las joyas reales como garantía de un viaje utópico de un desconocido sin pasado? ¿Cuántos de nosotros no hemos llegado a pensar que Colón sabía algo más que lo rumorado con el mito del marinero anónimo, y que para haber iniciado un viaje tan azaroso, debió haber tenido una motivación certerísima, al punto de personificarla en un carpenteriano Maese Jacobo y sus leyendas del hidalgo pelirrojo y su hijo Leif-el-de-la-buena-suerte? Evidentemente estas referencias son ausencias sentidas en el Diario de a bordo y en la Carta a Santangel, escritas por Colón; obviamente, para salvaguardar lo único que a Colón le importaba – su fama postrera – según Carpentier, no podía relatarnos verdades que implicaran la develación de un oportunista-sin-pasado.

En el Colón de Carpentier, en cambio, tenemos a un personaje que se esfuerza por desmitificarse en su arrepentimiento ad portas de la muerte, recogiendo sus pasos, reconociendo que el móvil principalísimo de su malhadada gesta fue la fama y la gloria: el mismo que, en el Diario de a bordo. Se preocupaba por convencer al destinatario de la crónica de la verdad y autoridad de sus relatos, se confiesa ahora embustero: “en vivir febril o desasosegado, trazando proyectos más o menos fantasiosos, me fui volviendo grande e intrépido embustero — ésa es la palabra.”

Nos revela Carpentier que no fueron sus buenos cálculos y algoritmos los que llevaron a Colón por buena ruta: fueron las historias de los monicongos y Vinlandias relatadas por los normans, develadas a Colón por Maese Jacobo, aunado ello a las lecturas de Marco Polo, Séneca y otros, lo que lo llevaron a hilvanar un itinerario posible haciendo coincidir todo en la tierra del sur más allá de Vinlandia. No fue la creencia de su destino divino – hasta su modificación del nombre fue una farsa adecuada para lograr su objetivo – la que lo llevó a su aventura, sino el afán de gloria, para lo cual adecuó la tierra descubierta, a los Cipangos, al paraíso terrenal, en un afán de insertar esa América, si se me permite decirlo, en lo “real maravilloso” de la época, descrito previamente con la palabra.

“En cuanto a la gloria lograda por mi empresa, lo mismo me daba que ante el mundo con ella se adornara este u otro reino, con tal de que se me cumpliese en cuanto a honores personales y cabal participación en los beneficios logrados”.

La desmitificación carpenteriana de Colón, culmina magistralmente con el tribunal de canonización en donde las diferentes voces, entre ellas las de Fray Bartolomé de las Casas y Verne, ponen de manifiesto, en primer lugar, la cobardía pecaminosa de Colón al haber omitido nupcial unión con “Beatriz” y haber vivido en concubinato y procreado con ella un hijo bastardo, y en segundo lugar, su condición de mercader de esclavos, todo lo cual impide su santificación por desajustarse al canon cristiano. El héroe del milagro universal, el elegido de Dios – tal como el mismo Colón se sentía y ponía de manifiesto en Diario – es evidenciado literariamente en su más humana y vil condición.

El Colón que, según él mismo, desdeña para sí cualquier riqueza, en beneficio de la riqueza de los reyes y de la gloria del cristianismo en general y que es un Colón compasivo, misericordioso, si se quiere, es reemplazado por un Colón de Carpentier malvado, maltratador de indios, mercader de esclavos, violador solapado de leyes reales, codicioso en extremo, pero para sí, que no para la Corona, un embustero que pregona sus patrañas “dando autoridad a mis decires con citas habilidosamente entresacadas de las Escrituras”… como lo que realmente fue y lo ha comprobado la historia reciente.

En esta pandemia, en donde constantemente me he preguntado cuál fue el origen de toda esta maravillosa literatura latinoamericana que tenemos hoy en día, es fantástico releer este libro – hace 4 años lo había hecho y me había maravillado – en donde podemos descubrir el origen de todo ello, de la mano de un escritor olvidado que todos deberíamos leer. Nunca nos deberíamos olvidar de los orígenes. Nunca.

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