Desde hace muchas décadas los dulces y los disfraces son el centro del día de Halloween, con los niños y niñas como protagonistas. Pero en realidad es la gran fecha para el negocio de la industria de comestibles ultraprocesados.
Suena antipático porque difícilmente alguien se atreve a poner en duda lo que realmente ocurre en esta jornada, que paraliza las ciudades y altera la cotidianidad de la gente, con un inusitado despliegue de alegría infantil. Sin contar lo que ocurre en los días previos en los supermercados y tiendas con la venta de paquetes de dulces para atender a los niños del barrio en la noche del 31 de octubre.
Solo en Estados Unidos la venta de dulces supera los 2.000 millones de dólares por estas fechas, según la National Confectioners Association, cifra que representa el 8 % de lo que la industria de confites vende en un año en ese país. En el caso colombiano, Fenalco publicó hace una semana una encuesta sobre lo que pensaban hacer las colombianas y los colombianos durante Halloween. Allí, por ejemplo, el 75% aseguró comprar dulces para obsequiarles a los niños.
Como consecuencia de toda esta campaña de mercadeo, encontramos la afectación de la salud de niñas y niños, en momentos en los cuales las cifras de obesidad y la diabetes se han convertido en un reto para la salud pública. Y también está presente la interferencia de la industria de comestibles ultraprocesados que bloquea las políticas promovidas por instituciones como la Organización Mundial de la Salud (OMS), que permanentemente llama la atención sobre el aumento de enfermedades no transmisibles en la población, especialmente para los más pequeños.
Halloween es hoy un carnaval de comestibles ultraprocesados nocivos para la salud, bajo la mirada cómplice de quienes lo hemos normalizado. Eso es lo que precisamente busca la industria, que tenga aceptación y que las voces disonantes sean estigmatizadas. Se da una ofensiva publicitaria para hacer pasar como inofensivo el consumo de productos con altos niveles de azúcar.
En febrero de 2013, la revista médica británica ‘The Lancet’ publicó una serie de artículos bajo el título “Beneficios y pandemias: prevención de los efectos nocivos del tabaco, el alcohol y las industrias de bebidas y alimentos ultra procesados”. En la sinopsis es contundente sobre la responsabilidad que le cabe a la industria. Dice: “… a través de la venta y promoción de tabaco, alcohol y bebidas y alimentos ultra procesados (productos no saludables), las corporaciones transnacionales son los principales impulsores de las epidemias mundiales de Enfermedades No Transmisibles”.
Pero eso no es todo. La revista resumió las estrategias comunes que utilizan las empresas transnacionales para socavar la prevención y el control de esas enfermedades”. Lo expuesto hace seis años por el grupo de investigadores que publicó sus artículos en ‘The Lancet’ guarda relación precisamente con la campaña ‘Dulce Veneno’, para revelar las prácticas poco éticas que hacen algunas industrias de bebidas azucaradas y comestibles ultraprocesados en Colombia en contravía de la salud de la gente.
Lo publicado en ‘The Lancet’ agrega que “evaluamos la efectividad de la autorregulación, las asociaciones público-privadas y los modelos de interacción de regulación pública con estas industrias y concluimos que las industrias de productos no saludables no deberían tener ningún papel en la formación de políticas nacionales o internacionales de Enfermedades No Transmisibles (…) No hay evidencia de su efectividad o seguridad”. Es exactamente lo que está ocurriendo en el país. Una clara interferencia en las políticas públicas en salud. Y la revista científica concluye en lo que se debe hacer: “La regulación pública y la intervención en el mercado son los únicos mecanismos basados en evidencia para prevenir el daño causado por los comestibles insalubres”.
Así, aunque la ciencia hable de enfermedades no transmisibles, en realidad esas dolencias son transmisibles, pues son resultado de las campañas publicitarias de la industria y de la interferencia que bloquea medidas de salud pública.
Por eso, mientras no exista control estatal, Halloween seguirá siendo la mina de oro para la industria a costillas de la salud de las colombianas y los colombianos.
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