Llegamos a un mundo solo con una piel expuesta y dispuesta. Nos moldeamos a punta de acontecimientos que nos hacen vivir un propio contorno de vida.

Metamorfosis pura: florecemos, nos devastamos, caemos, nos levantamos. Somos síquicas. Pareciera que respiráramos hormonas y no oxígeno. Pero no.

Podremos ser vistas como pétalos de rosa o porcelanas de cristal, pero somos raíz, tallo, base, fondo y forma. No solamente somos candela y cantaleta. También cruzamos glaciaciones de tristezas que oscurecen nuestra alma, que empañan ese corazón tan sensible y compasivo como el de una mujer.

Pero es que no necesitamos ser siempre fuertes, ni emprendedoras ni soñadoras. No. No necesitamos ser guerreras ni luchadoras. Ni grandiosas. No necesitamos siempre lograrlo. No necesitamos ser la mujer multitarea imprescindible, así lo seas.

No necesitamos privilegios. No necesitamos que nos den la silla ni que nos abran la puerta. No necesitamos ser rescatadas ni manejadas.

Y no lo necesitamos simplemente porque esa piel expuesta al mundo nos ha enseñado que podemos, y que cuando no podemos, nos inventamos la forma de poderlo. Porque nuestro sello es el poder. El poder de poder.

Basta ya con el excesivo positivismo y el añoro de la perfección. Más realidad, menos realeza.  Se vale aspirar a más, animarnos más. Pero no se vale sentirse obligada ni presionada. La masacre mental es un mismo suicidio.

Recuerda siempre, que cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto desaparecerá.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.