Hay empleadas para todos los gustos, desde esa que no duró ni una semana porque se puso los calzones de Lucy (una amiga de mi mamá) hasta esa que crió a mi amiga Isabel y es parte de su familia para fechas como la Navidad o el Fin de Año.

Una de las primeras cosas que cambian cuando uno sale del país es que tenga que decir adiós a ese tipo de ayuda y se olvide para siempre de lo que significa que alguien más planche, lave o cocine en la casa de uno.

Hace 19 años me fui a vivir a Madrid. Llegué un 4 de marzo del año 2000, cuando todavía existían las pesetas, y llegué en primavera, una estación que siempre he querido mucho porque transformó a Madrid en una ciudad con el clima de Medellín y eso me pareció hermoso. Viviría una parte del tiempo con unos familiares de mi abuela, y luego, unas semanas después, mi mamá alquilaría un apartamento de dos habitaciones, algo sencillo, amoblado y bien ubicado con respecto al metro, pues ese iba a suponer el medio de transporte por excelencia para mí (en aquel año me dijeron que coger un taxi era impensable y comprar carro no estaba en nuestros planes, así que tocó echar metro ventiado).

OPINION

María Paz Ruiz

Discutir es una fuente de infelicidad

Un apartamento chiquito tenía sus inconvenientes: tenía que compartir el cuarto con mi hermano (yo con 22 y él 16) y nuestras camas se metían en la pared (como esas que se ven a veces en las caravanas) para que se viera más espacioso. El baño que íbamos a usar hacía ruidos toda la noche porque la cisterna era antigua (como casi todo lo que veía en España), y la casa la limpiaríamos los dos porque a partir de ahí viviríamos sin empleada, algo que para nosotros sonó como grave, o gravísimo, porque no sabíamos ni freír un huevo ni muchísimo menos desmanchar una camisa blanca.

Lo cierto es que nos reímos mucho en esta adaptación que hicimos en conjunto. La lavadora nos la encontramos en el baño, aprenderíamos a usar la escoba, el recogedor, el limpiacristales y el ‘limpiamierdas’: una escobita que hay en todos los baños españoles y que sirve exactamente para lo que su nombre indica, extrañísimo, ¡pero efectiva!

Al día siguiente, oficialmente me convertí en lo más parecido a una cocinera para nosotros tres. A mis 22 años aprendí a hacer platos de supervivencia y cuando llegó a vivir con nosotros una amiga paisa de mi madre, la maravillosa Carmenza, nos encargamos de hacer algo más llevadero el tema de la intendencia. Ella siempre tenía preparado el arroz blanco y yo tenía claro que la carne y el pollo necesitaban diferentes modos de preparación para que no nos cansáramos de comer lo mismo.

Pulzo

Dos años después fui a estudiar a Pamplona y dejé mi nido familiar para vivir en un piso compartido con 5 mujeres más: dos puertorriqueñas, una canadiense, una argentina y una china. Esa fue la prueba de fuego para mí. Cada una tenía un pedacito en la nevera para su mercado y un horario para cocinar. Yo no hacía mayor cosa en los fogones, algo rápido y en esa época tomaba montones de café. La limpieza estaba dividida por zonas y días y aprendí que ese ejercicio de convivir con mujeres distintas iba a enseñarme muchas cosas para la vida. Una tenía que planchar por la tarde, otra hacía tartas argentinas cuando el horno estaba libre y otra puso un teléfono para poder hablar con su familia y lo pagaba con las otras 3, pues yo no sufría de homesickness y tenía ese trabajo superado.

OPINION

María Paz Ruiz

¿Cómo ser feliz siendo una soltera?

Lo cierto es que en esos 3 años de mi vida entendí qué significaba ser autosuficiente, a despertarme sin que nadie me lo dijera, a hacerme mi propia comida, mi propia rutina, a empezar a saber que un plátano me iba a durar máximo dos días, a preparar almuerzo desde cero (ajo y cebolla picados para empezar cualquier receta)en el hueco de la universidad, a estudiar mientras caía nieve y a pasar muchísimas horas memorizando páginas, pues así es como se ha estudiado para los exámenes en mi universidad. Aparte de eso, estaba aprendiendo algo mucho más importante: a gestionar mi propia alimentación, mi ropa, mi plata, mi espacio y mi vida.

Han pasado 16 años de esa etapa. Me casé. Fui madre de dos hijos y armé una familia.  Pasados 10 años me separé y esto que aprendí viviendo sin empleada ha sido mucho más importante que haber terminado una carrera o una maestría.

Yo hoy limpio, cocino y coso pantalones, elijo cada pieza de fruta, verdura y luego las preparo en lo que mejor me parezca. No plancho porque intento no comprar ropa para planchar, y a diario limpio la casa en la que vivimos con una escoba y un recogedor. Pongo lavadoras, las tiendo, hago platos distintos, pinto la casa y también cuelgo cuadros o uso el taladro.

Mis hijos (14 y 10) saben lavar los platos, y cargan las bolsas del supermercado a partes iguales conmigo, se van caminando a su colegio, saben lavar los baños y también tienden su cama. El mayor sabe cocinar omelette y pasta, y el menor algunas veces prepara ponqués conmigo y si algo se les riega en el suelo saben que ellos mismos lo tienen que limpiar. También saben que no se puede ser muy caprichoso, y que si hoy hay huevos revueltos, no voy a prepararle a nadie un huevo frito en exclusiva.

No tenemos empleada porque nosotros tres nos aprendimos a hacer nuestras cosas, a vivir con ese cálculo de tiempo, a saber que la ropa no se guarda por acto de magia, ni los platos se ponen solos en la mesa o el pollo se asa con papas si tienes una hora de tiempo y mucho cariño. Mi objetivo es que aprendan a gestionarse mejor de lo que yo me gestionaba a su edad, que todo me lo hacía alguien más y que no valoraba la limpieza de un sitio o el trabajo que hay detrás de una buena cocinera.

El trabajo que hace una empleada permite a muchas mamás y papás que puedan estar más tiempo en el trabajo o más tiempo manejando en ese tráfico tan terrible que tienen las ciudades. Eso es lo que yo llamo haber perdido calidad de vida, trabajar 8 horas y no ver a tus hijos, manejar por entre trancones mientras alguien los recoge del colegio, y que luego te enteres que la que sabe más cosas de tu adolescente es la empleada y no tú, como ha pasado desde siempre. ¡No quiero esa vida para mí y no la quiero para ellos!

Puede que yo no tenga empleada y que me mueva en metro, pero si me preguntan hoy qué deseo para mis hijos, prefiero que ellos tampoco tengan una empleada, o mejor dicho: ¡que sean su propia empleada! Quiero que administren mejor lo que tienen y lo que no tienen, y que puedan pasar más tiempo con mis nietos aprendiendo esto tan valioso que no se enseña en ninguna facultad.

Si quiere una cita conmigo puede contactarme en cita@mariapasion.design O a este WhatsApp.

 

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